"Uno de los mejores narradores cubanos de la hora presente"
(Juan Bonilla)

Del Blog de Díaz-Pimienta

oct
30
Añadido por Alexis Díaz Pimienta el 30 octubre 2023 a las 2:52 pm

 

Madrugo. Mi cama enviuda, 

aunque yo no me haya muerto.

Madrugo. Es decir, despierto

para ver si Dios me ayuda.

Hay una luz tartamuda 

manoseando la ventana.

A esta hora de la mañana 

ni las calles están puestas.

“No sé para qué te acuestas”,

dice mi sábana. Y gana 

la apuesta que había hecho 

con mis zapatos y el pan.

“No hagas caso al qué dirán”, 

me dice, en voz baja, el techo.

Estiro el brazo derecho.

Bostezo con estrabismo.

Madrugué. Me da lo mismo.

No está Lisset. Sobra cama.

El baño abierto me llama.

Me levanto. ¿Priapismo?

Lo eréctil, accidental.

Más fisio que psicológico.

Más tonto que escatológico.

Zoológico y no sexual.

La micción llega al final

y me aseo. Cara. Manos.

Dientes. Los seres humanos 

somos frikis del aseo.

En el espejo me veo 

un yonqui de vicios sanos.

Yonqui de la transferencia.

Yonqui de ceros y unos. 

Yonqui de los desayunos.

Yonqui de la inteligencia.

Yonqui del amor, su esencia

y estructura circular.

Amar porque para amar 

alguien te ama y si te ama 

uno ama ese amor que ama-

manta tu forma de amar-

telarte en la piel ajena 

(que es tu piel cuando se juntan 

y los poros ni preguntan,

hablan con la boca llena).

Simpática es esta escena:

poeta en paños menores 

indagando en pormenores 

del aseo personal 

y contándole al cristal 

la esencia de sus amores.

Guardo la pasta dental.

Cierro el grifo (en Cuba, “llave”).

El agua piensa que sabe 

más que yo. A mí me da igual.

La dejo con su fractal 

equívoco H2O.

El agua, el cristal y yo

somos ahora un tres-en-uno.

La palabra “desayuno”

salta desde mi reló.

7 y 10 de la mañana.

A las 9 sale el tren.

Decido ducharme. Bien.

Aplaude mi parte humana.

Adiós, ropa. Agua temprana.

Blanca espuma y negra piel.

Blando discurso del gel.

Gritos del agua caliente.

Vaho semitransparente.

Sueño que se va a granel.

Salgo envuelto en la toalla.

Voy al cuarto. Calzoncillo.

Complicidad del anillo.

El reló dando la talla.

Mi camisa no se calla.

Mi pantalón dice “voy”.

Mis zapatos, “ aquí estoy”

Mis calcetines también.

Todo les parece bien.

No sé qué sucede hoy.

Voy a la cocina. El pan

le hace una seña al café 

y el café habla con el té 

y el té le cuenta mi plan 

a la mantequilla … ¿Están 

mis “amigos” complotados

para que con 12 grados 

de temperatura afuera 

yo encuentre alguna manera

de ser feliz a su lado?

Son las y 20. Las 7.

Todo el mundo en mi cocina 

sabe , acepta o imagina 

que viajo rumbo a Albacete.

“Vete ya”. “Quédate”. “Vete”.

“No vayas”. “¿A dónde vas?”

Lo que no saben quizás 

es que Albacete no es 

destino final. Después

sigo para Murcia. Es más,

¿mi destino final? Mula.

El festival “Epicentro”.

Espectacular encuentro 

que el espíritu estimula.

Juega el viento al hula-hula 

con una hoja en la ventana.

Me como media manzana

mientras se calienta el pan.

El café del Covirán

es distinto al de La Habana.

Galopa la cafetera.

El olor lo invade todo.

Doblo el hambre y lo acomodo 

sobre el trozo de madera 

donde corté el pan. Afuera 

sol y frío cambian rol.

Es egocéntrico el sol.

Es bético y sevillista.

Es machista y feminista.

Habla en perfecto octoñol.

Voy tarde. Miro la hora.

Revisto el pan con paté,

le borro el humo al café 

y mi lengua se enamora.

Voy al cuarto. Aquí y ahora 

toca vestirse y salir.

Ayer, antes de dormir

dejé lista la maleta.

“Qué bien lo has hecho, poeta”,

dice el sol. Se echa a reír.

“Llama a un Uber”, dice el viento.

“O un taxi”, aconseja el frío.

Mi teléfono es tan mío 

que llama un taxi al momento.

Batería al 100%.

Mochila, bolso, maleta.

“Qué bien lo has hecho, poeta”,

me repite el sol, burlón.

El sol tiene aliento a ron.

El sol es bohemio. Un jeta.

Salgo. Llamo al ascensor.

Bajo. Me pongo en la acera.

La temperatura afuera 

es varios grados menor.

No hay nadie a mi alrededor.

Coches. Árboles. Basura.

El frío me desfigura 

la cara de niño bueno.

Un frío otoñal, obsceno.

Un frío con calentura.

Llega el taxi. “A Santa Justa”.

“Buenos días”. “Buenos días”.

En la ventanilla estrías

de humedad. No me disgusta.

Chófer de cara robusta 

y silencio almidonado.

Poco tráfico. A mi lado 

pasan más coches sonámbulos.

O bohemios. O noctámbulos.

Otros yo que han madrugado.

Va tan callado el taxista 

que esto parece un secuestro.

¿Y si le hablo y le demuestro 

qu soy un jodido artista?

No lo hago. A simple vista

se oye que no quiere hablar.

Ya está. Vamos a llegar 

muy rápido a la estación.

Cuando no hay conversación 

no es lejos ningún lugar.

Llego. Pago. No hay propina.

Pago el viaje con tarjeta.

Saco mochila y maleta.

El sol me mira y no opina.

Se va el taxi. Era un Festina.

Entro en la estación puntual.

Me da tiempo, menos mal ,

para un segundo café.

Me lo tomo allí, de pie.

A los trenes les da igual. 

Tren Sevilla-Barcelona 

con parada en Albacete.

Las 9 y 12. Andén 7.

Llegué a tiempo. Estoy en zona.

Miro persona a persona

a todo el que está a mi lado.

Aquel no ha desayunado.

Aquella solo café.

Aquel otro no lo sé.

Aquella otra se ha inflado.

Paso el escáner. Pasamos.

El tren ha llegado ya.

Coche 1. Asiento 2A.

Todos nos acomodamos.

Voy contra el sentido. Vamos.

Me da igual. Conozco a alguno

que se marea. Yo (un huno,

un bárbaro, un visigodo)

me acostumbro a todo. A todo.

Incluso, al no desayuno.

Porque no he desayunado.

¿Dos cafés?, ¿pan con paté?

Eso no es nada, lo sé.

Ni siquiera me he sentado.

El tren sale. Nadie al lado.

La luz ríe supersónica.

Saco mi sonrisa icónica.

Son las 9 y 21. 

¿Crónicas del desayuno?

No hay desayuno, sí crónica.