"Uno de los mejores narradores cubanos de la hora presente"
(Juan Bonilla)

Del Blog de Díaz-Pimienta

ene
18
Añadido por Alexis Díaz Pimienta el 18 enero 2014 a las 1:24 pm

Este poema lo escribí en La Habana, mientras veía por la televisión la emotiva ceremonia de despedida del líder sudafricano, Nelson Mandela.


Miles de personas bailan por la muerte de Nelson Mandela.
Cientos de miles de personas cantan por la muerte de Nelson Mandela.
Millones de personas, en todo el mundo, bailan y cantan por la muerte de Nelson Mandela.
Es la magia del héroe. El prodigio del hombre grande que vuelve a todos pequeñitos.
Es la alegría negra que salta las tapias de la piel y se cuela en el alma.
Solo la Muerte llora. Inunda Johanesburgo. Anega las calles de Soweto.
La Muerte llora desconsolada y trágica, ridícula la Muerte,
llena de trapos rojos, de barrotes doblados,
y de su cara cuelgan largos mocos de solemnidad,
y chapotea en sus propias lágrimas como si fuera lluvia.
Negros y blancos cantan y bailan por la muerte de Nelson Mandela.
Niños y ancianos cantan y bailan por la muerte de Nelson Mandela.
Hombres y mujeres cantan y bailan por la muerte de Nelson Mandela.
Yo estoy lejos, en Cuba, y bailo y canto y bebo y vivo y hago el amor
y escribo un poema y tomo sopa y plancho mi camisa de soñar y compro el pan y silbo y veo pasar una bandada de palomas,
y oigo reír a mi vecina de los ojos azules y hablo por teléfono y canto otra vez y bailo otra vez,ahora con las piernas, ahora con los brazos, ahora con la cabeza,
bailo en medio de un charco enorme de lluvia habanera, sí,
yo también bailo y canto por la muerte de Nelson Mandela,
soy uno más, un número sin importancia, un rostro pixelado en la foto de grupo
de los que bailamos y cantamos por Nelson Mandela, por su Muerte tan linda,
por su regreso a la materia de donde saldrá, otra vez,
quién sabe con qué nombre. Oh Madiba. Oh, Rolihlahla.
Te llamarás Nelson, dijo la maestra en preescolar.
Oh Madiba, Oh, Rolihlahla. ¿Tú sabes la importancia de llamarse Nelson?
Te llamarás Nelson Mandela para que canten y bailen en tu nombre
los vivos felices y los infelices, los vivos con un número de identidad, los vivos ávidos de vida real.

He visto, desde lejos, bailar a Evelin, cantar a Winnie,
reír con una sola boca llena de grandes dientes blancos a toda tu familia. Oh Madiba. Oh, Rolihlahla. Oh Nelson.
Solo la Muerte llora con su cara tiznada, mendigando silencio, dolorida, rota, triste,
muerta de envidia y de dolor, roída por rencores que le impiden vivir,
que le impiden bailar y cantar y nombrarte. Oh Madiba. Oh, Rolihlahla. Oh Nelson.
En esta tribu gigantesca y llena de paraguas
todos cantamos con fruición, barítonos, tenores, contraltos,
negras y negros que saben que una blanca y un silencio procrean algo así como un también.
Y, por supuesto, hay rubios zapateando sobre la hierba alegre. Hay rubias descalzándose para bailar mejor,
rubios que cantan con voz de gospel,
rubias pecosas de tanto salpicarse de africanidad.
Oh Madiba. Oh, Rolihlahla. Oh Nelson. La hierba del estadio Soccer City
se ha ido llenando de tambienes felices, de tambienes más dichoso que los nuncas
y los todavías de siempre, de tambienes solazándose con viejos ojalás, antiguamente tristes.
Oh Madiba. Oh, Rolihlahla. Oh Nelson. Oh Soweto. Oh, Jonanesburgo. Ay, Sudáfrica.
Madiba baila entre los muchos bailadores.
Mabida canta frente a un coro impresionante, dirigiéndolo.
Tomo nota. Tomen nota. La Muerte pasa cabizbaja y llorosa: solo ella.
La Muerte pasa con largas manchas de silencio en el rostro: solo ella.
La vieja Muerte. La triste Muerte, que se creía invulnerable.
La Muerte pasa derrotada por la magia del héroe, por su fiesta final, feliz, única.
Suena la música: tambores, bubuselas, oukaleeles, yembés, darbukas, cornetines. Y palmadas y risas. Y palmadas y risas.
Y palmadas y risas. Y palmadas y risas, en todos los tonos.
Sí. Somos miles de personas bailando por la muerte de Nelson Mandela.
Sí. Somos cientos de miles de personas cantando por la muerte de Nelson Mandela.
Claro que sí. Somos Millones de personas, en todo el mundo,
bailando y cantando por la muerte de Nelson Mandela.

¡Oh, Mabiba! ¡oh Mavida! ¡Oh, Nelson!

ene
18
Añadido por Alexis Díaz Pimienta el 18 enero 2014 a las 12:53 pm
Foto tomada de la Web Blue y jazz: la mejor colección:
http://www.identi.li/index.php?topic=190832

I. Saxo

Un saxo es un instrumento demasiado triste
para que bailen los gorriones
sobre el tendido eléctrico.
(No importa que haya pájaros muertos
al pie de los violines.)
Un saxo es para las hojas otoñales
para los divorcios
para las cartas que no llegan.
Si ven llover, saquen el saxo
donde todos lo oigan.
Si hay luto en la ciudad, adórenlo.
Y a nadie se le ocurra tocar el saxo un jueves.
Y nadie ensaye cerca de los jardines.
Acostumbrémonos al gris y al viento en la ventana
al silencio muriendo en espiral.
Un saxo llena el pecho de murciélagos
y nos deja así, con el pecho invadido
con la mujer de siempre doliendo en las paredes.
El saxo no, por favor, Charlie Parker,
¿no ves que cae ceniza?
¿no sientes como cantan las ojeras?
El saxo no, por favor, Charlie Parker,
o lloraremos juntos la próxima llovizna.

II. Muertos de risa

Charlie Parker se sienta frente al televisor y ríe.
No le hace caso a su saxo ni a su vieja anfitriona,
la baronesa Nica.
Julián del Casal se acomoda en la silla en la que va cenar y ríe.
No le hace caso a su corbata ni a sus jarrones de la China.
Ambos saben que van a morir
y les da risa la cara que pondremos los demás al saberlo.
Ríen con elegancia de cadáveres vírgenes,
de muertos por primera vez,
llenos de cicatrices musicales y complejas metáforas.
Ríen igual que hemos llorado los que no les conocimos,
con hipos y perplejidad, con pañuelitos tímidos.
Charlie Parker bebe café en La Habana
mientras Casal ingresa en un psiquiátrico
para perfeccionar su deterioro.
Son como niños grandes.
Ambos han sido espectadores de la cara de Dios
y no han podido contener la risa.

III. Los músicos de jazz.

¿Por qué los músicos de jazz cierran los ojos?
¿Por qué tocan con los ojos cerrados aunque tengan los párpados arriba?
Los músicos de jazz no pertenecen a la misma especie
que el resto de los hombres. Son solo sombras,
siluetas de colores sin nombres ni familia.

Escuchar a los músicos de jazz
leerlos entre el humo y las lágrimas del fondo
es una soberbia lección de continencia.
El clarinete mueve el pie al ritmo de la lluvia.
El saxo mueve la pajarita en círculos.
La tuba no puede contenerse
y llora recostada en la espalda del trombón
que toca y dice que no con la cabeza
niega que él sea un árbol o una piedra o un hombre.
El trombón cree (y lo dice, con desfachatez metálica)
que es una libélula.
Se cree libélula el trombón y lo comenta con el piano.
Y solo entonces el piano se sacude
escandalosas lágrimas blancas, casi transparentes
y se queda a solas con la voz del cantante
que llena, poco a poco, de fotos viejas el local.

Pobres músicos. Los músicos de jazz
siempre son pobres. Dan lástima.
Se atraviesan como un hueso en la memoria pública.
Todos sabemos que no se mueven,
que no se miran ni se tocan,
que son movidos por fuerzas extrañas
aunque nadie descubra los hilos motores.
Y ya no tienen fuerzas más que para tocar, así,
vestidos de rigoroso luto, despeinados,
con olor a café y a whisky seco.

Cuando tocan los músicos de jazz
en todas las casas de todas las ciudades
surgen de la nada mesas redondas
con mantelitos tejidos a crochet
con ceniceros en el centro y colillas humeantes.
Y grandes fotos. Inmensas fotos
de otros músicos de jazz, llorosos.
Fotos desenfocadas y húmedas,
cargadas de electricidad estática.

Y entonces todos los que escuchamos
todos, sin excepción,
pegamos saltos sobre los platos de la batería;
al mismo tiempo y sincopadamente.
Miles de cuerpos vestidos de negro en síncopa.
Llorando en síncopa. Humeando en síncopa.
Oyendo en síncopa. Extrañando a las madres
y evocando a las novias de la primera infancia
a los amigos de las primeras espinillas.
Miles de sombras con siluetas de distintos colores
con boquillas de metal humeantes y los ojos cerrados.

Y los ojos cerrados. Y los ojos cerrados. Y la noche.