"Uno de los mejores narradores cubanos de la hora presente"
(Juan Bonilla)

Del Blog de Díaz-Pimienta

abr
08
Añadido por Alexis Díaz Pimienta el 8 abril 2020 a las 11:54 am
En la primavera de 2020, en cuanto termine el confinamiento y la cuarentena, saldrá a la luz en España mi nuevo poemario Poemas de amor zoológico, editado por Noviembre. Debo confesar que este libro, como tal, es una de las ediciones más hermosas que han hecho de mi poesía, así que doy las gracias al equipo de esta editorial madrileña, capitaneada por mi amigo Marwan. Poemas de amor zoológico es un poemario que, sin llegar a ser una antología, reúne en un mismo volumen algunos de los mejores poemas de amor de mis libros anteriores, acompañados por varias decenas de poemas inéditos en los que gloso y pondero la parte animalesca del amor y del sexo, “lo animales que somos”. Y he aquí un anticipo, a modo de aperitivo. Pues nada, animalitos, que nos vemos ahí fuera, en la vida real, cuando esto acabe.

Portada de Poemas de amor zoológico
Editorial Noviembre, Madrid, 2020
(con prólogo de Juan José Téllez)


SENTIDO DEL HUMOR

Algunas noches nos reímos en la cama

desnudos, juguetones
incapaces de tomar el sexo en serio.
Son las mejores.
Las carcajadas tienen un delicioso
punto afrodisíaco.
Ríes, te toco. Río, me revuelves.
Ríes, saliva. Río, pececito.
Con descaro infantil
te hago cosquillas en todas las jotas.
Desaparezco entre tus brazos
y ríes, Sulamita, y río, Salomón,
enhiesta mi negra vocación de hazmerreír
al sur de un blanco pez con voz y dientes extravírgenes.
Nuestros vecinos protestan por las carcajadas.
Siempre protestan por las carcajadas,
tan líquidas, tan fricativas y estridentes.
Nos debería dar vergüenza, piensan.
Pero nosotros no apagamos la luz.
No cerramos la ventana. No controlamos el volumen.
Ni siquiera seguimos un orden lógico
para nuestros escándalos.
Una jota en tu ombligo.
Dos jotas en tus corvas.
Jotas mayúsculas en tus axilas jóvenes.
Jotas cursivas en tus lunares más recónditos.
Juego de aes en tu espalda insaciable.
Manojito de mirra entre tus tetas, las tan histriónicas.
Juego de íes en tu cuello. Juego de oes es tu o.
Doble sudor interjectivo.
Y al fin todos los líquidos se filtran por las paredes
e inundan el silencio del vecino
tan coherente en su ritual de nudillos insomnes.
Ahora nos rascamos con todas las jotas,
en todas las jotas, con descaro de pez feliz

con las lenguas golosas en el rastreo de la sal.

Hay noches en que nos reímos en la cama
entre jadeos, jugos, jerigonzas y jitanjáforas, jodiendo.
Tan cómico el amor, tan payasezco el sexo.
Y nadie sabe ya, con tanta música
dónde empieza y acaba el espectáculo.

LOS ANIMALES

Amamos por instinto.
Olfateamos a la bestia del sexo contrario

incluso (a veces) a la del mismo sexo

y no pensamos en las consecuencias.

Los animales somos eso / animales.

A veces siento lástima de esos seres extraños

que se ponen a dudar de su nariz

a razonar el pálpito

a intentar traducir las palabrotas del olfato.



EL ERROR MÁS COMÚN DE LOS ENAMORADOS

Todos buscamos
el amor verdadero

como un íntimo grial

sin darnos cuenta del equívoco.

Lo necesario es encontrar

el verdadero amor

que es un grial público.

PORCENTAJES

El 99 % de los enamorados

se equivoca dos veces

cuando se enamora

y cuando se desenamora

El otro 1 % se equivoca siempre.


ANIMALADAS

Estoy pensando a qué animal nos parecemos

cuando el amor se va

y a cuál cuando el amor

es ese vidrio infame que lo deforma todo.

Y al fin lo he descubierto.

Cada uno es el ornitorrinco

que la otra parte crea.


FOTOS

Esos animales de metamorfosis

que me han vuelto razonable

                                     andré bretón

Me he puesto a mirar fotos de animales amándose

no fornicando / amándose

animales pecando a cara descubierta

diz que para conservar la especie

pero sus ojos desmienten la transacción genética

desautorizan cualquier enfoque baladí / se aman.

Son elefantes sobre la mítica tela de una araña.

Son arañas tejiendo el ajuar de dos pingüinos jóvenes.

Son pingüinos lagartos moscas perros osos tigres

gimiendo de placer ante el hocico insensible del fotógrafo

ante nuestra patética mirada de aprendices.

Y no aprenden nada.

QUIÉN SERÁ ESTE TIPO

Quién será este tipo que se levanta cada día

y se enamora de la mujer del prójimo

pero no lo dice / se limita a matricular

en un curso para ser prójimo él también

y punto.

Quién será este tipo que se levanta cada mañana

con remordimientos

y cabecea por los rincones

flagelándose con su propia voz

porque quiere ser prójimo y no puede.

Lleva varias décadas así.

Y la mujer del prójimo lo ve hundido entre papeles

untado de palabras jabonosas

y se cuelga del brazo del prójimo más prójimo

golpe bajo (bajísimo) y se va.

Quién será este tipo / me pregunto.

Quién será / quién será.

Su cara me parece conocida pero su llanto no.

Su miedo me parece conocido pero su risa no.

Su voz incluso me parece familiar

pero su letra sobre el papel me desconcierta.

abr
08
Añadido por Alexis Díaz Pimienta el 8 abril 2020 a las 11:02 am
No lo puedo evitar. “Cuanto esto acabe”, “cuando termine todo esto”, “cuando esto pase” son frases que recibo diariamente desde que empezó la cuarentena –por teléfono, por Whatsaap, por Messenger, por Telegram, por Instagram, de viva voz–, y no puedo evitar que me recuerden aquel “cuando acabe la guerra” de tantas películas.
Hace ya 26 años que llegué a España, por primera vez. Era mi primer viaje fuera de Cuba –mi primera “faster”–, y aún recuerdo mi cara de asombro, mi deslumbramiento: “¡Esto es Europa!”, “ahora sí”, “estoy en España”. Me acordaba de Martí, imaginaba sus destierros a la patria de sus padres. Y luego, me acordaba de Machado, de Lorca, de Quevedo, de Lope. España había salido, por fin, de mis libros de texto, de mis lecturas poéticas y mis películas y mis series de los años 80 –desde El discreto encanto de la Burguesía,hasta La Colmena o Mujeres al borde de un ataque de nervios; desde Cañas y Barros y Fortunata y Jacinta, hasta Turno de Oficio–; España se me había plantado, íntegra y real, frente a las narices. España era la T-1 en Barajas, que me parecía tan moderna entonces. Y Atocha. Y un Talgo que también me parecía enorme y modernísimo. España eran aquellos olivares, aquellos girasoles, miles españoles y españolas que, por primera vez, no eran turistas. No, el turista era yo. Y así llegué a Granada. Otra vez Lorca. Y a Almería. Esa desconocida. Y descubrí el blancor de mi amada Alpujarra, sus riscos y sus curvas, sus tinaos y sus castigaderos. Pero de pronto, entre décimas y quintillas improvisadas, entre nuevos sabores y vinos que ponían a prueba mi paladar ronero, mi mente inquieta hizo una especie de zoom-back cenital, o una toma aérea, o sea, mentalmente “abrí el plano” –efecto dron, aunque aún los drones no existían– y volví a decirme, “no, no estoy España, ¡esto es Europa!”, la vieja Europa. Recordé entonces tantas películas en torno a las guerras europeas. Y entre imágenes de la guerra civil española y de la Primera Guerra Mundial me estremecí imaginando aquel mismo paisaje en situación extrema, algo que, los cubanos de mi generación, solo habíamos vivido en el imaginario colectivo de una hipotética invasión a Cuba. Para nosotros el concepto “guerra” era eso, una sospecha, un temor, una amenaza, un concepto inducido por la prensa nacional, “por si las bombas”. Y he aquí que en mi cabeza visualicé las bombas reales sobre Europa, sobre esa mi España recién descubierta. Y en mi cabeza las fotos de guerra de Robert Cappa empezaron a moverse. Y los trenes, todos, comenzaron a rodar en blanco y negro, herrumbrosos, más metálicos que nunca. Y llegaron las colas, el hambre, el miedo, la palabra “muerte”. Recuerdo que mi cerebro –tan fabulista yo– comenzó a imaginarse las calles de Madrid desiertas y los refugios y la gente huyendo a encerrarse en sus casas. Recuerdo que me entristecía, sin decírselo a nadie, imaginando aquella situación extrema, aquellos ruidos de sirenas, alarma aérea, disparos, llantos. Todo muy en blanco y negro,  todo a la vez ruidoso y silencioso. Era raro. Había ruidos de sirenas, alarma aérea, disparos, llantos, pero a la vez silencio. En mi cabeza, España entera estaba sumida en un denso silencio. Se me mezclaban imágenes dictadas por los párrafos de la Historia de Españade Pierre Vilar –lectura adolescente–, con algunas imágenes fílmicas marca Hollywood. Y rodeado de risas y vinos y aplausos y quintillas y décimas improvisadas, yo sufría. Sin decírselo a nadie; es más, lo estoy contando ahora por primera vez. Me imaginaba a los padres de mis nuevos amigos en tiempo de post-guerra, niños descalzos, tristes, flacos; imaginaba a los abuelos de mis nuevos amigos jóvenes y en ropa de combate, o presos, o escondidos para no ser fusilados por uno u otro bando. E imaginaba las calles españolas desiertas. Barridas por el miedo. Purgadas por la muerte o el peligro de muerte. Como ahora. Como hoy mismo, 19 de marzo del año 2020. Yo nunca había visto nada igual. Yo, cubano. Yo, cubano-andaluz. Yo, fabulista nato, imaginador impenitente, incorregible, nunca imaginé un Madrid desierto, una ciudad de Almería con el ejército en las calles, una Sevilla silenciosa; jamás pensé convivir con millones de personas encerradas en sus casas, con miedo.
Sí, otro fantasma recorre Europa, y este no es metafórico. Un enemigo invisible que está ahí fuera, y nadie ve, y todos tememos. Las peores imágenes del cine catasfrofista –ese subgénero que ha subdegenerado tanto– toman cuerpo en España, como lo hicieron en Italia antes y en China primero. Recuerdo ahora unos versos apocalípticos de un viejo repentista cubano (Rafael Acosta) que se atrevió con un “cuasi haiku” radioactivo: “Después del desastre / la señora radioactividad / anda hablando a solas”. Miro por el balcón de mi casa, hacia la calle y no, no es la señora Radioactividad. Es el señor Silencio. El silencio habla solo por las calles de Sevilla. Y por las de Madrid. Y en Almería, en Barcelona, en Valencia, en toda España. El señor Silencio sale a comprar el pan y se pone en la cola, pero a un metro de distancia de la Señora Preocupación, que está a un metro de distancia del Señor Miedo, que a su vez guarda un metro de distancia del Señor Qué Pasará Mañana. Y el señor Qué Pasará Mañana lleva un mascarilla puesta, y guantes, y mira con prudente desazón a la señora Cuando Esto Acabe, que, por cierto, es la única de todos que sonríe. Bajo su mascarilla –o “nasobuco”, ese hermoso neologismo cubano– se nota su sonrisa picarona. Es la señora Cuando Esto Acabe ese ejemplar de humanos que, en situaciones como estas, da esperanza, luz, ánimo, seguridad, que ayudan a vivir, a que sobrevivamos. Gente tan necesaria, digo yo. La Señora Cuando Esto acabe está en la cola, tan tranquila, y mientras los demás estamos serios, cariacontecidos, pensando en nuestros padres o abuelos –tan mayores–, en nuestros hijos –tan jóvenes–, en nuestras parejas –tan queridas–, en nuestros amigos –tan necesarios–, en la cuota de desconocidos que nos toca –tan inevitables como útiles para el equilibrio del entramado social– ella, tan sabia y luminosa, solo está pensando en el día de después, en cuando esto acabe, cuando esto pase, cuando termine la Guerra del COVID, este acontecimiento histórico.
                Pienso entonces, egoísta yo en mi esencia más literaria, que a mí, al insignificante ser humano con la etiqueta nominal Alexis Díaz-Pimienta, no me había tocado vivir aún ningún acontecimiento histórico de grandes magnitudes. Excepcional, único, de dimensiones lamentablemente épicas. Y este lo es, seguro. Yo nunca había vivido nada igual. Los grandes hechos de la historia, al menos para mí, estaban en los libros, en las fotos, en los filmes (sobre todo en los documentales). Y heme aquí, encerrado en casa, lavándome las manos como un poseso, buscando geles, mascarillas, comida de contingencia. Heme envuelto en mi heroicidad doméstica, tan individual que tiene efecto colectivo. Heme aquí mirando a mis prójimos más próximos con prudente distancia, con preocupación sincera. Somos, todos, tristes protagonistas de una guerra epidémica. Y entonces pienso en África. Tantas veces ha sido África el escenario de este tipo de guerras, y desde aquí, desde España, desde la fría Europa, se veía tan lejos. Pienso en América Latina, tan desigual en todas sus desigualdades. Pienso en Cuba, tan mía, tan lejos, tan poco preparada para lo que le viene encima –nadie lo está lo suficiente. Pienso en mi familia. Pienso en esos inesperados acontecimientos que cambian la historia de la humanidad y del mundo, ya para siempre. La peste medieval. Los viajes de Colón. Las dos Guerras Mundiales. El viaje al espacio. El 11-S. La pandemia del COVID-19.
Y no me vengo abajo, no, porque las personas, todas, tenemos una válvula secreta que se activa en momentos extremos. Como este. Entonces, sin pensarlo dos veces, me pongo a cantar décimas, y a pensar en mis próximos cursos online para enseñar la décima a grandes y pequeños desde las redes;  y a editar vídeos, y a escribir, mi verdadera máscara para la supervivencia. Y pienso que debo tomar el teléfono y decirle a mis hijos: “Cuando esto acabe iré corriendo a darles un abrazo y un beso que les dure hasta la próxima gran crisis”. Y decirle a mis ex: “Cuando esto acabe iré corriendo a abrazarlas y a agradecerles los tantos años juntos, los hermosos momentos que hemos vivido y disfrutado”. Y a mis amigos: “Cuando esto acabe los iré a visitar, compraré ron, sacaré el dominó, leeremos poemas, cantaremos canciones, reiremos a mandíbula batiente como antes”. Y a mi pareja: “Cuando esto acabe seguirnos confinados en el amor, en la compañía, en la empatía, en el cariño preocupado”. Y a mi madre, que está empezando a escribir décimas a sus 80 años: “Mamá, cuando esto acabe nos quedarán 80 años más para quererte mucho, para cuidarte y agradecerte y admirarte”. Y a mis hermanos: “Cuando esto acabe, bróders, asaremos un puerco, compraremos cervezas, hablaremos en voz altísima hasta escandalizar a los vecinos, improvisaremos décimas como unos descocidos”. Y a la cuota de desconocidos que me corresponde: “¡Ey, ustedes!: cuando esto acabe nos cruzaremos otra vez por las calles, dentro de los ascensores, en el transporte público, y nos sonreiremos todos, y nos diremos ‘hola’, ‘buenos días’, ‘gracias’, ‘vaya usted con Dios’, aunque no seamos creyentes. Y así todo el tiempo: “Cuando esto acabe”, “cuando esto acabe, “cuando esto acabe”. Pero entonces la señora Cuando Esto Acabe, que lo sabe todo y lo oye todo –hasta los pensamientos–, me mira sonrisueña detrás del nasobuco, a un metro de distancia,  me guiña un ojo y me dice, casi sin mover los labios: “¡Eres un copión!”, con un tono infantil indescriptible. Y ya está: sonriendo yo también, pienso en mis nietas.


Alexis Díaz-Pimienta
Sevilla, 19 de marzo de 2020

(Publicado originalmente en la revista Yorobuko)