“A veces, me pregunto cómo Alexis Díaz Pimienta pudo construir esta novela, con tantas otras cosas en que se encuentra sumergido. Es el poeta látigo de los concursos españoles, el decimista de actos oficiales y guateques, el hacedor de cuentos, el parrandero, el teórico, el profesor y el novelista que ha escrito otras cuatro aún no publicadas.”
por Alberto Guerra Naranjo
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Prisionero del agua. Novela. Autor Alexis Díaz-Pimienta (Ed. Alba, 1998). Premio Alba Prensa Canaria 1998 |
En Cuba, según Cortázar, los jóvenes malogran sus novelas por falta de control en los materiales que manejan. Leí la frase en una vieja Gaceta de los años sesenta. La encontré una tarde en la Unión de Escritores. Jóvenes que no eran artistas botaban papeles en el almacén y yo, al menos, logré salvar la entrevista de Cortázar. Maestro, envejeció el papel, pero no su pensamiento, me dije. En Cuba, hoy, ahora, en este instante, los jóvenes todavía malogran sus novelas por la falta de control en los materiales que manejan. Estamos acudiendo a un renacer editorial y celebramos. Estamos acudiendo a un renacer escritural y celebramos. Aparecen nuevos novelistas, nuevos premios, nuevos premiados. Mucho aplauso por el renacer.
Pero ojo con la frase de Cortázar. Abunda la hojarasca, la promoción inmerecida, los controladores literarios, los sancadilleros. La crítica debe establecer su jerarquía en la penumbra de este bosque. No todo es bueno. O, mejor dicho, la menor parte es la considerable. Por esto, y sólo por esto, debo confesar que estuve escéptico cuando comencé a leer Prisionero del Agua.
Me habían dicho que fue premiada en España y que trataba de balseros. Yo, de balseros, estoy harto. En el noventicuatro, cuando partían a montones, numerosos colegas presentaron su cuentecito de balsero en los concursos y ya nadie puede recordarlos. En literatura, tantos balseros, becados, milicianos, soldados, constructores, matarifes, frikees y gays, suelen ser fácilmente olvidados. Su permanencia en la memoria del lector no depende del instante de moda, ni de su condición de personajes reales. Hay algo más. Siempre hay algo más. Difícil de explicar para los críticos y para los propios lectores. Algo que, quizás, dependa del demonio, o de la garra de quien los haya inventado. Cualquiera puede escribir, pero no todos tenemos garra, no todos tenemos demonio.
Entonces, mientras leía Prisionero del agua, comprendí que era víctima del engaño más cruel. Hasta en la contraportada del libro me habían engañado. Yo no estaba leyendo una novela de balseros. Leía, disfrutaba, devoraba, sencillamente, una excelente novela.
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Prisionero del agua. Ed. Letras Cubanas, 2004. Premio “Puertas de Espejo” 2010. |
Atrapado, prisionero de Alexis, recordé a mi madre tejiendo el par de trenzas de mi hermana. Yo debía llevarla a la escuela y siempre esperaba la conclusión del peinado. Soñoliento, contemplaba los dedos de mi madre dividiendo el pelo en varias partes, la agilidad marcada por su práctica de años, los estirones, la rapidez, las quejas de mi hermana, cada sección de pelo insertándose, una sobre otra, en armonía casi perfecta, hasta concluir con la trenza. Sus cabos sueltos terminados en un lazo. Montar y desmontar. Plantar y suplantar. Una tarea imposible para dedos que no fueran los de aquella mujer que era mi madre.
Así sucede con la estructura que Alexis se propuso en Prisionero del agua. Con la estructura y con todos los sucesos, con los sucesos y sus niveles de lenguaje. Alexis teje una trenza admirable. Trescientas ochenta páginas de una trenza ágil, dolorosa, vibrante, sutil, de la que ya no podrá despegarse el lector menos prudente, luego de situarse frente al libro.
Enildo Niebla, con salidas propias de cualquier joven actual, ingenuo a veces, profundo otras, provocador, provocado, transgresor, comedido, abrumado y feliz, es el hilo conductor de esta trenza, su parte importante. Pero su abuela es símbolo, alegoría injertada, raíz del árbol, identidad de barrios, cosmovisión. Ellos serán los protagonistas del reparto y también de otros Repartos, ciudadelas y barrios de La Habana auténtica por la que irán transitando. Nosotros, junto a ellos, descubriremos lo que no habíamos visto, lo que hasta ahora ningún escritor, joven o viejo, nos había contado, lo que teníamos frente y se nos diseminaba.
Pepe Gibara, un secundario auténtico, el negro que existe en las narices de todos los artistas, que pide a gritos ser representado, ser meditado, puesto en palabras, porque es protagonista diario desde nuestras infancias, y la patria es la infancia, según dijo alguien, también es parte esencial de esta trenza. Primera vez que veo a un tipo como Pepe Gibara caminar por las calles de un libro, moverse como es, pensarse como es, sin maniqueísmos, sin paternalismos.
Otros personajes, no menos importantes, son el tío Bárbaro, Yindra y Lorenzo al cubo. Cada cual aportará su poco, será parte de la trenza, complemento para convencernos de sus vidas en esta ciudad bien inventada. Mujeriegos, casquivanos sin arreglo, traficantes de sueños, conquistadores del amanecer, inventores, honestos, deshonestos, indiscretos, solidarios, apasionados, calculadores, pero realidad de la novela, realidad de la noticia, que es lo que significa la palabra novela.
El padre de Enildo lo perseguirá como el fantasma en que se convierten nuestros padres. No es la realidad sino la idea, no es lo que fue sino lo que pensamos, y así va transitando por las páginas, como a nosotros, los nuestros, nos transitan por la vida.
Con una prosa que es nervio, puro nervio, de alguien que conoce lo efectiva que pueden ser las palabras cuando se colocan bien, cuando dicen lo que quieren decir, la novela se nos va abriendo paso y nos va ganando capítulo a capítulo, sin aburrir, sin la pedantería que está de moda en ciertos libros actuales. Han dicho que es fiesta del lenguaje, disfrute de la letra, bacanal del lenguaje, y es verdad.
Prisionero del agua nos engaña, nos envuelve, nos describe un Miami casi real. Nos coloca en sus calles con maestría y nos hace creer lo que creyeron los cuatro personajes. Eso es eficacia, garra, demonio y garra.
A veces, me pregunto cómo Alexis Díaz Pimienta pudo construir esta novela, con tantas otras cosas en que se encuentra sumergido. Es el poeta látigo de los concursos españoles, el decimista de actos oficiales y guateques, el hacedor de cuentos, el parrandero, el teórico, el profesor y el novelista que ha escrito otras cuatro aún no publicadas. De dónde saca tiempo éste muchacho, así dirían los viejos. Pero no se trata de tiempo ni de espacio, se trata de talento, y a Díaz Pimienta, para honra de nosotros, le sobra.
Lo inmediato trascendido es la aspiración que debe buscar todo artista. Eso leí en la vieja Gaceta encontrada en el patio de la Unión de Escritores. Eran palabras de Lezama, palabras que tal vez Alexis no hubiera leído, pero no importa. Con Prisionero del agua, a mi juicio, Lezama y Cortázar, hubieran quedado satisfechos. Y eso, quién lo duda, sí es importante.
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Alberto Guerra Naranjo es novelista y crítico cubano.
(Tomado de LA LETRA DEL ESCRIBA, La Habana, 2011): http://www.cubaliteraria.cu/revista/laletradelescriba/n6/articulo-9.1.html