"Uno de los mejores narradores cubanos de la hora presente"
(Juan Bonilla)

Del Blog de Díaz-Pimienta

mar
25
Añadido por Alexis Díaz Pimienta el 25 marzo 2021 a las 11:15 am


Por Leidys Hernández Lima




La temática del humor ha estado presente en todas las manifestaciones artísticas. La poesía, específicamente la décima, es un ejemplo de las diferentes variantes en las que se puede encontrar el humorismo, no siempre para reír, otras veces ha sido para reflexionar. 


En Cuba, existen desde hace mucho tiempo, expertos como Chanito Isidrón, Justo Vega, Adolfo Alfonso, Adolfo Martí o Rigoberto Rizo, Bernaldo Cárdenas, el Profesor Espinosa, otros más contemporáneos como Raúl Herrera, Emiliano Sardiñas, Julito Martínez, Tomasita Quiala, Miguel Herrera, y José Manuel Silverio, con este último ralitura Habana conversó para esta entrevista.


¿Silverio, cómo llegaste a la improvisación?


En realidad empecé a improvisar, lo que es improvisar de verdad, a los 19 años, pero desde los seis años ya decía décimas con un tío mío. Eso era todos los días, ¡décimas, aprendidas claro!


Luego me gradué de la segunda promoción de los seminarios de profesores de improvisación creados por Alexis Díaz Pimienta. Los talleres son la base de la tradición, de las raíces donde se nutre el presente y futuro de nuestra cultura.


¿Y al humor?


Mi aventura con el humor surgió de forma natural, yo no hacía humor desde el comienzoquizás porque soy una persona muy alegre finalmente terminé haciendo humorismo, aunque no dejo de hacer repentismo serio. 


A veces el propio público es quien define qué tipo de repentismo es el que harás, a mí me llevó por el humor. En los guateques me gusta cantar serio, al igual que en actividades importantes, pero ya en fiestas populares, en escenarios donde el público tenga el ánimo decaído, ahí lo que hago es humor. En Palmas y Caña yo comencé con el humor, y al final es lo que más he hecho”.


¿Se puede hacer humor serio?


Claro que sí, el mejor ejemplo es Bernardo Cárdenas, hacía un humor inteligente.


De lejos, con ojos de espectadoresse pudiera decir que existe cierto prejuicio hacia los repentistas humorísticos, ¿será verdad?


Claro que hay un prejuicio hacia los repentistas humorísticos, es como una enfermedad en los directivos de algunos lugares, creen que los humoristas no pueden cantar serio, y están muy equivocados. Los poetas que hacen repentismo serio en la mayoría de los casos no se comprometen a hacer humor, tal vez sea porque no lo llevan dentro, no les nace, a veces cuando algunos se atreven queda muy forzado. En una controversia entre un repentista serio y uno humorístico,  casi siempre el que hace humor sede al otro, rara vez terminan haciendo algo cómico.


La cantidad de oportunidades que tienen los que hacen repentismo serio o humorístico no son las mismas, a veces el humor se queda rezagado; un ejemplo es EmilianoSardiñas, que prácticamente no va a canturías serias, y eso es por el prejuicio porque piensan que el que ha hecho humor toda la vida en radio y televisión  no puede hacer otra cosa y hacerla bien.


Por lo general a los humoristas nos ponen de abridores en una canturía y el plato fuerte son los repentistas serios, pero a mí siempre me han dicho que nunca está escrito cuál controversia va a ser la mejor, si la primera o la última, eso depende del día de cada uno. La selección de las parejas siempre es en dependencia del criterio del que organiza la fiesta, claro que está vigente el prejuicio, siempre pasa igual.







¿Y te has quedado sin cantar por hacer humor?


Nunca me ha pasado que alguien no quiera cantar conmigo por el tema del humor.


Y los poetas “serios” ¿cómo ven el humor?


“Luis Quintana es un ejemplo a la inversa, es un repentista muy serio pero que hace décimas humorísticas escritas muy buenas. Sin embargo no improvisa temas humorísticos, prefiere permanecer en el estrato más serio, y eso que cuando las dice en su performance lo hace muy bien.


El humor en Cuba, de forma general, ha decaído en la forma de presentarse, en mucha ocasiones temas como el racismo, la homosexualidad, el  machismo, son recurrentes para hacer chistes fáciles, ¿ocurre igual en el repentismo?


Siempre hay que respetar al público, un ejemplo de eso es Chanito Isidrón, nunca arremetía contra el público sino que improvisaba a costilla de él mismo, se decía flaco, narizón…” 


Al que le guste el humor rimado, en décimas, ¿a dónde debe ir para disfrutar de los poetas?


No hay suficientes espacios para la promoción del repentismo humorístico, yo creo que estamos en extinciónpor el irrespeto que hay de forma general a la música campesinapor ejemplo en Villa Clara hay que luchar a capa y espada para que nos respeten un poco, hay veces que los dirigentes se dejan llevar por sus gustos, y si no les interesa pues se les olvida la tradición campesina.


¿Cuáles son los referentes del humor para Silverio?


Mis referentes dentro de la décima humorística son Chanito, Rizo, Bernaldito, el Profesor Espinosa, esos son los clásicos, y de los que hoy aún están activos me gusta Raúl Herrera y Emiliano Sardiñas. Raúl Herrera es al repentista más fuerte en el humor al que me he enfrentado, aunque Emiliano también es peligroso.


Recuerdo con agrado una controversia que hice con Emiliano en Amancio Rodríguez, en Las Tunas, se me ocurrió una redondilla que me garantizó todos los aplausos del público, le dije:


Déjate de jijijí,

de trucos y de maraña

que aquí lo que se da es caña

no plátano ni maní.


Yo aprendí que hay que tener el termómetro del lugar donde estás, hay que saber cuándo hacer un corto circuito y sacar chispa o seguir en algo serio.


¿Cuál es mayor deseo de Silverio como poeta?


Que se acaben los prejuicios, que nos entiendan y que nos dejen entrar más en los guateques importantes. Que viva el repentismo, que viva la décima humorística, que viva la tradición”.


En abril de 2021 saldrá a la luz en Italia mi novela Prisionero del agua, en la editorial Besa, de Milán, con excelente traducción de Barbara Bertoni y prólogo del escritor Carlos Pintado, poeta y narrador también cubano residente en Estados Unidos. Me alegra compartir con los lectores de mi blog su hermoso prólogo a esta edición.



Por Carlos Pintado

 

 

Había miedo, pero también
la sensación de haber leído una obra maestra… Y el miedo soplaba, rezumaba,
abrazaba como un amigo, hablaba como un personaje entrañable; el miedo en todas
las formas posibles: el miedo hecho tierra (¿isla?), agua, aire, el miedo hecho
memoria, el miedo hecho amor, el miedo hecho sexo, el miedo hecho miedo.

Si comienzo hablando de
miedo es porque, en esta novela -en la que flotan cuatro grandes (y
complejísimos) personajes protagónicos (Pepe Gibara, Gustavo Enríquez, Lorenzo
al Cubo y Enildo Niebla)-, el miedo se convierte en ese otro quinto personaje que
se escurre entre ellos, fantasmal y terrible, jugándoles el destino como si de
trágicos héroes modernos se tratase, moviendo borgeanamente al Dios (al autor
en este caso) que moverá al jugador (los personajes, claro) para que éstos
muevan las piezas (nosotros, los lectores) en un prodigio de narración y
velocidad alucinantes.

Porque, a no dudarlo,
podemos imaginar Prisionero del agua como una Odisea actual: cada
personaje -incluso los secundarios- huyen o persiguen algo, mitifican un lugar,
un país –Cuba, USA, para ser exactos– que deberán perder o ganar más tarde o
más temprano, o negar como esos paraísos imposibles que solo se consiguen en la
literatura, en la buena literatura, como lo es ésta. Cada barrio –El Diezmero, Luyanó,
etc.– es el sueño de la ciudad produciendo monstruos, sus monstruos, tocados
por la belleza y el sueño, imantados a la palabra, ese redil sagrado que tan
fácil se le da a Alexis Diaz Pimienta. Y entre todos ellos está ese prodigio de
personaje faro que es Enildo Niebla, asmático, descendiente de mártires, memorioso
como Funes, todo un Casanova cubano prisionero de nada y de todo, arrastrado y
arrastrándose por amor, ardiendo en esa llama humana e interminable que se
llama Yindra, especie de diosa tropical y femme
fatal
, una suerte de Cecilia Valdés moderna, pero mucho más compleja y sensual,
mucho más despierta y viva, que la del buen Cirilo.

Leo página tras página de
esta pageturner caribeña aunque quizás leer no sea el verbo preciso; más que leer, braceo con felicidad
porque al igual que El Viejo y el Mar, La Vida de Pi o Mobydick,
ésta es, también, una gran novela de mar (no deja de parecerme raro que, en
una isla tan pródiga en historias y en mar como lo es Cuba, naturalmente, no
abunden las grandes novelas de éste tipo) e al igual que ellas, éste es un mar
que simboliza un fatum inextricable, epopéyico; el mar también como una
circunstancia por todas partes, bendición-maldición a ratos.

Pero Prisionero pronto
toma distancia de todo y agrega otra extraña delicia a la narración: si bien algunas
novelas donde el mar interviene, tienden a olvidar deliberadamente el pasado de
sus protagonistas en tierra firme, priorizando quizás las futuras aventuras, en
esta el escritor nos bifurca la historia (en flashbacks o diálogos y
narraciones telescópicas e inicia algo casi insólito: nos reconstruye no solo
el pasado de Enildo Niebla, su gran e indiscutible protagonista, sino también
la historia de su madre, padre, su abuela, sus abuelos, y de sus amigos y de
los padres de sus amigos, insertando en la ficción una casi novela histórica en
lo que nos maravilla la reconstrucción del detalle (el demiurgo Pimienta es un envidiable
constructor de detalles) erigiendo la historia como una catedral. O puede que tal
vez no sea una novela histórica pero sí de historia, o una novela de personajes
que protagonizan o ficcionan momentos
históricos.  Pericia narrativa o
narración sinérgica, ficción que trasluce realidad, levísima y genial línea en
donde no sabremos -como esa línea en la que agua y cielo se confunden – dónde termina
la realidad, dónde comienza la ficción.

                                       II

Novela felizmente
inclasificable como son las buenas novelas que se resisten a toda etiqueta, no
dejo de cuestionarme si es una novela sobre la amistad o la construcción de la
amistad, o sobre la nostalgia o el amor o sobre esos irrepetibles momentos en
los que tenemos que decidir en qué cuerpo o ciudad o barrio vamos a salvarnos.

O
es acaso una novela sobre la memoria, la real o inventada, o la salvación de
una memoria.

“La
memoria es un don”. Dice el narrador en una de sus páginas como si estuviera
escuchando mi cuestionamiento. Y se me ocurre que algo en la novela, en su
técnica, en su desplazamiento temático-temporal tiene esos ensalzados recovecos
narrativos que engendra la Memoria y que, de un centelleo, pudieran aniquilar
esa otra ficción creada por lo humanos llamada tiempo. Cuándo el autor nos
lanza a ese regreso al pasado que fueron los duros años 80, con la crisis del
Mariel, o la infancia de ese niño-personaje que pasó seis meses sin nombre o
nos vuelve al futuro (acaso presente) en donde otro personaje más, igual de memorable,
envidiablemente construido, intenta nadar (aunque más que nadar, traga agua;
más que nadar, agoniza; más que hundirse, nos hunde a nosotros con él).

¿No es esto la
confirmación de un autor que sabe contar su historia de la mejor manera
posible? Pienso que sí.

                                               III

“El agua es una cosa
viva, que se asusta si los demás se asustan”. También esta novela es una cosa
viva; también se asusta si quienes la leemos nos asustamos. Y el autor lo sabe.
Novela de grandes tragedias personales, elucubrados conflictos, novela
realista, hiperreal, novela de pérdidas y encuentros, de geniales pasajes
poéticos con bellísimos homenajes a otros autores y obras, novela redonda y
luminosa, musical, una novela orfeón, escrita con pulso de oro. Y también una
novela humanísima en la que cada acción o decisión de un personaje va a
cambiarle el mundo o la vida a otro. ¿Hasta qué punto está uno dispuesto a
arriesgarlo todo por amor? ¿Hasta dónde una fiesta de santos –con un banquete
que quizás supere al festín de Babette de Isak Dinesen– pueda revelarnos, por
un instante, el pasado, el presente y el futuro de algún personaje? 

 

                                               IV


Había mucho amor también,
y la sensación de leer esta gran novela como si acercásemos nuestro rostro al
pecho de alguien que queremos y, en ese latir rumoroso, soplo de algo que
llamamos vida, descubriéramos a un novelista que sabe rasgar como pocos esa
niebla que flota sobre las aguas hasta mostrarnos el cuerpo del ahogado más
hermoso del mundo
, casi una islita de carne magra vagando sin destino.

 

                                

En abril de 2021 saldrá a la luz en Italia mi novela Prisionero del agua, en la editorial Besa, de Milán, con excelente traducción de Barbara Bertoni y prólogo del escritor Carlos Pintado, poeta y narrador también cubano residente en Estados Unidos. Me alegra compartir con los lectores de mi blog su hermoso prólogo a esta edición.



Por Carlos Pintado

 

 

Había miedo, pero también
la sensación de haber leído una obra maestra… Y el miedo soplaba, rezumaba,
abrazaba como un amigo, hablaba como un personaje entrañable; el miedo en todas
las formas posibles: el miedo hecho tierra (¿isla?), agua, aire, el miedo hecho
memoria, el miedo hecho amor, el miedo hecho sexo, el miedo hecho miedo.

Si comienzo hablando de
miedo es porque, en esta novela -en la que flotan cuatro grandes (y
complejísimos) personajes protagónicos (Pepe Gibara, Gustavo Enríquez, Lorenzo
al Cubo y Enildo Niebla)-, el miedo se convierte en ese otro quinto personaje que
se escurre entre ellos, fantasmal y terrible, jugándoles el destino como si de
trágicos héroes modernos se tratase, moviendo borgeanamente al Dios (al autor
en este caso) que moverá al jugador (los personajes, claro) para que éstos
muevan las piezas (nosotros, los lectores) en un prodigio de narración y
velocidad alucinantes.

Porque, a no dudarlo,
podemos imaginar Prisionero del agua como una Odisea actual: cada
personaje -incluso los secundarios- huyen o persiguen algo, mitifican un lugar,
un país –Cuba, USA, para ser exactos– que deberán perder o ganar más tarde o
más temprano, o negar como esos paraísos imposibles que solo se consiguen en la
literatura, en la buena literatura, como lo es ésta. Cada barrio –El Diezmero, Luyanó,
etc.– es el sueño de la ciudad produciendo monstruos, sus monstruos, tocados
por la belleza y el sueño, imantados a la palabra, ese redil sagrado que tan
fácil se le da a Alexis Diaz Pimienta. Y entre todos ellos está ese prodigio de
personaje faro que es Enildo Niebla, asmático, descendiente de mártires, memorioso
como Funes, todo un Casanova cubano prisionero de nada y de todo, arrastrado y
arrastrándose por amor, ardiendo en esa llama humana e interminable que se
llama Yindra, especie de diosa tropical y femme
fatal
, una suerte de Cecilia Valdés moderna, pero mucho más compleja y sensual,
mucho más despierta y viva, que la del buen Cirilo.

Leo página tras página de
esta pageturner caribeña aunque quizás leer no sea el verbo preciso; más que leer, braceo con felicidad
porque al igual que El Viejo y el Mar, La Vida de Pi o Mobydick,
ésta es, también, una gran novela de mar (no deja de parecerme raro que, en
una isla tan pródiga en historias y en mar como lo es Cuba, naturalmente, no
abunden las grandes novelas de éste tipo) e al igual que ellas, éste es un mar
que simboliza un fatum inextricable, epopéyico; el mar también como una
circunstancia por todas partes, bendición-maldición a ratos.

Pero Prisionero pronto
toma distancia de todo y agrega otra extraña delicia a la narración: si bien algunas
novelas donde el mar interviene, tienden a olvidar deliberadamente el pasado de
sus protagonistas en tierra firme, priorizando quizás las futuras aventuras, en
esta el escritor nos bifurca la historia (en flashbacks o diálogos y
narraciones telescópicas e inicia algo casi insólito: nos reconstruye no solo
el pasado de Enildo Niebla, su gran e indiscutible protagonista, sino también
la historia de su madre, padre, su abuela, sus abuelos, y de sus amigos y de
los padres de sus amigos, insertando en la ficción una casi novela histórica en
lo que nos maravilla la reconstrucción del detalle (el demiurgo Pimienta es un envidiable
constructor de detalles) erigiendo la historia como una catedral. O puede que tal
vez no sea una novela histórica pero sí de historia, o una novela de personajes
que protagonizan o ficcionan momentos
históricos.  Pericia narrativa o
narración sinérgica, ficción que trasluce realidad, levísima y genial línea en
donde no sabremos -como esa línea en la que agua y cielo se confunden – dónde termina
la realidad, dónde comienza la ficción.

                                       II

Novela felizmente
inclasificable como son las buenas novelas que se resisten a toda etiqueta, no
dejo de cuestionarme si es una novela sobre la amistad o la construcción de la
amistad, o sobre la nostalgia o el amor o sobre esos irrepetibles momentos en
los que tenemos que decidir en qué cuerpo o ciudad o barrio vamos a salvarnos.

O
es acaso una novela sobre la memoria, la real o inventada, o la salvación de
una memoria.

“La
memoria es un don”. Dice el narrador en una de sus páginas como si estuviera
escuchando mi cuestionamiento. Y se me ocurre que algo en la novela, en su
técnica, en su desplazamiento temático-temporal tiene esos ensalzados recovecos
narrativos que engendra la Memoria y que, de un centelleo, pudieran aniquilar
esa otra ficción creada por lo humanos llamada tiempo. Cuándo el autor nos
lanza a ese regreso al pasado que fueron los duros años 80, con la crisis del
Mariel, o la infancia de ese niño-personaje que pasó seis meses sin nombre o
nos vuelve al futuro (acaso presente) en donde otro personaje más, igual de memorable,
envidiablemente construido, intenta nadar (aunque más que nadar, traga agua;
más que nadar, agoniza; más que hundirse, nos hunde a nosotros con él).

¿No es esto la
confirmación de un autor que sabe contar su historia de la mejor manera
posible? Pienso que sí.

                                               III

“El agua es una cosa
viva, que se asusta si los demás se asustan”. También esta novela es una cosa
viva; también se asusta si quienes la leemos nos asustamos. Y el autor lo sabe.
Novela de grandes tragedias personales, elucubrados conflictos, novela
realista, hiperreal, novela de pérdidas y encuentros, de geniales pasajes
poéticos con bellísimos homenajes a otros autores y obras, novela redonda y
luminosa, musical, una novela orfeón, escrita con pulso de oro. Y también una
novela humanísima en la que cada acción o decisión de un personaje va a
cambiarle el mundo o la vida a otro. ¿Hasta qué punto está uno dispuesto a
arriesgarlo todo por amor? ¿Hasta dónde una fiesta de santos –con un banquete
que quizás supere al festín de Babette de Isak Dinesen– pueda revelarnos, por
un instante, el pasado, el presente y el futuro de algún personaje? 

 

                                               IV


Había mucho amor también,
y la sensación de leer esta gran novela como si acercásemos nuestro rostro al
pecho de alguien que queremos y, en ese latir rumoroso, soplo de algo que
llamamos vida, descubriéramos a un novelista que sabe rasgar como pocos esa
niebla que flota sobre las aguas hasta mostrarnos el cuerpo del ahogado más
hermoso del mundo
, casi una islita de carne magra vagando sin destino.

 

                                

En abril de 2021 saldrá a la luz en Italia mi novela Prisionero del agua, en la editorial Besa, de Milán, con excelente traducción de Barbara Bertoni y prólogo del escritor Carlos Pintado, poeta y narrador también cubano residente en Estados Unidos. Me alegra compartir con los lectores de mi blog su hermoso prólogo a esta edición.



Por Carlos Pintado

 

 

Había miedo, pero también la sensación de haber leído una obra maestra… Y el miedo soplaba, rezumaba, abrazaba como un amigo, hablaba como un personaje entrañable; el miedo en todas las formas posibles: el miedo hecho tierra (¿isla?), agua, aire, el miedo hecho memoria, el miedo hecho amor, el miedo hecho sexo, el miedo hecho miedo.

Si comienzo hablando de miedo es porque, en esta novela -en la que flotan cuatro grandes (y complejísimos) personajes protagónicos (Pepe Gibara, Gustavo Enríquez, Lorenzo al Cubo y Enildo Niebla)-, el miedo se convierte en ese otro quinto personaje que se escurre entre ellos, fantasmal y terrible, jugándoles el destino como si de trágicos héroes modernos se tratase, moviendo borgeanamente al Dios (al autor en este caso) que moverá al jugador (los personajes, claro) para que éstos muevan las piezas (nosotros, los lectores) en un prodigio de narración y velocidad alucinantes.

Porque, a no dudarlo, podemos imaginar Prisionero del agua como una Odisea actual: cada personaje -incluso los secundarios- huyen o persiguen algo, mitifican un lugar, un país –Cuba, USA, para ser exactos– que deberán perder o ganar más tarde o más temprano, o negar como esos paraísos imposibles que solo se consiguen en la literatura, en la buena literatura, como lo es ésta. Cada barrio –El Diezmero, Luyanó, etc.– es el sueño de la ciudad produciendo monstruos, sus monstruos, tocados por la belleza y el sueño, imantados a la palabra, ese redil sagrado que tan fácil se le da a Alexis Diaz Pimienta. Y entre todos ellos está ese prodigio de personaje faro que es Enildo Niebla, asmático, descendiente de mártires, memorioso como Funes, todo un Casanova cubano prisionero de nada y de todo, arrastrado y arrastrándose por amor, ardiendo en esa llama humana e interminable que se llama Yindra, especie de diosa tropical y femme fatal, una suerte de Cecilia Valdés moderna, pero mucho más compleja y sensual, mucho más despierta y viva, que la del buen Cirilo.

Leo página tras página de esta pageturner caribeña aunque quizás leer no sea el verbo preciso; más que leer, braceo con felicidad porque al igual que El Viejo y el Mar, La Vida de Pi o Mobydick, ésta es, también, una gran novela de mar (no deja de parecerme raro que, en una isla tan pródiga en historias y en mar como lo es Cuba, naturalmente, no abunden las grandes novelas de éste tipo) e al igual que ellas, éste es un mar que simboliza un fatum inextricable, epopéyico; el mar también como una circunstancia por todas partes, bendición-maldición a ratos.

Pero Prisionero pronto toma distancia de todo y agrega otra extraña delicia a la narración: si bien algunas novelas donde el mar interviene, tienden a olvidar deliberadamente el pasado de sus protagonistas en tierra firme, priorizando quizás las futuras aventuras, en esta el escritor nos bifurca la historia (en flashbacks o diálogos y narraciones telescópicas e inicia algo casi insólito: nos reconstruye no solo el pasado de Enildo Niebla, su gran e indiscutible protagonista, sino también la historia de su madre, padre, su abuela, sus abuelos, y de sus amigos y de los padres de sus amigos, insertando en la ficción una casi novela histórica en lo que nos maravilla la reconstrucción del detalle (el demiurgo Pimienta es un envidiable constructor de detalles) erigiendo la historia como una catedral. O puede que tal vez no sea una novela histórica pero sí de historia, o una novela de personajes que protagonizan o ficcionan momentos históricos.  Pericia narrativa o narración sinérgica, ficción que trasluce realidad, levísima y genial línea en donde no sabremos -como esa línea en la que agua y cielo se confunden – dónde termina la realidad, dónde comienza la ficción.

                                       II

Novela felizmente inclasificable como son las buenas novelas que se resisten a toda etiqueta, no dejo de cuestionarme si es una novela sobre la amistad o la construcción de la amistad, o sobre la nostalgia o el amor o sobre esos irrepetibles momentos en los que tenemos que decidir en qué cuerpo o ciudad o barrio vamos a salvarnos.

O es acaso una novela sobre la memoria, la real o inventada, o la salvación de una memoria.

“La memoria es un don”. Dice el narrador en una de sus páginas como si estuviera escuchando mi cuestionamiento. Y se me ocurre que algo en la novela, en su técnica, en su desplazamiento temático-temporal tiene esos ensalzados recovecos narrativos que engendra la Memoria y que, de un centelleo, pudieran aniquilar esa otra ficción creada por lo humanos llamada tiempo. Cuándo el autor nos lanza a ese regreso al pasado que fueron los duros años 80, con la crisis del Mariel, o la infancia de ese niño-personaje que pasó seis meses sin nombre o nos vuelve al futuro (acaso presente) en donde otro personaje más, igual de memorable, envidiablemente construido, intenta nadar (aunque más que nadar, traga agua; más que nadar, agoniza; más que hundirse, nos hunde a nosotros con él).

¿No es esto la confirmación de un autor que sabe contar su historia de la mejor manera posible? Pienso que sí.

                                               III

“El agua es una cosa viva, que se asusta si los demás se asustan”. También esta novela es una cosa viva; también se asusta si quienes la leemos nos asustamos. Y el autor lo sabe. Novela de grandes tragedias personales, elucubrados conflictos, novela realista, hiperreal, novela de pérdidas y encuentros, de geniales pasajes poéticos con bellísimos homenajes a otros autores y obras, novela redonda y luminosa, musical, una novela orfeón, escrita con pulso de oro. Y también una novela humanísima en la que cada acción o decisión de un personaje va a cambiarle el mundo o la vida a otro. ¿Hasta qué punto está uno dispuesto a arriesgarlo todo por amor? ¿Hasta dónde una fiesta de santos –con un banquete que quizás supere al festín de Babette de Isak Dinesen– pueda revelarnos, por un instante, el pasado, el presente y el futuro de algún personaje? 

 

                                               IV


Había mucho amor también, y la sensación de leer esta gran novela como si acercásemos nuestro rostro al pecho de alguien que queremos y, en ese latir rumoroso, soplo de algo que llamamos vida, descubriéramos a un novelista que sabe rasgar como pocos esa niebla que flota sobre las aguas hasta mostrarnos el cuerpo del ahogado más hermoso del mundo, casi una islita de carne magra vagando sin destino.