"Uno de los mejores narradores cubanos de la hora presente"
(Juan Bonilla)

Del Blog de Díaz-Pimienta

 

(Una breve reseña de «Salvador Golomón»,
novela de Alexis Díaz Pimienta,
Algaida Editores, 2005).


Por: Ovidio Moré



Espejo de Paciencia, de Silvestre de Balboa, está considerada la primera obra literaria cubana; fue ella el germen, la simiente de la que nacería el gigantesco y frondoso árbol (ceiba) que es hoy la literatura de la isla. Desde muy temprana edad esta ceiba ha dado excelentes frutos, poéticos y narrativos, y son estos últimos los que nos interesan en la redacción de esta reseña, porque Alexis Díaz-Pimienta es heredero de esa tradición de narradores natos, lleva en sus genes, en su acervo, el legado de Cirilo Villaverde, de Ramón Meza, de Miguel de Carrión, de José Soler Puig, de Ezequiel Vieta, de Samuel Feijóo, de José Lezama Lima, de Virgilio Piñera, de Alejo Carpentier, de Severo Sarduy o Guillermo Cabrera Infante, autores todos que, como el propio Pimienta, han sabido plasmar en su literatura la esencia y la idiosincrasia del pueblo cubano, al mismo tiempo que sus respectivas obras rezuman universalidad en cada párrafo, oración, palabra o letra. Y son igualmente herederos otros autores contemporáneos de Alexis, con los que este guarda similitudes estéticas, como son los casos de Jesús Díaz, Abilio Estévez, Leonardo Padura, Senel Paz, Pedro Juan Gutiérrez, Ena Lucía Portela, Zoé Valdez,  Wendy Guerra o Eliseo Alberto Diego, entre otros muchos. Todos ellos son de una raza literaria única, se han forjado en el  crisol del proceso revolucionario y han vivido luego la caída del campo socialista, el desmembramiento de la URSS, la diáspora (balseros incluidos) y el llamado Período Especial, circunstancias todas que han abonado (para seguir con el símil del reino vegetal) el vivero de la narrativa que se cultiva hoy en la Isla y fuera de ella. Salvador Golomón es una novela que transita por esos caminos, que es hija de este período histórico.

Pero volviendo al principio, ¿por qué he traído a colación Espejo de Paciencia? Porque en  esta primogénita obra literaria cubana, que narra el secuestro y la posterior liberación del Obispo Don Juan de las Cabezas Altamirano, su secuestrador, el corsario Gilberto Girón, muere a manos de un esclavo que llevaba por nombre Salvador Golomón.  Y este nombre del héroe de dicha obra, este personaje antiquísimo, resurge 397 años después para dar título a esta otra excelente obra de Díaz Pimienta a la que le dedicamos estas letras.

Salvador Golomón es una novela basada en hechos reales y un auténtico “tour de force”, porque novelar hechos testimoniales es complicado; sin embargo, Alexis, con su natural sapiencia narrativa,  logra superarlo con creces en un trabajo literario de gran envergadura y de óptima calidad, donde da voz a  Romualdo Írsula, alias Rofe, alias Salvador Golomón,  escritor de novelas policiacas, vendedor ambulante, policía, actor de teatro ocasional y detective privado que nos narra, en primera persona,  su rocambolesco, aventurero y erótico viaje desde la Cuba octomundista (según sus propias palabras) hasta la Italia primermundista, en una especie de huida hacia ninguna parte, o sin rumbo fijo, pero, eso sí, en un viaje iniciático,  de la mano de una incombustible, bella y sensual mujer, “nacida de un poema”, llamada Simona.

Hay muchas lecturas en esta novela, y el lector puede disfrutarla y entenderla de diferentes formas: como una novela romántico-erótica o como una novela de viajes y de aventuras, y hasta como una novela negra con sus dosis de humor, de drama y de parodia; también puede ser vista como un ejercicio metaliterario donde se habla de literatura y del oficio de escribir; pero es también  el enfrentamiento de dos mundos completamente opuestos social y económicamente, el descubrimiento, por parte  de su protagonista, de la “cara oculta de la luna”, de ese primer mundo siempre lejano, deseado e inalcanzable para el cubano común, ese primer mundo con sus  bondades, sus oropeles, su abundancia y, cómo no, con sus defectos, sus vicios, su crudeza, sus grietas y su decadencia. 

Salvador Golomón es una novela que toca varios palos, tiene la exuberancia, a veces, del barroco latinoamericano y tiene su cuota de novela realista y de trasfondo social; pero tiene, además, fragmentos y párrafos enteros que son deliciosa prosa poética, pues no hay que olvidar que su autor nació poeta y sigue siendo poeta.

Estamos ante una novela novedosa desde el punto de vista de la forma, no porque juegue con la estructura como lo hicieron Cortázar en Rayuela o Marc Saporta en Composición Nº 1, sino porque se atreve a cambiar la morfología del párrafo y la tipografía e incluye en el cuerpo narrativo, cosa bastante innovadora y que me parece de gran acierto, las notas al margen y las correcciones que el protagonista real, o sea, el verdadero Romualdo Írsula, el que vivió en carne propia esta inusual historia, le hizo al autor cuando este le dio a leer el borrador de la novela.  Por ello considero que Salvador Golomón es una joyita literaria,  ya no sólo por el contenido sino, además, por la forma, o, lo que es lo mismo, no sólo por lo que cuenta sino por cómo lo cuenta y cómo nos lo presenta visualmente. No por gusto fue merecedora del premio internacional de novela Ramón Berenguel en su XIV edición (en 2005) y finalista del Ateneo de Sevilla (2004) y del Rómulo Gallegos (2007).

Si pusiéramos a este Salvador Golomón delante del espejo, en ese cristal de azogue literario se reflejaría un personaje lleno de matices, psicológicamente bien armado, quizás guardando algún que otro parecido con su antecesor balboiano, pero muy levemente, sólo como símil, como metáfora, porque este otro, habanero de pura cepa, es un personaje sumamente complejo, al que el autor logra vestirlo (es mi modesta opinión) con la carne necesaria para hacerlo tan humano a nuestros ojos como su homólogo real, en un juego entre ficción y realidad en el que ambos son cuerpo e imagen y se trastocan a cada lado del espejo, transitan de un lado a otro convirtiendo al Romualdo real en ficción y al Romualdo de ficción en real, y, si eso fuera poco, el espejo se multiplica y los multiplica en el Romualdo escritor, el Romualdo actor, el Romualdo policía, el Romualdo detective, el Romualdo fotógrafo, Romualdo latin lover,  el Romualdo actor, etc., y así hasta el infinito, logrando hacerlos omnipresentes y ubicuos o separarlos a todos de su matriz y hacerlos entablar un diálogo entre ellos y ponerlos a deambular por alguna ciudad italiana.

Salvador Golomón es una novela que se disfruta, que se saborea y se mastica poco a poco, pero, paradójicamente, con voracidad, que te mantiene ahí, atado a la mesa, queriendo que no acabe nunca este pantagruélico banquete literario. A la espera estamos de las nuevas vivencias de tan singular personaje en las dos novelas que le suceden (ya terminadas, nos confiesa el autor) y que llevarán por título La Palestina y un tal Golomón y La Pelirroja y un tal Golomón.

Alexis Díaz Pimienta nunca me defrauda, siempre quiero más y más. Desde que leí Prisionero del agua me hice adicto a su narrativa. Hoy por hoy es uno de los grandes exponentes de la novelística y de la poesía contemporánea cubanas. 


Ovidio Moré (escritor y artista plástico)
24 de enero e 2022




 

(Una breve reseña de «Salvador Golomón»,
novela de Alexis Díaz Pimienta,
Algaida Editores, 2005).


Por: Ovidio Moré



Espejo de Paciencia, de Silvestre de Balboa, está considerada la primera obra literaria cubana; fue ella el germen, la simiente de la que nacería el gigantesco y frondoso árbol (ceiba) que es hoy la literatura de la isla. Desde muy temprana edad esta ceiba ha dado excelentes frutos, poéticos y narrativos, y son estos últimos los que nos interesan en la redacción de esta reseña, porque Alexis Díaz-Pimienta es heredero de esa tradición de narradores natos, lleva en sus genes, en su acervo, el legado de Cirilo Villaverde, de Ramón Meza, de Miguel de Carrión, de José Soler Puig, de Ezequiel Vieta, de Samuel Feijóo, de José Lezama Lima, de Virgilio Piñera, de Alejo Carpentier, de Severo Sarduy o Guillermo Cabrera Infante, autores todos que, como el propio Pimienta, han sabido plasmar en su literatura la esencia y la idiosincrasia del pueblo cubano, al mismo tiempo que sus respectivas obras rezuman universalidad en cada párrafo, oración, palabra o letra. Y son igualmente herederos otros autores contemporáneos de Alexis, con los que este guarda similitudes estéticas, como son los casos de Jesús Díaz, Abilio Estévez, Leonardo Padura, Senel Paz, Pedro Juan Gutiérrez, Ena Lucía Portela, Zoé Valdez,  Wendy Guerra o Eliseo Alberto Diego, entre otros muchos. Todos ellos son de una raza literaria única, se han forjado en el  crisol del proceso revolucionario y han vivido luego la caída del campo socialista, el desmembramiento de la URSS, la diáspora (balseros incluidos) y el llamado Período Especial, circunstancias todas que han abonado (para seguir con el símil del reino vegetal) el vivero de la narrativa que se cultiva hoy en la Isla y fuera de ella. Salvador Golomón es una novela que transita por esos caminos, que es hija de este período histórico.

Pero volviendo al principio, ¿por qué he traído a colación Espejo de Paciencia? Porque en  esta primogénita obra literaria cubana, que narra el secuestro y la posterior liberación del Obispo Don Juan de las Cabezas Altamirano, su secuestrador, el corsario Gilberto Girón, muere a manos de un esclavo que llevaba por nombre Salvador Golomón.  Y este nombre del héroe de dicha obra, este personaje antiquísimo, resurge 397 años después para dar título a esta otra excelente obra de Díaz Pimienta a la que le dedicamos estas letras.

Salvador Golomón es una novela basada en hechos reales y un auténtico “tour de force”, porque novelar hechos testimoniales es complicado; sin embargo, Alexis, con su natural sapiencia narrativa,  logra superarlo con creces en un trabajo literario de gran envergadura y de óptima calidad, donde da voz a  Romualdo Írsula, alias Rofe, alias Salvador Golomón,  escritor de novelas policiacas, vendedor ambulante, policía, actor de teatro ocasional y detective privado que nos narra, en primera persona,  su rocambolesco, aventurero y erótico viaje desde la Cuba octomundista (según sus propias palabras) hasta la Italia primermundista, en una especie de huida hacia ninguna parte, o sin rumbo fijo, pero, eso sí, en un viaje iniciático,  de la mano de una incombustible, bella y sensual mujer, “nacida de un poema”, llamada Simona.

Hay muchas lecturas en esta novela, y el lector puede disfrutarla y entenderla de diferentes formas: como una novela romántico-erótica o como una novela de viajes y de aventuras, y hasta como una novela negra con sus dosis de humor, de drama y de parodia; también puede ser vista como un ejercicio metaliterario donde se habla de literatura y del oficio de escribir; pero es también  el enfrentamiento de dos mundos completamente opuestos social y económicamente, el descubrimiento, por parte  de su protagonista, de la “cara oculta de la luna”, de ese primer mundo siempre lejano, deseado e inalcanzable para el cubano común, ese primer mundo con sus  bondades, sus oropeles, su abundancia y, cómo no, con sus defectos, sus vicios, su crudeza, sus grietas y su decadencia. 

Salvador Golomón es una novela que toca varios palos, tiene la exuberancia, a veces, del barroco latinoamericano y tiene su cuota de novela realista y de trasfondo social; pero tiene, además, fragmentos y párrafos enteros que son deliciosa prosa poética, pues no hay que olvidar que su autor nació poeta y sigue siendo poeta.

Estamos ante una novela novedosa desde el punto de vista de la forma, no porque juegue con la estructura como lo hicieron Cortázar en Rayuela o Marc Saporta en Composición Nº 1, sino porque se atreve a cambiar la morfología del párrafo y la tipografía e incluye en el cuerpo narrativo, cosa bastante innovadora y que me parece de gran acierto, las notas al margen y las correcciones que el protagonista real, o sea, el verdadero Romualdo Írsula, el que vivió en carne propia esta inusual historia, le hizo al autor cuando este le dio a leer el borrador de la novela.  Por ello considero que Salvador Golomón es una joyita literaria,  ya no sólo por el contenido sino, además, por la forma, o, lo que es lo mismo, no sólo por lo que cuenta sino por cómo lo cuenta y cómo nos lo presenta visualmente. No por gusto fue merecedora del premio internacional de novela Ramón Berenguel en su XIV edición (en 2005) y finalista del Ateneo de Sevilla (2004) y del Rómulo Gallegos (2007).

Si pusiéramos a este Salvador Golomón delante del espejo, en ese cristal de azogue literario se reflejaría un personaje lleno de matices, psicológicamente bien armado, quizás guardando algún que otro parecido con su antecesor balboiano, pero muy levemente, sólo como símil, como metáfora, porque este otro, habanero de pura cepa, es un personaje sumamente complejo, al que el autor logra vestirlo (es mi modesta opinión) con la carne necesaria para hacerlo tan humano a nuestros ojos como su homólogo real, en un juego entre ficción y realidad en el que ambos son cuerpo e imagen y se trastocan a cada lado del espejo, transitan de un lado a otro convirtiendo al Romualdo real en ficción y al Romualdo de ficción en real, y, si eso fuera poco, el espejo se multiplica y los multiplica en el Romualdo escritor, el Romualdo actor, el Romualdo policía, el Romualdo detective, el Romualdo fotógrafo, Romualdo latin lover,  el Romualdo actor, etc., y así hasta el infinito, logrando hacerlos omnipresentes y ubicuos o separarlos a todos de su matriz y hacerlos entablar un diálogo entre ellos y ponerlos a deambular por alguna ciudad italiana.

Salvador Golomón es una novela que se disfruta, que se saborea y se mastica poco a poco, pero, paradójicamente, con voracidad, que te mantiene ahí, atado a la mesa, queriendo que no acabe nunca este pantagruélico banquete literario. A la espera estamos de las nuevas vivencias de tan singular personaje en las dos novelas que le suceden (ya terminadas, nos confiesa el autor) y que llevarán por título La Palestina y un tal Golomón y La Pelirroja y un tal Golomón.

Alexis Díaz Pimienta nunca me defrauda, siempre quiero más y más. Desde que leí Prisionero del agua me hice adicto a su narrativa. Hoy por hoy es uno de los grandes exponentes de la novelística y de la poesía contemporánea cubanas. 


Ovidio Moré (escritor y artista plástico)
24 de enero e 2022




por Luisma Pérez Martín


Desde mi punto de vista personal, el concepto “novedad literaria” ha hecho mucho daño en el mundo del libro, y no exagero si digo que se está cargando la literatura. La maquinaria industrial del libro (que va desde la imprenta hasta el lector, obviando casi siempre que el primer eslabón de la cadena es la mesa del autor de la obra) aboga cada semana, cada mes, por “nuevas novedades”. La industria pide “otra, otra, otra” como el público al final de los buenos conciertos. Solo que aquí lo que subyace es: ¡otro, otro, otro (libro)! Y así nos va. Cada semana llegan a los escaparates de las librerías nuevos títulos rodeados de aplausos y expectativas solo por ser nuevos, como si eso garantizara algo. ¿Y qué pasa? Que entonces libros que tienen dos años o tres, ya no interesan, ya no se ven, ya no se venden, y mucho menos se reseñan. La reseña literaria es un género que parece vinculado al concepto “novedad” como si fuera un simple apéndice. Por lo tanto, un libro que no acaba de salir al mercado, nadie lo reseña. O casi nadie. Dos años o tres parecen muchos. ¡Imagínense dieciséis años! ¿Qué periódico o revista literaria va a publicar una reseña sobre una novela publicada hace dieciséis años? Ninguna. No importa que la novela haya sido finalista del Premio Ateneo de Sevilla, o ganadora del internacional “Luis Berenguel”, o finalista del más internacional aún “Rómulo Gallegos” (cuando ganó Elena Poniatowska); no importa que sea una novela avalada por jurados como Luis Mateo Díez, Antonio Gómez Rufo, Soledad Puértolas, Sánchez Dragó, Isaac Rosa, Luis Brito García; nada importa. Ni que su autor haya publicado otras seis novelas, entre España, Cuba, México, Colombia e Italia. No importa, tiene dieciséis años, no es novedad, no se reseña, no interesa. Pero yo siempre voy contracorriente, eso me gusta. Así que vamos a tocarle un poco la carátula al sistema.

Salvador Golomón (Algaida Editores/2005), ganadora del XIV Premio Internacional de Novela “Luis Berenguer”, es una novela tan absolutamente poliédrica como lo es su autor, Alexis Díaz-Pimienta (La Habana, 1966), novelista, poeta, repentista, investigador, docente y genio a tiempo completo entre otras cosas.

En Salvador Golomón palpitan al mismo tiempo el retrato hiperrealista del panorama sociológico y cultural de La Habana de los años noventa, la “road movie” novelada cuyos protagonistas recorren Italia de punta a punta, “Vacaciones en Roma” con Simona Rossi y Romualdo Írsula en los papeles de Audrey Herburn y Gregory Peck y la inmersión en las profundidades de la creación literaria a través de los ojos del protagonista principal (o no) de esta apasionante (nunca mejor dicho) historia.

Romualdo Írsula, ocasional repartidor de pan y escritor de novelas policíacas, consigue un empleo de policía para poder tener acceso a nuevos argumentos para sus relatos. Esta sencilla premisa argumental dará paso a una obra inclasificable, en la que cohabitan la metaliteratura, la novela erótica y el más puro género negro en perfecta sincronía.

Una vez más, tal y como nos tiene acostumbrados, Díaz-Pimienta crea unos personajes que son como complicadas muñecas rusas, que esconden dentro de cada una de sus manifestaciones otra y otra y otra, dotándoles así de una vida propia que trasciende la mera literatura, haciéndolos tan reales como podamos ser los propios lectores.

Y si magistral es el tratamiento de los personajes, no menos magistrales son los pasajes eróticos de la novela, y lo son, además de por el hecho de haber provocado más de una erección genuina en un servidor (uno no es de piedra al fin y al cabo), porque cada uno de ellos está contado de una manera diferente, interactuando siempre con el entorno, o con el contexto, o con el momento en el que se desarrollan y con una riqueza literaria que hace que uno se avergüence de las sensaciones inguinales que está sintiendo al leer.

Toda la novela es un maravilloso origami repleto de pliegues, de interioridades, de caras ocultas que el lector irá descubriendo a medida que va avanzando en la lectura hasta el momento de la revelación final, del clímax apoteósico, del orgasmo (literario) absoluto.

En resumidas cuentas, si ustedes se han sentido atraídos alguna vez por Pepe Carvalho o Sam Spade, por Gilda o por Jessica Rabbit, por Laertes o por Ofelia, por lady Chatterley o por Catherine Millet, esta es su novela. Sería un crimen que se la perdieran. 

Y, por último, como quien no quiere las cosas: ojalá alguna editorial seria y responsable la reedite y distribuya bien, para que la descubran más lectores. 


Portugalete, 21 de octubre de 2021

Luisma Pérez Martín

por Luisma Pérez Martín


Desde mi punto de vista personal, el concepto “novedad literaria” ha hecho mucho daño en el mundo del libro, y no exagero si digo que se está cargando la literatura. La maquinaria industrial del libro (que va desde la imprenta hasta el lector, obviando casi siempre que el primer eslabón de la cadena es la mesa del autor de la obra) aboga cada semana, cada mes, por “nuevas novedades”. La industria pide “otra, otra, otra” como el público al final de los buenos conciertos. Solo que aquí lo que subyace es: ¡otro, otro, otro (libro)! Y así nos va. Cada semana llegan a los escaparates de las librerías nuevos títulos rodeados de aplausos y expectativas solo por ser nuevos, como si eso garantizara algo. ¿Y qué pasa? Que entonces libros que tienen dos años o tres, ya no interesan, ya no se ven, ya no se venden, y mucho menos se reseñan. La reseña literaria es un género que parece vinculado al concepto “novedad” como si fuera un simple apéndice. Por lo tanto, un libro que no acaba de salir al mercado, nadie lo reseña. O casi nadie. Dos años o tres parecen muchos. ¡Imagínense dieciséis años! ¿Qué periódico o revista literaria va a publicar una reseña sobre una novela publicada hace dieciséis años? Ninguna. No importa que la novela haya sido finalista del Premio Ateneo de Sevilla, o ganadora del internacional “Luis Berenguel”, o finalista del más internacional aún “Rómulo Gallegos” (cuando ganó Elena Poniatowska); no importa que sea una novela avalada por jurados como Luis Mateo Díez, Antonio Gómez Rufo, Soledad Puértolas, Sánchez Dragó, Isaac Rosa, Luis Brito García; nada importa. Ni que su autor haya publicado otras seis novelas, entre España, Cuba, México, Colombia e Italia. No importa, tiene dieciséis años, no es novedad, no se reseña, no interesa. Pero yo siempre voy contracorriente, eso me gusta. Así que vamos a tocarle un poco la carátula al sistema.

Salvador Golomón (Algaida Editores/2005), ganadora del XIV Premio Internacional de Novela “Luis Berenguer”, es una novela tan absolutamente poliédrica como lo es su autor, Alexis Díaz-Pimienta (La Habana, 1966), novelista, poeta, repentista, investigador, docente y genio a tiempo completo entre otras cosas.

En Salvador Golomón palpitan al mismo tiempo el retrato hiperrealista del panorama sociológico y cultural de La Habana de los años noventa, la “road movie” novelada cuyos protagonistas recorren Italia de punta a punta, “Vacaciones en Roma” con Simona Rossi y Romualdo Írsula en los papeles de Audrey Herburn y Gregory Peck y la inmersión en las profundidades de la creación literaria a través de los ojos del protagonista principal (o no) de esta apasionante (nunca mejor dicho) historia.

Romualdo Írsula, ocasional repartidor de pan y escritor de novelas policíacas, consigue un empleo de policía para poder tener acceso a nuevos argumentos para sus relatos. Esta sencilla premisa argumental dará paso a una obra inclasificable, en la que cohabitan la metaliteratura, la novela erótica y el más puro género negro en perfecta sincronía.

Una vez más, tal y como nos tiene acostumbrados, Díaz-Pimienta crea unos personajes que son como complicadas muñecas rusas, que esconden dentro de cada una de sus manifestaciones otra y otra y otra, dotándoles así de una vida propia que trasciende la mera literatura, haciéndolos tan reales como podamos ser los propios lectores.

Y si magistral es el tratamiento de los personajes, no menos magistrales son los pasajes eróticos de la novela, y lo son, además de por el hecho de haber provocado más de una erección genuina en un servidor (uno no es de piedra al fin y al cabo), porque cada uno de ellos está contado de una manera diferente, interactuando siempre con el entorno, o con el contexto, o con el momento en el que se desarrollan y con una riqueza literaria que hace que uno se avergüence de las sensaciones inguinales que está sintiendo al leer.

Toda la novela es un maravilloso origami repleto de pliegues, de interioridades, de caras ocultas que el lector irá descubriendo a medida que va avanzando en la lectura hasta el momento de la revelación final, del clímax apoteósico, del orgasmo (literario) absoluto.

En resumidas cuentas, si ustedes se han sentido atraídos alguna vez por Pepe Carvalho o Sam Spade, por Gilda o por Jessica Rabbit, por Laertes o por Ofelia, por lady Chatterley o por Catherine Millet, esta es su novela. Sería un crimen que se la perdieran. 

Y, por último, como quien no quiere las cosas: ojalá alguna editorial seria y responsable la reedite y distribuya bien, para que la descubran más lectores. 


Portugalete, 21 de octubre de 2021

Luisma Pérez Martín

por Luisma Pérez Martín


Desde mi punto de vista personal, el concepto “novedad literaria” ha hecho mucho daño en el mundo del libro, y no exagero si digo que se está cargando la literatura. La maquinaria industrial del libro (que va desde la imprenta hasta el lector, obviando casi siempre que el primer eslabón de la cadena es la mesa del autor de la obra) aboga cada semana, cada mes, por “nuevas novedades”. La industria pide “otra, otra, otra” como el público al final de los buenos conciertos. Solo que aquí lo que subyace es: ¡otro, otro, otro (libro)! Y así nos va. Cada semana llegan a los escaparates de las librerías nuevos títulos rodeados de aplausos y expectativas solo por ser nuevos, como si eso garantizara algo. ¿Y qué pasa? Que entonces libros que tienen dos años o tres, ya no interesan, ya no se ven, ya no se venden, y mucho menos se reseñan. La reseña literaria es un género que parece vinculado al concepto “novedad” como si fuera un simple apéndice. Por lo tanto, un libro que no acaba de salir al mercado, nadie lo reseña. O casi nadie. Dos años o tres parecen muchos. ¡Imagínense dieciséis años! ¿Qué periódico o revista literaria va a publicar una reseña sobre una novela publicada hace dieciséis años? Ninguna. No importa que la novela haya sido finalista del Premio Ateneo de Sevilla, o ganadora del internacional “Luis Berenguel”, o finalista del más internacional aún “Rómulo Gallegos” (cuando ganó Elena Poniatowska); no importa que sea una novela avalada por jurados como Luis Mateo Díez, Antonio Gómez Rufo, Soledad Puértolas, Sánchez Dragó, Isaac Rosa, Luis Brito García; nada importa. Ni que su autor haya publicado otras seis novelas, entre España, Cuba, México, Colombia e Italia. No importa, tiene dieciséis años, no es novedad, no se reseña, no interesa. Pero yo siempre voy contracorriente, eso me gusta. Así que vamos a tocarle un poco la carátula al sistema.

Salvador Golomón (Algaida Editores/2005), ganadora del XIV Premio Internacional de Novela “Luis Berenguer”, es una novela tan absolutamente poliédrica como lo es su autor, Alexis Díaz-Pimienta (La Habana, 1966), novelista, poeta, repentista, investigador, docente y genio a tiempo completo entre otras cosas.

En Salvador Golomón palpitan al mismo tiempo el retrato hiperrealista del panorama sociológico y cultural de La Habana de los años noventa, la “road movie” novelada cuyos protagonistas recorren Italia de punta a punta, “Vacaciones en Roma” con Simona Rossi y Romualdo Írsula en los papeles de Audrey Herburn y Gregory Peck y la inmersión en las profundidades de la creación literaria a través de los ojos del protagonista principal (o no) de esta apasionante (nunca mejor dicho) historia.

Romualdo Írsula, ocasional repartidor de pan y escritor de novelas policíacas, consigue un empleo de policía para poder tener acceso a nuevos argumentos para sus relatos. Esta sencilla premisa argumental dará paso a una obra inclasificable, en la que cohabitan la metaliteratura, la novela erótica y el más puro género negro en perfecta sincronía.

Una vez más, tal y como nos tiene acostumbrados, Díaz-Pimienta crea unos personajes que son como complicadas muñecas rusas, que esconden dentro de cada una de sus manifestaciones otra y otra y otra, dotándoles así de una vida propia que trasciende la mera literatura, haciéndolos tan reales como podamos ser los propios lectores.

Y si magistral es el tratamiento de los personajes, no menos magistrales son los pasajes eróticos de la novela, y lo son, además de por el hecho de haber provocado más de una erección genuina en un servidor (uno no es de piedra al fin y al cabo), porque cada uno de ellos está contado de una manera diferente, interactuando siempre con el entorno, o con el contexto, o con el momento en el que se desarrollan y con una riqueza literaria que hace que uno se avergüence de las sensaciones inguinales que está sintiendo al leer.

Toda la novela es un maravilloso origami repleto de pliegues, de interioridades, de caras ocultas que el lector irá descubriendo a medida que va avanzando en la lectura hasta el momento de la revelación final, del clímax apoteósico, del orgasmo (literario) absoluto.

En resumidas cuentas, si ustedes se han sentido atraídos alguna vez por Pepe Carvalho o Sam Spade, por Gilda o por Jessica Rabbit, por Laertes o por Ofelia, por lady Chatterley o por Catherine Millet, esta es su novela. Sería un crimen que se la perdieran. 

Y, por último, como quien no quiere las cosas: ojalá alguna editorial seria y responsable la reedite y distribuya bien, para que la descubran más lectores. 


Portugalete, 21 de octubre de 2021

Luisma Pérez Martín

He terminado de leer -casi diría de vivir- Jano, de Alexis Díaz-Pimienta y ya tengo deseos de volver a leerla. Basada en hechos reales que el autor conociera de primera mano, en personajes reales que posiblemente yo también conociera. Que muchos conocimos. 

Una novela en dos partes o quizá dos novelas en un tomo o quizá varias novelas en un solo libro, porque cada personaje se quedó en mi mente como un conocido de toda la vida, contando su propia realidad dentro y fuera de la maldita circunstancia. 

Pensé que Jano sería una ficción sobre las humillaciones y la homofobia entre adolescentes, sobre las heridas visibles o no que deja una cultura a la vez machista y chapera, sobre los silencios temerosos, sobre mentiras cómplices y no. Es mucho más que eso, pero partiendo de esos estigmas. Es una historia de amistad, amor, supervivencia, compasión.

He leído Jano -o, mejor dicho: he vivido- recordando, paso a paso las veces que sufrí o dije o hice algo parecido a lo que sufren, dicen o hacen sus personajes. Leyendo Jano he revivido fragmentos desconcertantes, dolorosos y también algunos divertidos de mi vida. Leyendo Jano por primera vez encontré explicación a muchos de esos recuerdos.

Jano es una narración paciente, calmada y a la vez trepidante y ruidosa. En cada capítulo de Jano, Alexis Díaz-Pimienta activa resortes que despiertan más curiosidad por saber qué pasará a continuación. 


La parte final de la historia sorprende sin traicionar, resuelve sin cerrar y cierra, pero sin apagar la luz. 
Jano es de esos buenos libros que se quedan en la mente del lector mucho tiempo después de haberlo terminado. Me atrevo a pensar que es uno de esos buenos libros que se pueden leer dos o más veces y que siempre se encontrará algo nuevo en él.

Alexis Díaz-Pimienta tiene varios libros publicados y quiera Dios que muchos más próximamente. No puedo decir que Jano es su obra maestra, porque no los he leído todos, pero sí puedo afirmar que es una obra magistral. Me congratulo por haberla leído o mejor dicho: haberla vivido mientras la leía. 


MARCOS GARCIA, el hijo de Teresa.

Agosto 2021.

He terminado de leer -casi diría de vivir- Jano, de Alexis Díaz-Pimienta y ya tengo deseos de volver a leerla. Basada en hechos reales que el autor conociera de primera mano, en personajes reales que posiblemente yo también conociera. Que muchos conocimos. 

Una novela en dos partes o quizá dos novelas en un tomo o quizá varias novelas en un solo libro, porque cada personaje se quedó en mi mente como un conocido de toda la vida, contando su propia realidad dentro y fuera de la maldita circunstancia. 

Pensé que Jano sería una ficción sobre las humillaciones y la homofobia entre adolescentes, sobre las heridas visibles o no que deja una cultura a la vez machista y chapera, sobre los silencios temerosos, sobre mentiras cómplices y no. Es mucho más que eso, pero partiendo de esos estigmas. Es una historia de amistad, amor, supervivencia, compasión.

He leído Jano -o, mejor dicho: he vivido- recordando, paso a paso las veces que sufrí o dije o hice algo parecido a lo que sufren, dicen o hacen sus personajes. Leyendo Jano he revivido fragmentos desconcertantes, dolorosos y también algunos divertidos de mi vida. Leyendo Jano por primera vez encontré explicación a muchos de esos recuerdos.

Jano es una narración paciente, calmada y a la vez trepidante y ruidosa. En cada capítulo de Jano, Alexis Díaz-Pimienta activa resortes que despiertan más curiosidad por saber qué pasará a continuación. 


La parte final de la historia sorprende sin traicionar, resuelve sin cerrar y cierra, pero sin apagar la luz. 
Jano es de esos buenos libros que se quedan en la mente del lector mucho tiempo después de haberlo terminado. Me atrevo a pensar que es uno de esos buenos libros que se pueden leer dos o más veces y que siempre se encontrará algo nuevo en él.

Alexis Díaz-Pimienta tiene varios libros publicados y quiera Dios que muchos más próximamente. No puedo decir que Jano es su obra maestra, porque no los he leído todos, pero sí puedo afirmar que es una obra magistral. Me congratulo por haberla leído o mejor dicho: haberla vivido mientras la leía. 


MARCOS GARCIA, el hijo de Teresa.

Agosto 2021.