"Uno de los mejores narradores cubanos de la hora presente"
(Juan Bonilla)

Cuarto de Mala Música

may
04
Añadido por Alexis Díaz Pimienta el 4 mayo 2019 a las 12:08 pm

 por Caterina Camastra




Galeotto fu il libro e chi lo scrisse:

quel giorno più non vi leggemmo avante.

Dante Alighieri, Inferno, canto IV

¿Qué otra cosa puedo ser?

¡Claro que soy mujer pública!

Más que pública ¡república!

¡Voten por esta mujer!

Alexis Díaz Pimienta, Diario erótico de Robinson Crusoe



Leí el Robinson Crusoe de Daniel Defoe por primera vez de adolescente. Recuerdo perfectamente, no obstante la fascinación que siempre me causaban, y me causan, los relatos de viajes y aventuras, la sensación de creciente irritación conforme la trama se desarrollaba. Me empezó a molestar más y más el cándido colonialismo del personaje, ese discurso peor que apologético, normalizador. Me causó creciente fastidio el tedioso y pedante perfeccionismo del náufrago, su casa perfecta y maniáticamente organizada en cada estante, el hecho de que tuviera hasta una casa de campo (¡en una isla desierta!), su celebración encarnada del espíritu del capitalismo, las metódicas lecturas de la Biblia que le garantizaban superioridad moral sobre el entorno, su rutina auto-impuesta cuando hubiera podido concederse la más despreocupada anarquía de horarios, o bueno, casi. Cuando finalmente Robinson termina logrando salir de la isla con Viernes y acaba por ¡vender! al mismo Viernes, el desprecio que me venía mereciendo se volvió abismal. (Por suerte, dicho sea de paso, luego llegó Moll Flanders a reconciliarme con Defoe – pero esa es otra historia.)

Más allá de todo esto, quizás lo que más me molesta hasta la fecha del Robinson de Defoe sea su total asexualidad. Ni el menor atisbo de deseo, ni hétero, ni homo, ni onanista vaya, ni la más remota mención a las dificultades o aprietos que sería tan solo sensato imaginar que treinta años de ermitañazgo provoquen en ese sentido. Me es detestable esa autosuficiencia total del resto del género humano, como si fuéramos prescindibles todos, y todas sobre todo: variación del delirio del individuo omnipotente que está en la base de todos los fascismos. Asexualidad que finalmente es también falta de afecto, inhumanidad por ende, como demuestra el episodio de la venta de Viernes.

Sin embargo, en la mayor molestia encontré también la rehabilitación del personaje, gracias al ángulo irreverente desde el que Alexis Díaz Pimienta, polígrafo genial e increíblemente versátil, se acerca al personaje en su delicioso Diario erótico de Robinson Crusoe. Por lo mismo, esta reseña está escrita con el peculiar gusto de encontrar la redención de una figura que en el fondo me incomodaba detestar, por un lado, en parte, por ser un clásico; por el otro y principalmente, porque las historias de navegaciones, naufragios, aventuras e ingeniosa sobrevivencia me encantan (eso fue, en su momento, lo que me hizo llegar al final de la novela en lugar de hacerle la grosería de abandonarla inacabada). A ese gusto se suma la satisfacción, en el momento histórico que vivimos (un momento de repunte y reacción del machismo más chabacano, según el cual las feministas seríamos unas puritanas sexofóbicas), de poder reivindicar que más bien que nosotras no tenemos vergüenza, esa vergüenza con la que durante siglos y milenios de judeocristianismo se ha pretendido encorsertarnos y sofocarnos en el arquetipo de la virgen o la madre abnegada, tan asexual como el mismo Robinson. Suscribo las palabras de un tal Chili, quien, en la novela The Black Album de Hanif Kureishi, se sale con la siguiente memorable puntada, de esas que solo a un personaje de ficción se le ocurren: “Es mentira lo que se anda diciendo de las feministas. Si deciden que les parece bien coger contigo, son de lo más sucias, porque no tienen vergüenza”. Exacto. En este sentido, el Diario erótico de Robinson Crusoe es una gozada.

La literatura erótica, la poesía erótica en este caso, es un género sumamente difícil.  Es difícil lograr que se mantenga en la cuerda floja de lo provocativo, sin decaer en algún punto entre soez y aburrida. En el caso de este Diario erótico, el peligro es conjurado por una sutil mezcla de elementos que, al contrario, hacen del libro nada menos que una joya. La maestría en el uso del lenguaje que siempre distingue al autor es el primero, mas no el único.

El móvil del Diario se deriva de la más obvia de las premisas: Robinson Crusoe, en su soledad, sí se masturbaba, por mucho que en la novela de Defoe no se encuentre el más mínimo rastro de ello (como, por otro lado, es también difícil encontrar, siempre, mención de cualquier función corporal en la narrativa más convencional). Un guiño al principio del libro juega entre el retroceso de Robinson a la condición salvaje, pre-civilización, de homo erectus, y su solitaria erección:

Yo soy Robinson Crusoe,

naufragué hace tantos años

que no se lleven a engaños:

ya no sé si existo o no.

El salitre me comió

la ropa, el tiempo, el lenguaje.

Soy esto: un cuerpo salvaje,

inadaptado y erecto.

Soy el náufrago perfecto.

Soy mi propio personaje.

De inmediato se hace evidente el tinte onírico, más, alucinatorio que permeará el poemario. Además de los delirios propios de la soledad forzada, el sol, la deshidratación y esa clase de menudencias, ese tinte nace de la peculiar encarnación, si así se le puede llamar, de las fantasías onanistas del náufrago: la mujer que se inventa es nadie menos que el mar. Esta figura femenina líquida, a veces desdibujada, a veces tremendamente concreta, siempre poderosa, palpita entre los versos con fuerza de marea, como en esta décima:

Desde que llegué, la arena

me pareció acogedora.

Y tú, líquida señora,

buena, demasiado buena.

El mito de la sirena

y tu voluptuosidad

te daban cierta entidad.

Pero lo que más me agrada

es tu calidez mojada,

tu permanente humedad.

O esta otra:

Te prefiero a ti, mujer

disfrazada de marea.

Prefiero al mar, que procrea

nuevas olas de placer.

Da gusto nadar-leer.

Gusto escribir-fornicar.

Da gusto en el paladar,

en los ojos, en las manos.

Somos dos “malditos” sanos.

¿Volvemos a hacerlo, mar?

En esta última décima sobresale otro de los elementos que contribuyen a hacer del Diarioun libro delicioso: la presencia entrañable de la literatura. Es un libro que les guiña el ojo a los lectores apasionados, de mil maneras: en la reedición del amado artificio de Cide Hamete Benengeli en el prólogo, donde sonrientes fingimos creernos la historia de un manuscrito fragmentario hallado en una botella, llegado a manos del editor-autor a través de un estudiante griego que luce el ginecológico apellido de Papanicolau; en la conciencia metaliteraria de Robinson como “su propio personaje”; en las referencias intertextuales que a la menor provocación se asoman, evocando desde Orfeo hasta Abelardo, desde Eloísa a Ícaro. Lo fragmentario del manuscrito abona a lo alucinatorio del tono, haciéndonos creer sin parpadear tanto que Robinson escribía espinelas en castellano, como que la mujer-mar pudiera de repente tomar visos de yogui que, como Jassiba en Los jardines secretos de Mogador de Alberto Ruy Sánchez, hace el amor con el sol. Al poeta no le queda sino la admiración jadeante, aderezada por la ligereza y el humor que también son elementos fundamentales en la alquimia del Diario:

Yo no era muy yogui, pero

qué hacer si ella, así, desnuda,

sale el sol y lo saluda

con todo el cuerpo. Yo quiero

controlarme, mas me muero

mirando cómo se agranda.

¡Sol, atraviésala, anda!

Yo también espiro, inspiro

y me estiro mientras miro

cada gesto, cada tanda.

Sin embargo, y sobre todo, los lectores apasionados nos identificamos con las menciones constantes de la lectura como actividad de sobrecama (también sobrehamaca o sobreplaya, sobresofá, etcétera). Ustedes que me hacen el honor de leerme, damas y caballeros, seguro conocen ese peculiar placer del descanso después del amor, con las piernas entrelazadas o la cabeza en el regazo de quien nos acompaña, un perezoso domingo en la mañana, entre almohadas estrujadas y sábanas revueltas, leyendo cada quien su libro, o bien, uno leyendo, el otro oyendo leer. Y díganme si las décimas que siguen no son de esas que les hacen mover una rodilla, rozar un cuello o lo que haga falta para llamar la atención de su acompañante, “oye mi amor qué bonito es esto, somos nosotros”:

Nos sentamos a leer,

desnudos, tú recostada

en mi pecho, descuidada,

fundidos texto y mujer.

Yo feliz. Doble placer:

como autor y como amante.

El mar detrás y delante.

Yo, disfrutando el pretexto.

Tú, concentrada en el texto.

Yo, en tu reflejo flotante.

Siéntate a leer encima

de mí, desnudos los dos.

Vamos a decir adiós

al silencio, rima a rima.

Ven de la sima a la cima,

lectora hambrienta, censora,

febril, luz agotadora.

Lee en voz baja, en voz alta.

Léeme, que me hace falta

tu voracidad lectora.

Tomen este libro, empiecen ¿se puede saber qué esperan? Y después no habrá manera que al librero lo regresen. Veré que pronto confiesen que en el buró lo tenemos, lugar de los libros buenos.

Cómprenlo, sé lo que digo. Y sí, el poeta es mi amigo, pero eso es lo de menos.

Caterina Camastra

(UNAM, México)

may
04
Añadido por Alexis Díaz Pimienta el 4 mayo 2019 a las 11:57 am
por Asel María




Para mí el mar no tenía nada de erótico y eso que nací en una ciudad con puerto. Desde mi casa podía ver el mar y si el aire estaba limpio,  los cayos a lo lejos. El mar  me sabía  a  café y a comida de la abuela; lo miraba  mientras esperaba el arroz con pollo del domingo.


Mar de religiones y rituales, de ofrendas de flores para héroes. Un Malecón que acoge a  los deportistas, los carnavales y los amantes. El trozo de galeón que la bahía de Manzanillo, a pesar de los años, no acaba de engullir.

Para mí la playa era retozo; recuerdo que en el verano íbamos a playa Las Coloradas bien temprano, todos los muchachos cargados de mangos y de  risas.  Me di cuenta de que estaba creciendo cuando puse una sombrilla en mi bolso y pude salir de la playa a la hora del almuerzo, sin el remordimiento de que estaba perdiéndome el mar. Cervezas, bikinis,  música y el agua  al alcance de la mano.

Con el mar tropezaron   mis curiosidades y los tantos paisajes por vivir.   Visto desde los aviones, el mar custodiaba la isla y mis afectos, se volvió   medida de distancia y de añoranzas. Dejó de ser el punto de referencia en mi paisaje cotidiano para serlo de cada una de mis nostalgias. Pero un día no pude componer en mi memoria el aroma del marisma, del diente de perro y los  cangrejos.

El Diario erótico  de Crusoe me devuelve a  una edad feliz  donde  soñaba una isla solamente para mí y para escapar de las tareas escolares. Me regresa a la época donde  viernes dejó de ser un día previo al fin de semana, que presagiaba juegos de barrio. Viernes fue amistad, esperanza y conjuro para  las soledades.

El  Diario me acerca a la sorpresa salada del mar: derroche  de humedades,  profundo como una mujer, cambiante como  el viento y el amor. Te hundes o lo dejas que se hunda en ti. Mar bravo como  el tridente de Neptuno pero que sabe, dócil,  lamer las orillas.  Un mar al que Alexis  pide que se vista de barcas y  se eche encima un montón de espumas para que no lo vuelva loco. Que se cubra la desnudez salada y extendida que da hambre y siempre deja con sed.

Gracias por trocar el mar de mis despedidas en otro, hecho de olas y deseos, vaivén de anémonas y leche marina. Dureza de corales, viagra líquida que revive al más náufrago y al más solo.

  Se dice que la vida surgió del océano, así que nos podemos permitir en el mar, una orgía de cristales disueltos y   una mancha de pequeñas muertes.  


Como, Italia, 13 de abril de 2019

may
04
Añadido por Alexis Díaz Pimienta el 4 mayo 2019 a las 11:57 am
por Asel María




Para mí el mar no tenía nada de erótico y eso que nací en una ciudad con puerto. Desde mi casa podía ver el mar y si el aire estaba limpio,  los cayos a lo lejos. El mar  me sabía  a  café y a comida de la abuela; lo miraba  mientras esperaba el arroz con pollo del domingo.


Mar de religiones y rituales, de ofrendas de flores para héroes. Un Malecón que acoge a  los deportistas, los carnavales y los amantes. El trozo de galeón que la bahía de Manzanillo, a pesar de los años, no acaba de engullir.

Para mí la playa era retozo; recuerdo que en el verano íbamos a playa Las Coloradas bien temprano, todos los muchachos cargados de mangos y de  risas.  Me di cuenta de que estaba creciendo cuando puse una sombrilla en mi bolso y pude salir de la playa a la hora del almuerzo, sin el remordimiento de que estaba perdiéndome el mar. Cervezas, bikinis,  música y el agua  al alcance de la mano.

Con el mar tropezaron   mis curiosidades y los tantos paisajes por vivir.   Visto desde los aviones, el mar custodiaba la isla y mis afectos, se volvió   medida de distancia y de añoranzas. Dejó de ser el punto de referencia en mi paisaje cotidiano para serlo de cada una de mis nostalgias. Pero un día no pude componer en mi memoria el aroma del marisma, del diente de perro y los  cangrejos.

El Diario erótico  de Crusoe me devuelve a  una edad feliz  donde  soñaba una isla solamente para mí y para escapar de las tareas escolares. Me regresa a la época donde  viernes dejó de ser un día previo al fin de semana, que presagiaba juegos de barrio. Viernes fue amistad, esperanza y conjuro para  las soledades.

El  Diario me acerca a la sorpresa salada del mar: derroche  de humedades,  profundo como una mujer, cambiante como  el viento y el amor. Te hundes o lo dejas que se hunda en ti. Mar bravo como  el tridente de Neptuno pero que sabe, dócil,  lamer las orillas.  Un mar al que Alexis  pide que se vista de barcas y  se eche encima un montón de espumas para que no lo vuelva loco. Que se cubra la desnudez salada y extendida que da hambre y siempre deja con sed.

Gracias por trocar el mar de mis despedidas en otro, hecho de olas y deseos, vaivén de anémonas y leche marina. Dureza de corales, viagra líquida que revive al más náufrago y al más solo.

  Se dice que la vida surgió del océano, así que nos podemos permitir en el mar, una orgía de cristales disueltos y   una mancha de pequeñas muertes.  


Como, Italia, 13 de abril de 2019

mar
21
Añadido por Alexis Díaz Pimienta el 21 marzo 2019 a las 7:04 pm

Qué mejor fecha que hoy, el 21 de marzo, declarado por la UNESCO Día Mundial de la Poesía, para compartir con los visitantes de mi blog este poema-ejercicio, mis Sonetos sonetiles al soneto, un homenaje a Lope de Vega y a todos los poetas que hemos caído rendidos, durante siglos, a la magia de esta estrofa. Como verán, es un juego. Una glosa extendida al “soneto mayor”, al famoso soneto sonetil de Lope. Y no solamente gloso este soneto al estilo clásico (verso a verso) si no que me recreo (casi me ensaño) con el primer verso (“Un soneto me manda hacer Violante”), glosándolo varias veces, en varios tonos y estilos antes de seguir con el resto de la estrofa. Me hubiera encantado que el propio Lope leyera estas variantes, tomarnos un vino y discutirlo. Pero como Lope es muy suyo, y ni siquiera me responde los mensajes, lo comparto con ustedes, mis lectores, a ver qué les parece.

¿Lo comentamos? Los espero.

 
LOPE DE VEGA, EL FÉNIX DE LOS INGENIOS, autor del soneto más famoso
de la historia de la literatura española.

SONETOS SONETILES AL SONETO


Un soneto me manda hacer Violante
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto;
burla burlando van los tres delante.

Yo pensé que no hallara consonante,
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.

Por el primer terceto voy entrando,
y parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.

Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho

Lope de Vega

I

Un soneto me manda hacer  Violante

Y yo… ¡cómo no hacer  lo que ella pide!

Yo no soy Lope, pero nadie olvide

que Lope fue también medio farsante.

Fue el mayor influencer (junto a Dante

y a Shakespeare) de ese tiempo que aún preside

tanta literatura y que divide

lo poético en dos: lectura y cante.

Pero bueno, Violante pide poco.

Pocas veces exige algún poema,

¿Cuartetos y tercetos? ¡Vaya coco!

Solo sé que el soneto es un esquema

y un poeta es un loco o se hace el loco

si es Violante quien pone o dicta el tema.

II

¿Un soneto me manda hacer Violante?

¡Cómo se atreve, qué locura es esa!

¡Que alguien ponga más vino en esta mesa!

¡Que tapen el cartel “prohibido el cante”!

Violante, por favor, vaya desplante.

Si se enteran los otros… vaya empresa.

Escóndeme de Góngora (¡sorpresa!),

que a Quevedo después no hay quien lo aguante.

Escóndeme de todos y lo hago.

Ocúltame de todos y lo escribo.

Ya sé que tengo fama de ser vago.

Ya sé que para muchos soy altivo,

pero te hago el soneto y así pago

por las horas en prosa que malvivo.

III

Un soneto Violante hacer me manda,

así, con desvergüenza desmedida.

Se ha pasado Violante media vida

haciéndole al soneto propaganda

Yo no sé qué le ponen en la vianda,

qué le echan a Violante en la bebida.

cómo puede tener esa demanda

delante de otra gente bien habida.

Violante es tan hermosa y culta y fina,

es tan violentamente sonetable

que o le haces el soneto o es tu ruina.

¡Ay, Violante, no quieras que yo hable!

No seas tan endeco-sonetina.

No seas tan lopesco-irresponsable.

IV

Que un soneto me mande hacer Violante

ya no es ni novedad ni atrevimiento.

Parece que yo soy —o así me siento—,

su conejo de Indias, su ayudante

para cábalas líricas mediante

lo que llama “versal divertimento”,

pero que para mí es un sufrimiento

sobre todo si están otros delante.

Que un soneto me pida ya es costumbre.

Que un soneto yo haga, ya ni cuenta.

Todo se hace ritual y pesadumbre.

Y se pone Violante  tan violenta,

que me siento preñado aunque no alumbre.

¡Pobrecito el mediocre de Pimienta!

 V

¡Qué soneto me manda hacer Violante!

¡Qué soneto, por Dios! ¿Clásico dices?

¿Lo quieres petrarquista, con matices

medievales o algo italianizante?

¿O me quieres aún más petulante:

soneto para asombro de infelices?

¿Shakesperiano?, ¿con eco?, ¿con raíces

y aires de parnasiano delirante?

Pide por esa boca, no te cortes.

Pide como si fueses mi patrona.

Exígeme albaranes y reportes.

Ya sabes que el silencio me almidona.

y no quiero pasar por mis aportes

de mal poeta a ser mala persona.

VI

Si me manda un soneto hacer Violante

yo no puedo no hacerlo, se los juro.

Violante es el pasado y el futuro

Violante es lo “detrás” y lo “delante”.

Parezco, ya lo sé, un nuevo farsante

imitando a Tedaldi y Lope, al puro

estilo de su época… un oscuro

personajillo, un torpe figurante,

pero no, no lo soy. Soy solamente

Un poeta atascado en un pedido,

Un obrero del verso ineficiente.

Prometo acometer el cometido.

Prometo exprimir más mi pobre mente.

Si ella lo pide, yo, también lo pido.

                                    

VII


…que en mi vida me he visto en tanto aprieto

bien lo sabes, Violante, y que me excito,

mas no importa, querida, no es delito

pedir a los amigos un soneto.

Eso sí, si me sale bien, completo,

ya sea con teclado o manuscrito

tú no digas después que lo descrito

es un juego falaz, un tonto reto.

Glosando este soneto otro me nace.

glosando verso a verso lo existente,

mostrando quién y qué y cómo se hace

espero que resulte suficiente.

Al menos a mí hacerlo me complace

mucho más que leer los de otra gente.

VIII

Catorce versos dicen que es soneto

Silabas son ciento cincuenta y cuatro.

Catorce endecasílabos, teatro

para un nuevo y absurdo Rigoletto.

Catorce versos con los que someto

el lenguaje a sufrir las veinticuatro

horas en que las voces que idolatro

vuelven a ser no-voces (¡qué panfleto!).

Quien juega con el ritmo del lenguaje

y sílabas y acentos entreteje

es normal que al final casi no encaje.

Yo no encajo en mí mismo, soy mi hereje.

Lo mío es afición al sabotaje

matemático-oral, no se acompleje.

IX

Burla burlando van los tres delante.

Qué tres endecasílabos, poeta.

Qué fórmula tan pública y secreta.

Qué terna de estructura sibilante.

Burla burlando y que el burlado cante

lo burlesco con tono de opereta.

Yo me burlo de aquel que me respeta

Aunque sé burlarse no es bastante.

Que tres versos se burlen de otro verso

que ya por ser el cuarto es minoría

solo sirve de burla en mi universo.

Maldita debe estar la poesía

si genera estas burlas el esfuerzo

del poeta, falaz Violante mía.

X

Yo pensé que no hallara consonante, 

y ya ves, encontré, sigo encontrando.

Parezco un clown poético  jugando

a que nada en el arte es importante.

No te enfades conmigo. En lo adelante

fingiré que me cuesta estar versando.

Haré muecas de bardo trabajando,

haré gestos de obrero palabrante.

Qué culpa tengo yo de que el poema

como pliego de voces se despliegue,

saque lengua y sonría y nada tema.

No me niegues el vicio de  que juegue.

no condenes mis versos a la quema.

Quien ve que puedo hacerlo, no lo niegue.

XI

…y estoy a la mitad de otro cuarteto

como quien no quería, tan culpable

que si hubiese querido lo admirable

se volviese en mi contra vano objeto.

No intento lucimiento. No hay secreto.

Si canto es natural que también hable

y como i-repentista i-rresponsable

a no jactarme más me comprometo.

Este es el I + D de los poemas.

El I + D + I del sonetismo.

Así que tú, querida, no me temas.

¿Producto Interno Bruto? Da lo mismo.

¿Producto Externo? ¿Inteligencia extrema?

Catorce versos… ¿Ya?  ¡Que nerviosismo!

XII


…mas si me veo en el primer terceto

y los demás me ven, peor incluso,

podrían acusarme de que abuso

de tu confianza y aplicarme un veto.

Podrías acusarme de obsoleto,

Decir, ¿y a este palurdo quién lo puso?

Decir que soy  un ángulo muy obtuso.

Decir que soy de Lope un mal bisnieto.

En mi defensa no diré ni un verso.

Me pondré boca abajo en el teclado.

Rimaré por la espalda, de reverso.

Estaré sin defensa, anonadado.

Solo al final diré, “séptimo verso”,

penúltimo en cuarteto ya glosado.

XIII


No hay cosa en los cuartetos que me espante

como tampoco hay cosas que me animen

a seguir este juego en el que gimen

las bisagras del ritmo: voz menguante.

Pero todo retado es ya retante

y a quien retan del reto no lo eximen,

como mismo las jóvenes con himen

no pre-eximen de culpa al post-amante.

Un cuarteto es, digamos, el comienzo

de un viaje a otro cuarteto que a su vez

es la entrada a un tercero que después

de otro terceto es pórtico. Si venzo

habré vencido cuatro y cuatro y tres

de las trampas poéticas que trenzo.

XIV

Por el primer terceto voy entrando.

Entré y entro y entrar se vuelve vicio.

Dan ganas de leer desde el inicio.

Dan ganas de alquilar un hasta cuándo.

Noveno verso. ¿No los vas contando?

Noveno verso. ¿Triunfo o estropicio?

Si llegas al terceto en este juicio

no te dejes timar, estás ganando.

Me gusta lo ternario y triangulante

que tienen los tercetos del soneto,

su ritmo descendente-estimulante.

Me gusta lo ternario del terceto.

¡Qué bonitos los tríos!, ¿eh, Violante?

¿A que el número tres es muy coqueto?

XV


…y parece que entré con pie derecho

porque de lo contrario caería

en sabe Dios qué extraña fechoría

de esas que te hacen nudos en el pecho.

Al menos yo me quedo satisfecho,

con cara de feliz melancolía.

¿Violante aceptará tanta herejía?

¿Acaso lo pedido no está hecho?

Violante me retó, bien por la dama.

Yo me suelo asustar, mas no lo hice.

¿Un soneto?, me dije. ¿Tengo fama

de hacer sonetos? Pues que lo analice.

Y mientras analiza forma y trama

normal que este soneto finalice.

XVI


…pues fin con este verso le voy dando

al reto de Violante, buena amiga,

la que reta a los retos y mitiga

las reglas que yo (solo) voy violando.

Espero que no quieran luego ir dando

noticias que Violante contradiga.

No niego que el soneto me fatiga,

que tengo ahora el cerebro medio blando.

Pero los retos son muy divertidos.

Si pierdes nada pasa, es solo un juego.

Ni siquiera hay cadáveres ni heridos

Y si ganas, centímetros de ego

salpican de otros bardos los oídos

para que nunca más te reten luego.

XVII

Ya estoy en el segundo, y aun sospecho 

que el segundo al primero algo le debe

y el primero al tercero lo conmueve

y el tercero va al cuarto insatisfecho.

Cada verso nacido saca pecho.

Se hace el duro, el gran verso cuando bebe.

Pero a mí no me importa, todo es breve,

tan breve que parece poco hecho.

Un soneto pedido o encargado

más méritos no tiene que uno escrito

por el mero placer de lo inspirado.

¿Si improviso un soneto es un delito?

¿Si improviso un soneto es un pecado?

No le cuenten a Lope, pobrecito.

XVIII


Que voy los trece versos acabando

y ya perdí la cuenta no el acento.

Trece versos que son un buen invento

para seguir sonetos practicando.

Yo juego a no ser yo de vez en cuando.

Yo juego a ser el Lope del seis ciento.

Ludópata verbal al 10 por ciento.

Ludópata verbal improvisando.

Pero en catorce versos me re-creo,

Digamos que me creo varias veces

y en varios rostros más mi rostro veo.

¿Qué tal si llamo a Lope y lo enterneces?

¿Qué tal si los sonetos que te leo

los oyes y después desapareces?

XIX


Contad si son catorce y está hecho

el soneto de marras, tu poema

de catorce por once, viejo esquema

que en Petrarca tenía (antes) el techo.

Contad si son catorce y satisfecho

heme entonces por fin: cero dilema.

Un poeta mandado, voz extrema

que vive entre sonetos contrahecho.

No se diga, Violante, que he faltado

a este mi compromiso con las musas

ni siquiera pregones que he dudado.

Ya no entiendo, querida, por qué abusas

y me pides hacer lo que he acabado

si después ni los lees ni los usas.

Y solo por joder, porque se note

que estos son pasatiempos infantiles

después de estos sonetos sonetiles

te dejo de propina un estrambote.

Alexis Díaz-Pimienta
www.diazpiimienta.com
Twitter: @DíazPimienta

ene
30
Añadido por Alexis Díaz Pimienta el 30 enero 2019 a las 12:03 pm
para Charo Martín,
porque la vimos juntos

Foto © Instagram del artista Instagram del artista
Hace unas semanas vi, por fin, Yuli, el aclamado filme de la cineasta española Icíar Bollaín que, con guión del británico Paul Laverty, recrea el libro autobiográfico del bailarín cubano Carlos Acosta. Y al salir del cine me dije: “cómo se agradece una película así, Inteligente en todos los aspectos”. Y varias veces pensé mientras la veía: es increíble y paradójico que la mejor “película cubana” de los últimos años sea una película española con guionista inglés. Pero inmediatamente me sentí incómodo, porque en realidad no he visto todas las películas cubanas de los últimos años y porque esta afirmación, siendo elogiosa con el dueto Bollaín-Laverty, puede sonar denostativa con los cineastas de la isla, sin pretender serlo. Luego me leí una entrevista a Icíar Bollaín en El País donde contaba que el mayor piropo que había recibido sobre la película lo escuchó en La Habana, cuando alguien del público, un cubano, le dijo que su película parecía cubana. Y suspiré aliviado. No era yo solo. Téngase en cuenta que este no es poco piropo, tomando en cuenta que la cubana es una realidad tan atípica y compleja que retratarla bien, en serio, es ya en sí un arte. Esto me hizo preguntarme por qué podía hacer un retrato del Periodo Especial cubano un dueto de creadores no cubanos con tanta precisión y elegancia, sin haberlo vivido. Y enseguida me dije: la distancia, la falta de voliciones afectivas de todo tipo, la ausencia de presión psico-sociólogica que luego es traducible (y se traduce) en voluntad crítica, una intención casi subconsciente. Se agradece que durante toda la película de Icíar Bollaín, por ejemplo, la fotografía de Alex Catalán no se regodee, ni en un solo plano, en la miseria inmobiliaria, en los pobres enseres domésticos, en la suciedad y zafiedad del entorno, cosas que están ahí, de fondo y esto es lo que hace tan efectivo el retrato. No hay primeros planos enfáticos. No hay discursos sordos ni sórdidos. Porque no hacían falta. Todos los espectadores fuimos capaces de captar en su justa extensión la pobreza familiar de Yuli, del barrio en que creció, de esa otra Habana que también existe a pocos metros del bello y embellecido casco histórico, plato y plató para turistas, sin necesitad de énfasis. No hicieron falta (es decir, no hacen falta) porque toda pobreza está llena de códigos visuales universales y fáciles de decodificar, y son los mismos códigos  en Cuba que en Colombia, México, Haití o España. Imágenes que llegan al espectador con olores y hasta sabores exquisitamente únicos e inequívocos, por lo que sobra incidir, regodearse. Es el minimalismo efectivo ante el maximalismo inútil. Y entonces me decía, me preguntaba yo, viendo la peli: ¿por qué nosotros, los cineastas y escritores cubanos, somos incapaces de filmar y narrar con esta sucia asepsia, si se me permiten el recurso? ¿Por qué necesitamos no solo el desconchón en la pared, sino su protagonismo, no solo el bache, el fogón tiznado, el colchón roto, la guagua llena, el cablerío eléctrico, sino gritar con fotogramas o parrafadas (tratamiento artístico) su esencia bukoskiana y su rol prota-agónico? Recuerdo que cuando yo empecé a leer narrativa con seriedad, con 16 o 17 años, primer paso para luego escribir narrativa con seriedad, me encandilaba con la capacidad de algunos grandes narradores para crear primeros planos narrativos. Ese Dos Passos detenido durante largos párrafos  en las alas de una mosca (ahí descubrí, de paso, la palabra “élitro”); ese Carpentier obsesionado con la cubertería de plata en una mesa o con las columnas de un edificio colonial; o Carlos Fuentes y la sala de un hospital y todo su instrumental médico; y años más tarde hallé el mismo zoom in narrativo en Vargas Llosa (sobre la vacinica del caudillo enfermo), o en Daniel Pennac  (un charco francés que se parecía al mapa de Francia y terminaba en una algarabía de inmigrantes). Y es cierto que esto me sigue maravillando, como recurso creativo. Pero como todo recurso narrativo, debe dosificarse. Yo creo que aquí, en la falta de un dosificador estético, es donde cojean muchas veces nuestro cine, nuestra narrativa. Es como si cada uno de nuestros autores, en tanto protagonista de una realidad tan concreta y tan personal en su aparente unicidad, la cubana, se cree en la obligación del énfasis, mitad obligatorio, mitad necesario. Por supuesto, en todo su derecho. Pero ojo: en Yuli sorprende y se agradece lo contrario. Que nos cuenten la historia de un bailarín protagonizada por el baile, y con los conflictos familiares y sociales como telón de fondo, como complementos y no aditamentos. Quien entra al cine sin conocer nada sobre Carlos Acosta sale del cine conociendo todo sobre su vida y su obra, incluso la crisis social que le tocó vivir, el conflicto racial al que sobrevivió, el disgusto político de los personajes secundarios que lo acompañan. Esos secundarios que, dicho sea de paso, sirven para desahogar al protagonista y evitar cargarlo de parlamentos que desviarían la atención y dañarían su diseño, otra inteligente apuesta del guionista, quien logra así salvar al héroe, no contaminarlo. El Acosta de Bollain-Laverty es bailarín, no sociólogo, es un artista y ellos quieren que lo veamos en su complejidad artística, no política. Entonces, llegan y se crecen los personajes-desahogo (o desagüe), como el amigo infeliz e Inconforme que no aguanta más “y se pira”, el de las “pingas” vociferadas como en la vida misma, un personaje (y una actuación) que un tanto recuerdan al personaje de Roberto San Martín en Habana Blues de Benito Zambrano (otra película “cubana” hecha por un español).

En todo esto pensaba mientras veía la película en el cine Alameda de Sevilla, y en las curiosas similitudes de mi vida con la vida de Carlos Acosta. Los dos somos de barrios pobres. Los dos negros. Los dos con un padre-faro (y sargento) para que no nos desviáramos jamás del camino del arte. Los dos viajamos casi a la misma vez a Europa: él a Inglaterra, yo a España. Los dos volvimos a Cuba años después para crear escuelas de nuestro arte-madre: él de ballet, yo de repentismo. ¿Casualidades? ¿Coincidencias? Más bien confluencias. Yo no conozco personalmente a Carlos Acosta. Recuerdo que fui invitado a la fundación de su escuela de ballet en La Habana, pero no fui, no recuerdo por qué. Tampoco conozco a Iciar Bollaín, aunque hace años agradezco sus exquisiteces fílmicas. Y de los actores de la película, sólo tengo una amiga en el reparto: esa actriz camaleónica llamada Laura de Uz, nuestra Meryl Streep, nuestra Woopy Golberg, nuestra Carmen Maura. Y por ella me he sentido muy cerca de este filme que, y esto no puede obviarse, entre sus grandezas tiene su actuación, además de  contar con la poética y magnífica fotografía de Alex Catalán, y con la impresionante música de Alberto Iglesias (qué inteligente decisión contar con el más laureado músico del cine español, pese a ser una película musical sobre un cubano y rodada en Cuba, reconocida cuna de grandes músicos. Otro acierto). Y todos ellos girando en torno a Yuli, al Carlos Acosta real, quien en la película se interpreta a sí mismo, también sin estridencias, sin arrobo, haciendo de este biopicalgo a la vez íntimo y épico, hasta tal punto que me atrevo a decir que Yuli es una película de Carlos Acosta interpretada por Icíar Bollaín, con un reparto integrado por Paul Laverty, Alex Catalán, Alberto Iglesias, el increíble Edison Manuel Olvera (Yuli niño), el actor revelación Santiago Alfonso (de Tropicana al celuloide), un espectacular Keyvin Martínez (Yuli joven) y una sin par Laura de la Uz.

Aunque párrafo aparte merece la actuación de Santiago Alfonso como padre de Yuli, representando más que interpretando a ese padre negro y gruñón que ha sido para muchos de nosotros el padre de barrio, el padre pobre cuya única riqueza era su autoridad, esa recia figura que tan bien retrató un repentista cubano, Ernesto Ramírez, en esta redondilla improvisada: “Mi padre es un jorobado / con arrugas en la frente / que me calla solamente / con mirarme atravesado”. Y esta mezcla de figura paterna, orgullo racial y redondilla improvisada, me recuerda que la poesía, la décima, improvisada y escrita, fue el ballet que me tocó bailar a mí, y el que sigo bailando, así que termino la función como tiene que ser, con décimas, en homenaje a su padre y al mío.

He visto YULI. Y lloré.
Me emocioné. Me reí.
Hasta me reconoci
en Acosta. Recordé
mi yo de negrito a pie,
mi barrio, mi adolescencia,
mis noches de penitencia,
mis broncas, mi padre viejo.
Me he mirado en un espejo
de absoluta transparencia.

Sorprendente la actuación
del padre del bailarín.
Grande Icíar Bollaín.
Impresionante el guión.
Todos los Acosta son
el mismo Carlos bailando.
Me gustó el acento blando,
la nostalgia a contraluz
y esa Laura de la Uz
tomando otra vez el mando.

El Carlos niño fui yo
que en vez de bailar cantaba,
es decir, improvisaba,
y los otros niños no.
Mi viejo igual me obligó
pero yo a gusto lo hacía.
Y eso que yo no tenía
una maestra-tutora-
protectora-defensora
de mi propia poesía.

El Carlos joven fui yo
abriéndome a versos paso.
Muy pocos me hacían caso
pero eso no me importó.
Mi padre me protegió.
Me gritó: ¡tú eres poeta!
Y así fui en ese planeta
al que me integré (y me integro)
el primer poeta negro
que hizo el amor con Julieta.

A mí también me dijeron
“la décima es cosa hispana,
No de raíz africana”,
pero no me convencieron.
De mí también se rieron
en San Miguel del Padron.
Y más de un regio varón
en el barrio me decía
“eso de la poesía
es cosa de maricón“.

Mi Período Especial
fue el mismo del bailarín.
Y mi chispa. Y mi azuquín.
Y mi novia en el portal.
Yo me hice sontén igual
del sanguíneo batallón.
Y alcancé gran proyección
con aplausos extranjeros.
Y el éxodo de balseros
lo vi por televisión.

El Carlos que se marchó
a Europa también he sido.
Solo que yo he recorrido
España, Inglaterra no.
Fui el Acosta que volvió
A Cuba y fundó una escuela.
solo que – y no me consuela-
actuamos en otro set:
una cosa  es el ballet
y otra cosa la espinela.

En fin, Yuli me ha gustado.
El guión, la dirección,
la sobria interpretación
de cada actor. El logrado
ambiente sin demasiado
hincapié en nuestra pobreza.
La mesurada tristeza
sin burdos primeros planos
en desconchones insanos
en nuestra urbana maleza.

La Habana. Londres. Acosta.
Londres. La Habana. Biopic.
¡Aplausos! (¡Flash!) ¡Premios! (¡Clic!)
Y el padre siempre de posta.
Un negro que nada imposta.
Film de deux. Exquisitez.
Y yo pensando otra vez:
“¿la mejor peli cubana
es de una cineasta hispana
con un guionista inglés?”

Yuli, de Carlos Acosta,
bailada por Bollaín,
es un excelente film
y es respuesta, answer, riposta
de alguien que ha crecido a-costa
de su propio sufrimiento.
Un fílmico monumento.
Un alegato racial.
Y un homenaje total
al trabajo y al talento.

Alexis Díaz-Pimienta

Sevilla, 30 de enero de 2019.


ene
12
Añadido por Alexis Díaz Pimienta el 12 enero 2019 a las 1:59 pm



Una mañana Marita le contó a un grupo de niñas más pequeñas que ella, durante el recreo, que su perro, llamado Selfie, sabía volar. Y luego les dijo que Selfie volaba porque se había tragado un murciélago una tarde del verano anterior. Las niñas la miraron raro, con distintas muecas, pero ella amplió la información, dio detalles, como que Selfie desde entonces volaba por las noches, solo por las noches, y que era muy difícil verlo porque lo hacía tarde, cuando todos dormían.
Las niñas, todas, pusieron cara de “no entendemos nada”

— ¿Y tú cómo lo sabes? —preguntó la Superdesconfiada, una niña de trenza gruesa y grandes gafas de pasta azul, que lo ponía todo en duda.

—Porque él viene a mi cuarto —respondió Marita, sin inmutarse, sin mirarla—. Solo vuela en mi cuarto, porque si mis padres lo ven volar lo mandan a un zoológico. O peor, a un circo.

— ¿Tus padres harían eso? —preguntó otra niña, una rubita de ojos claros.

—Mi padre sobre todo, que es muy bruto y odia a los murciélagos.

—Pobrecito.

—¿Quién, mi padre?

—No, tu perro-murciélago.

—Además, mientras  vuela, Selfie es ciego y se orienta con el eco.

—¿Ciego?

—Totalmente ciego; pero no te preocupes, que se orienta con el eco.

Y las demás niñas, hasta una niña gorda con cara de asco e incredulidad, la miraron con admiración y ojos de asombro.

Marita sonrió.

Otro día le dijo a un niño del aula de infantil, muy pequeñajo, algo tan grave, tan tremendo, que no más oírlo el niño comenzó a llorar y se alejó llorando de ella y se fue al patio y el llanto no se le quitaba con nada.

—La culpa —decía ella en su defensa luego— no es mía, es de mi padre.

Y en parte tenía razón.

Si su padre no hubiera ido aquel día a recogerla al cole —casi siempre quien iba era su madre— nada de aquello hubiera sucedido, decía. Es decir, que ella no se hubiera puesto a dar saltitos de felicidad delante del niño, al ver llegar a su padre con su inconfundible peto de mecánico, tan ancho como sucio, limpiándose las manos con un pañuelo de colores, con sus grandes botas y unas zancadas con las que, decía ella, era capaz de recorrer España entera en cuestión de minutos. Esto Marita lo pensaba de verdad y esabaa a punto de decírselo al niño (algo así como: “mi padre tiene las piernas tan largas que es capaz de recorrer España entera en cuestión de minutos”), pero no le dio tiempo porque antes el mismo niño le dio dos codazos y le soltó, señalando a su padre:

— ¡Mira, un calvo!

El niño se veía emocionado.

— ¡Mira, un calvo!

Y entonces ella no se pudo contener. Olvidó las zancadas de su padre y sus récords recorriendo España de punta a punta, y Europa de lado a lado, dándole la vuelta al mundo si hacía falta, y respondió muy seria, como tiene que ser en casos como estos:

—Mi padre no es calvo; lo que sucede es que mi padre se peina pa’ dentro.

¡Y stop!

El niño, emocionado, la miró con la boca abierta.

—Sí, se peina pa’ dentro.

Ahora el niño emocionado era incapaz de cerrar la boca, de cerrar los ojos y se le acumulaban las ganas de cerrar las orejas para no oír aquello. Pero la oía. En la medida en que su padre se acercaba más lo oía mejor, la interpretaba, se lo imaginaba.

—Mi padre todas las mañana antes de salir para el taller se peina su larga cabellera ante el espejo —dijo, con tono recitativo incluso—, luego se abre la cabeza con las manos, se guarda todo el pelo dentro y la cierra de nuevo.

El niño emocionado no podía cerrar la boca, ni cerrar los ojos, ni cerrar las orejas, que era lo peor.

— ¿No ves que si se va al taller con todo el pelo afuera se le llena de grasa? —puntualizó ella.

Y el niño entonces comenzó a hacer mohines, esa pequeña mueca triste que sólo saben hacer los niños pequeños antes de llorar, o que solo a ellos, a los pequeñines, las quedan perfectos.

—Mira cómo trae las manos —continuó Marita—, y cómo trae la ropa. Imagínate si llevase el pelo afuera.

 Y entonces el niño ya no pudo más. Comenzó a llorar como solo saben llorar los niños muy pequeños cuando están asustados de verdad. Un llanto-llanto de boba abierta en forma de luna boca abajo, con los ojos achinados y anegados en lágrimas.

Y el grito lloroso del niño emocionado llegó primero a los oídos del padre de Marita que a los de Marita, de tan metida como estaba ella en su historia.

Y a los oídos del resto de los niños en el patio del colegio.

Y a los oídos de las seños.

Y a los oídos de otras madres y padres que estaban llegando a recoger también a sus pequeños.

Y a todos les pareció exactamente lo que era aquello: un llanto infantil desgarrador, traumático, altísimo, que salía de la boca y del cuerpo de aquel niño pequeño que se alejaba corriendo de Marita buscando refugio en las piernas de una seño, y señalando al hombre calvo del peto mecánico y las piernas largas.

Y los qué pasa, qué te pasa, pero qué te pasa, no recibieron más respuesta que lágrimas y una frase entre cortada, ininteligible con el hipo: él, decía el niño, él se pei, balbuceaba, se peina, decía, pa’, balbuceaba, den, decía, tro, balbuceaba, pa’ dentro, repetía, pa’ dentro, intentaba repetir con la cara llena de lágrimas, con el dedo acusador tembloroso, en el aire, él se peina pa’ dentro.

Pero Marita no hizo caso cuando la seño comenzó a reírse acariciando al niño y tomándolo en brazos. Al contrario, se desentendió de todo y se sintió la niña más alta del mundo al estar ella también en los brazos de su padre, del padre más alto del mundo, viendo desde aquellas alturas a todos sus compañeritos como hormigas, y sonriendo. Son hormigas, pensó. Todos los niños de mi colegio son hormigas.

Entonces miró hacia el cielo por si Selfie se había escapado y lo veía pasar. Pero enseguida se dio cuenta de que no era de noche.

Y ella y su padre salieron del colegio, en silencio.

jul
26
Añadido por Alexis Díaz Pimienta el 26 julio 2018 a las 12:01 pm

Para los visitantes de mi cuarto: un aperitivo de uno de los próximos libros de Chamaquili. Chamaquili ya ha estado en Almería, en La Habana (dos veces), en el Oeste, y ahora visita la ciudad en Nueva York, acompañado por su inseparable Mapá. ¿Se imaginan las ilustraciones del gran Jorge Oliver para este libro?




Chamaquili y los rascacielos

 

 

–Mapá, ¿qué es un rascacielos?

–Esos edificios altos.

–¿Y por qué rascan el cielo?

¿Las nubes le están picando?

Y cuando empieza a llover,

¿es porque los edificios

de tanto rascar el cielo

le van abriendo orificios?

Y cuando empieza a nevar,

¿es porque los rascacielos

rascan las nubes heladas

y arrancan trozos de hielo?

¿Y quién los hizo, Mapá?

¿Un albañil alto-alto,

mil veces más que nosotros?

¿O una pila de albañiles

subidos unos en otros?

Mapá, ¿qué es un rascacielos?

¿Y al cielo por qué le pica?

¿Tiene alergia a los aviones?

¿La altura lo perjudica?

Mapá, ¿qué es un rascacielos?

–Chamaquili, ya lo sabes.

Esos edificios altos

que tocan las nubes suaves.

–Yo quiero, Mapá,

ser un rascacielos,

rascar las nubes,

controlar los vuelos,

mirar desde arriba

al que está en el suelo,

fabricar la nieve

(es decir, el hielo),

buscar a mi abuela,

hallar a mi abuelo,

hablar con los pájaros,

ponerte a ti pelo.

–Bueno, Chamaquili,

¿qué tiene que ver

con los rascacielos

mi cabeza, a ver?

Pues desde que soy

Chama-rascacielos

si miro pa’ abajo

solo veo suelo,

tejados y gorras,

paraguas y pelos,

menos tú, Mapá,

porque se ve al vuelo,

que estás, pobrecito,

calvuelo, calvuelo.

–”Calvuelo” no existe,

te lo has inventado.

–¡Como que no existe!

Esto es demasiado.

Si es un rascacielo

el que rasca el cielo,

un calvo que al vuelo

se ve desde arriba

eso es un “calvuelo”,

sin alternativa.

Y otro Chamaquili

qué pasó a su lado

preguntó a su madre

bastante asombrado:

–Mamá, ¿qué es un calvuelo?

Y la madre respondió:

–Un calvo que mira al cielo.

Y se partieron de risa

el Chama y los rascacielos.


Chamaquili en Time Square

Cuántas luces de colores.

Cuántas luminosidad.

Cuántos focos y bombillas.

Cuánta luz, qué claridad.

Pobrecitos, Mapá, seguramente,

el mes próximo les cortan la electricidad.


Chamaquili en el centro de La Gran Manzana

No acabo de comprender

por qué esto es la Gran Manzana.

Ni la forma ni el sabor

ni el olor… Alguien me engaña.

Si quieren nombre de fruta

para el centro de Manhattan

le deberían poner

entonces… ¡la Gran Guanábana!

Miren bien. Los rascacielos

son espinas negras, blancas,

y los parques y las calles

son el resto de la cáscara.

Háganme caso, Mapá,

no digas la Gran Manzana.

Esto se debe llamar

¡Manhattan, la Gran Guanábana!