"Uno de los mejores narradores cubanos de la hora presente"
(Juan Bonilla)

El Blog de Oralitura

abr
03
Añadido por Alexis Díaz Pimienta el 3 abril 2019 a las 1:28 pm
para Pedro Poitevin y Sara


Buenos días desde Boston,

comienzo a desayunar

y advierto (para rimar)

que es en marzo, no en “agoston”,

porque las rimas en “-oston”

no existen en español.

Hay 1 grado. Hay poco sol.

Boston vuelve a recibirme

invernal, para decirme,

“Well, I hope you like it all”.

Me gusta Marblehead, sí.

Me gusta su olor a invierno.

Debe ser el sempiterno

Marco Polo que hay en mí.

Llegué anoche y ya preví

que el jet lag me despertara,

que el sol de pronto me echara

cálidos chorros de luz

sobre el insomnio andaluz

que se me quedó en la cara.

Estoy en Marblehead, solo.

En casa de Poitevin.

Regreso a Boston (por fin),

ciudad que medio controlo.

Voy a ver cómo extrapolo

experiencias anteriores

para interpretar sabores,

sonidos, textos, texturas.

Esto de las aventuras

tiene sus riesgos, señores.

Al estar en casa ajena

desayunar me acoquina.

No controlo esta cocina,

me habla en inglés la alacena.

Quedan restos de la cena

(queso, pan, salami, vino)

pero el pobre peregrino

tiene sus gastro-querencias,

culinarias apetencias

y Pedro no es adivino.

Veo mantequilla y pan.

La máquina del café.

Un termo para hacer té.

Frutas que hablan: “Eat me, man”.

¿Los cereales dónde están?,

me pregunto yo que en casa

ni los miro. Qué me pasa.

¿El síndrome del viajero

que a todo le pone un pero

por su obsesión antigrasa?

Pienso: “mientras desayune

voy a ponerme a escribir

mis crónicas y a decir

qué me aleja y qué me une

a Boston”. ¿Cronista impune?

¿O en lugar de ser cronista

el viajero repentista

sin pensarlo, sin ponerse,

está jugando a volverse

fotógrafo decimista?

Por fin, corto pan, lo unto

con mantequilla y rebano

un salami (no es tan sano,

pero ya está). Me pregunto

si el breakfast es un asunto

poético o no lo es.

Pienso en Prevert y después

en Audrey y en los diamantes.

“Ya no somos los de antes,

Audrey, ya nadie lo es”.

¿Desayunar sin diamantes

sin Audrey y sin Nueva York

me hace menos escritor,

entro al gremio de farsantes?

No lo sé. En estos instantes

un gato bajo la mesa

jura que no le interesa

el cine y me roza el pie.

¿El gato querrá café?

¿Y si Audrey Hepburn regresa?

Y en esto se escucha un ruido,

un metálico “tin-tin”.

Me asomo y es Poitevin

que ha vuelto a la casa. Ha ido

a la school en cometido

paternal, con sus pequeños.

Mis anfitriones son dueños

de una rutina envidiable

que me hace sentir culpable,

torpe interruptor de sueños.

Anoche cuando llegué

Pedro y yo madru-charlamos.

Qué tertulia improvisamos

entre el jet lag y el de pie.

Llamé a Lope. Le avisé

a Prevert y a los Machado.

Ginsberg posó disfrazado

de Lorca y Lorca de Sting

mientras Pedro Poitevin

era Pascal inspirado.

Matemática y poemas.

sonetos y logaritmos.

acentos, sílabas, ritmos,

hemistiquios, teoremas,

triangulaciones, esquemas,

dos más dos, uno por uno,

Borges, Lombardi, Unamuno,

“tenemos que terminar

porque se van a juntar

la cena y el desayuno”.

 Y a las dos de la mañana

nos despedimos, felices.

Vaya mezcla de raíces:

Guatemala con La Habana

en la noche bostoniana

hablando de poesía.

Yo me acosté y presentía

que Sir Jet Lag, el muy tonto,

iba a despertarme pronto,

a primera hora del día.

Y aquí estamos. Poitevin

recién llegado a mi mesa

y yo como el que confiesa

“mejor entre dos”, come in.

Vuelve Vallejo al festín

de la charla mañanera.

Boston no entiende siquiera

lo que Trilce significa

mientras Poitevin me explica

que vuelva a la carretera.

Y yo digo: ¡qué oportuno

que hayas vuelto!, ¡menos mal!

Por poco le pongo sal

Al café del desayuno.

Sonreímos. Hoy ninguno

tiene otro plan que charlar

de poesía y viajar

a Framinghang¡ por la tarde.

Vaya dialéctico alarde

de ambos al desayunar.

Y así termino esta crónica

bostoniana (la primera).

El pan desde la encimera

mi mira con risa irónica.

Siento lejos una armónica.

“¿Dylan me está saludando?”

Pienso en Frost mientras (h)ablando

el pan y revuelvo el té.

Boston, ¿qué tal se me ve

cuando estoy desayunando?

“Poesía y matemáticas”,

qué bien empieza mi gira.

De pronto, el gato me tira

miradas aristocráticas,

insinuaciones erráticas

de gato contrabandista.

¡Mejor que calle el cronista

el diálogo improvisado

entre un poeta rimado

y un gato versolibrista!

Alexis Díaz-Pimienta
26 de marzo de 2019

ago
18
Añadido por Alexis Díaz Pimienta el 18 agosto 2018 a las 5:02 pm


Acabo se encontrar, en mi disco duro, el texto de presentación que escribió y leyó el mexicano Frino (músico, poeta, profesor) en diciembre de 2014 para presentar mi libro Teoría de la improvisación poética en México. Y me ha emocionado volver a leerlo. Espero que ustedes también lo disfruten.


por Frino 
El arte de la improvisación poética  —conocido entre los especialistas como “repentismo”—, se practica hoy a lo largo y lo ancho de América Latina bajo las más diversas formas. Ingrediente indispensable en muchas tradiciones musicales como las “topadas” del huapango arribeño, los “fandangos” jarochos o el punto cubano, el repentismo se sitúa a medio camino entre la poesía y el canto: sus versos no son literatura ni son canción por completo, aunque comparta elementos de ambos mundos. La improvisación poética es un arte oral, más para ser escuchado en vivo que para leerse, y se presenta como un performance efímero e irrepetible. Prestidigitación verbal, los repentistas no revelan nunca los secretos de su arte: por el contrario, a donde van, llevan consigo un halo de misterio y con frecuencia son vistos como seres tocados por un don divino. Un don que no se escoge, sino con el que se nace y que se ejerce así, desde el cotidiano acto del habla. Ante el sorprendido público, más que poetas, los repentistas son magos.

Según las estadísticas, una de cada trece personas en el mundo habla español.[1] En este contexto, el estudio de prácticas culturales como el repentismo no puede ser un asunto menor. Los versos improvisados representan un patrimonio cultural inmaterial que ofrecen materia de estudio no sólo para la etnomusicología o la linguística. Como bien apunta Guillermo Sheridan:

En las canciones, refranes, romances y estribillos se aprecia la fuerza de la lírica integral y genitora que un pueblo convierte en recurso cotidiano de su fe y de su trabajo, de su solaz y de su deseo, de su realidad y de sus sueños, la fuerza de sus percepciones y sus voliciones, la de su humor y su ternura, la de sus principios y sus prejuicios, la de su moral y sus apetitos.[2]

En este sentido, las culturas populares, y muy particularmente las vinculadas con el canto y la palabra, pueden convertirse en el ancla que los pueblos puedan hallar para no verse fácilmente arrastrados por la marea de la globalización. Las tradiciones arraigadas en el idioma proporcionan al hombre una manera de estar con conciencia en el mundo moderno, dotándole de identidad.

            Si algo comparten las distintas regiones del continente latinoamericano, eso es el idioma. Pero en el idioma residen también muchas de nuestras diferencias internas. “Me siento privilegiado de haber nacido en el castellano”, declaraba el recién fallecido poeta Juan Gelman. Porque la patria es la lengua: del Barrio Latino en Manhattan a las calles de Montevideo, el idioma español es un punto de contacto que permite construir y reelaborar las distintas identidades de “los latinoamericanos”. Payadores argentinos y uruguayos, copleros jarochos, poetas y juglares de la Sierra Gorda, repentistas cubanos y freestylers puertorriqueños o freestylers diseminados por el continente, todos pertenecen a tradiciones líricas que comparten el uso de la palabra y la improvisación como fundamento de sus prácticas musicales. Ya sea planteadas como continuidades o como rupturas, estas tradiciones forman parte de un diálogo que inició hace cinco siglos, cuando en nuestro suelo se arraigaron las prácticas líricas y musicales que llegaron con los conquistadores. Junto con los versos alejandrinos, los endecasílabos, las seguidillas, las silvas y las décimas espinelas, llegaron las arpas, las vihuelas y los violines que hoy sobreviven en nuestras músicas tradicionales. Tres siglos bastaron para incubar nuestras propias variantes del idioma. Al cabo de ese tiempo, a la manera de Calibán, hicimos del idioma la magia que nos permitió liberarnos. Vino entonces la emancipación política de los países latinoamericanos y el surgimiento de la corriente estética conocida como modernismo, y América comenzó a trazar su propio derrotero en cuestiones líricas: llegaron López Velarde, Rubén Darío, José Martí y Manuel Gutiérrez Nájera a levantar la voz del continente. Pero fue una voz que se alzó desde la tinta de los periódicos y los libros; la voz culta de la academia y el parnaso. Otra vertiente, menos académica, quedó resguardada en las prácticas musicales de la América recién emancipada. En los cantos campesinos, siguieron vivos los acentos de la lengua en los endecasílabos, las seguidillas, las décimas y los romances. Y entre esas prácticas, en las topadas, las payadas y los fandangos, quedó latente la práctica del repentismo. Sin embargo, después de la conformación de la América moderna, el repentismo fue para el mundo culto sólo objeto de estudio desde fuera, un arte exótico cultivado desde la barbarie del arte popular.

            Fue en diciembre de 1992 que, con el Festival de la Décima organizado en Las Palmas de Gran Canaria, comenzaría a reducirse la brecha entre ambos mundos. Aquel encuentro sería el detonante para que, seis años después, viera la luz la primera edición de “Teoría de la Improvisación Poética”: un libro nuevo en el pleno sentido de la palabra, diría el filólogo Maximiano Trapero. Porque aunque mucho se había escrito sobre las formas estróficas, casi nada se había escrito sobre el arte de la improvisación poética. Existía un hueco tremendo al respecto en los estudios del idioma. Sólo alguien que fuese a la vez practicante del repentismo e investigador tenaz podía encargarse de tal empresa. Ese alguien fue Alexis Díaz Pimienta. Nadie le encomendó la tarea, sino él mismo, en un esfuerzo por comprender su propia historia. Su vida entera, aún en los momentos del ron y el festejo, está volcada sobre la poesía. La mayoría de la gente mide el día por minutos, pero Pimienta no. Pimienta no puede ir a dormir si no ha cumplido con los 500 hexadecasílabos y los 240 endecasílabos que le exige su reloj interno. Él, igual que don Guillermo Velázquez, es un hombre del Siglo de Oro. Mide el mundo en versos.

            Cuarenta y siete años ha tomado a Alexis escribir este libro, es decir, toda su vida. Porque un libro no empieza a escribirse en el momento que se toma el lápiz o se prende la computadora con la decidida convicción de redactarlo. Un libro empieza a escribirse a partir de la experiencia, y la experiencia poética de Alexis inició antes de conocer la cuna. No es éste, por supuesto, su único libro: una decena de Chamaquilis (y otros tantos inéditos) circulan por América y Europa. Novelas, múltiples poemarios y hasta una versión del Quijote en verso se cuentan entre los frutos de este prolífico ciudadano del idioma. Pero “Teoría de la Improvisación Poética” es más que un libro, es la confesión del mago. Porque en este libro, Alexis revela los secretos de su arte. No es un acto de traición al gremio, sino un esfuerzo por reivindicar la oralidad. Las 863 páginas de este libro están encaminadas a hacer del repentismo una disciplina en servicio del crecimiento humano. Porque Alexis sabe que el verdadero protagonista en las topadas, las payadas y los fandangos no son los improvisadores, sino el idioma. Pero no el culterano idioma que bosteza en el diccionario, sino el idioma como palabra que un hombre pronuncia para que otro escuche y responda.

            En este sentido, quiero destacar la entraña rebelde y contestataria de “Teoría de la improvisación poética”. Con Rubén Mendieta y Paty Galván de ediciones Del Lirio, Alexis ha encontrado dos cómplices para armar su propia Sierra Maestra. ¿Qué otra cosa, si no una Revolución, puede significar un libro sobre versificación oral en los tiempos del Twitter y el Whatsapp? Practicar el verso cara a cara, voz a voz, es desafiar a la actual inercia tecnológica y ampliar nuestra capacidad de diálogo. Porque cada décima que se añade al repertorio es un argumento a favor del gran diálogo humano. No me refiero a la charla trivial, sino a ese diálogo que nos construye y sustenta lo que somos. “Ningún hombre es mejor que su conversación”, solía decir mi abuela. Hablemos pues, y escuchemos. 

La décima es tradición

es pasado y es presente

es futuro incandescente

es cerebro y corazón.

Es poema y es canción

es águila y colibrí

es lejanía, es aquí,

siglo veintiuno y dieciocho

es huapango y son jarocho

es Quevedo y Naborí.

Voz de nuestro continente

es porvenir, es memoria,

es proyecto y es historia

es una caricia urgente.

Antropología vigente

vieja posmodernidad

la décima es nuestra edad

es solsticio y luna llena

y estrofa que nos condena

a cantar en libertad.

La décima es nuestra voz

es Martí y Violeta Parra

es teponaztli, es guitarra,

violín, jarana y bongós.

Es el martillo y la oz

es realidad y utopía

poética plusvalía

es respuesta y es pregunta

y las décimas, todas juntas,

son nuestra autobiografía.

La décima es alfabeto

es afrenta y es halago

es la rebelión del mago

revelando su secreto.

Es adobe y es concreto

es calma chicha y tormenta

es oralidad e imprenta

fiesta de amigos cercanos

y un nuevo libro en las manos

de Alexis Díaz Pimienta

Frino

Museo del Estanquillo, México DF.

12 abril de 2014






[1] Según un informe del 2013 del Instituto Cervantes, hay 528 millones de hablantes de español, incluyendo hablantes con competencia limitada, o aprendices de la lengua.

[2] Guillermo Sheridan, Corpus de la antigua lírica popular hispánica (siglos XV a XVII). Homenaje a Margit Frenk. José Amezcua y Evodio Escalante, editores. Universidad Nacional Autónoma de México/ Universidad Autónoma Metropolitana, México, 1989. Pp.77

ago
05
Añadido por Alexis Díaz Pimienta el 5 agosto 2018 a las 11:51 am
por Alexis Díaz-Pimienta


Julito Martínez conversando con Canal Oralitura vía telefónica.
Ha fallecido en Cuba Julito Martínez, para mí uno de los más versátiles y carismáticos repentistas de su generación (la primera promoción post-naboriana), quizá solo superado en versatilidad y carisma por Manolito Soriano y Asael Díaz Candelita. Lo conocía y canté con él desde que yo era un niño, cuando Julito vivía en La Habana. Era un hombre altísimo y fuerte, de ahí que al final asumiera el seudónimo de El Gigante de Pipián, pueblo del que era oriundo. Recuerdo sobre todo una controversia que hice con él en la mítica trova de Guamacaro, en Lawton, cuando yo tenía 11 o 12 años (1978-79). El tema era “la luna”, y estuvimos casi una hora entrelazando metáforas y otros recursos literarios sobre “la novia de los poetas”, el único verso mío que recuerdo. De esta controversia me habló durante años mi amigo José Antonio Roche, porque allí me conoció, él entre el público, vestido de verde (Servicio Militar) asombrado de aquel duelo poético entre un gigante y un preadolescente negrito y flaquito (así lo cuenta). Él nunca la olvidó, y creo que yo tampoco en parte gracias a él. El caso es que en aquella época (1978, 79, 80…) Julito Martinez era considerado, junto a Monguito Alfonso, Ramoncito Martínez y el Indio Taíno, uno de los mejores repentistas aficionados de Cuba, a los que se les llamada “aficionados” solo porque no cobraban por cantar, no vivían del canto como los “profesionales”. Julito Martínez era de los pocos que podían cantar de tú a tú con poetas profesionales de la talla de Chanchito Pereira o Efraín Riverón, sin que se notara la diferencia.

Pero hubo dos Julitos, esa es la verdad. Del mismo modo que hubo tres Picasso (el de la etapa azul, el de la etapa Rosa y el de la etapa Negra) y dos Góngoras (el de las letrillas y el de Las soledades), podemos decir que hubo dos Julitos: el de La Habana y el de Matanzas, y no solo por el cambio de provincias en las que vivió, sino porque este cambio significó (o determinó) un cambio significativo en su obra, en su estilo. El Julito de La Habana no era tan versátil. Era un poeta serio, centrado en el lenguaje, metaforista, naboriano, con una personalidad imponente dentro y fuera del escenario. Así lo recuerdo. Cantar con él o sentarse a escucharlo era una fiesta de la inteligencia. A su facilidad improvisadora había que sumarle una técnica impecable, y una puesta en escena sobria, comedida, que hacía que el público se centrara en sus versos y no en otras cosas. Sin embargo, el Julito de Matanzas fue otro. Recuerdo que su mudanza matancera prácticamente coincidió con la mía (1984-1985), de modo que coincidíamos mucho en la carretera, y en casa de amigos entrañables (la familia de Martos Lorenzo, por ejemplo) y que nuestras novias de entonces se volvieron las madres de nuestros hijos a la vez (mi hijo Axel y su hijo Lázaro se llevan solamente 1 día de diferencia). Pero el Julito de Matanzas, en tanto repentista, poco a poco fue mutando, se fue volviendo otro Julito. Sin renunciar a la buena décima, al buen canto, a la buena puesta en escena (era un actor en ciernes, como casi todos, aunque no lo saben), fue surgiendo el Julito versátil y carismático que ha sido hasta el final, fue asumiéndose actor, fue incorporando el humor a sus décimas improvisadas o recitadas (en el otro Julito el humor era prácticamente nulo, era un “poeta serio”, como mandaba el “libro de estilo” pereiriano-naboriano). Comenzó entonces a ejercer de maestro de ceremonias en los espectáculos. Ya no solo era el gran repentista (ágil, rápido, seguro, ingenioso, metaforista) sino que ahora era también capaz de conducir un espectáculo (sustituyendo la labor que hacía en Matanzas Bonifacio Menéndez, por ejemplo), y era capaz de protagonizar controversias humorísticas, y eran casi dos metros de poeta carismático sobre el escenario, con sus manos enormes y sus grandes brazos reorganizando el espacio escénico, comunicando el doble o el triple que sus compañeros de reparto.

Así era Julito Martínez, el gran repentista cubano al que todos lloran hoy. A todos ha sorprendido su muerte, y todos dicen que era un maestro y una leyenda viva. ¿Ahora es una leyenda muerta? Digamos que no: la esencia de ser leyenda es el pacto con la eternidad, lo de leyenda viva es un epíteto laudatorio, redundante en su esencia. Julito Martínez es, junto a Chanchito Pereita, Asael Díaz Candelita, Jesús Tuto García, Manolito García, Ernesto Ramírez, Rafael García, Gerardo Inda, Ramoncito Martinez, el olvidado José Miguel Bello, el más olvidado José Luis Guerra (Guerrita), Evandelio Tejera, Manolito Soriano, Efrain Reveron Arguelles y algunos más, la vanguardia repentista de la primera promoción post-naboriana, uno de sus abanderados y adelantados, un maestro.

¿Sus huellas e influencias? No tengo claro que Julito Martínez haya dejado una huella estilística que cree epigonías entre las nuevas generaciones. Creo que deja grandes admiradores, pero no así seguidores de su estilo. En esto influye que no fue un repentista mediático, televisivo a nivel nacional, sino que su obra es conocida solo en el mundo de los repentistas, y mucho más en Matanzas y Mayabeque que en el resto del país.

¿Su mayor legado? Creo que Julito Martínez era un ejemplo insondable de profesionalidad, dentro y fuera del escenario, y que, aunque no lo sepan o lo crean, ha marcado el camino hacia lo que debe ser y hacer un repentista del siglo XXI: la versatilidad escénica. Ya no basta con ser “poeta-serio”, hay que ser capaz de ser “poeta-actor” y desdoblarse como si Stanislasky estuviera entre el público haciendo un casting para un próximo guateque: tener capacidad para “soñar” cuando haga falta, y capacidad para hacer reír, y capacidad para comunicar más allá de los versos, para usar bien el lenguaje gestual, para ser rápidos, para ser lentos, para ser diáfanos y claros, para ser profundos y hasta abstractos. Eso fue, eso es, Julito Martínez, el Gigante de Pipián, un hombretón con risa de adolescente pícaro, una mezcla sublime de Naborí y Germán Pinelli, un hombre culto en su empirismo y su autodidactismo (como casi todos los repentistas, su obra creció bajo el influjo de los poetas románticos y post-románticos, fundamentalmente), un decimista, un repentista, un sonetista, un buen romancerista, un humorista en verso… Es decir, un poeta tradicional de estirpe clásica y un actor en potencia, como todos.

¿Mis mejores momentos con él? La controversia sobre la luna que ya cité (1978 o 79) y nuestra controversia en el Casino Español de San Antonio de los Baños, en 1991, durante el primer evento titulado “Recordando Campo Armada”. Recuerdo que nos tocó como tema “el amor” (éramos 5 parejas de improvisadores y cada uno cantaba uno de los temas de la famosa “Controversia del siglo”, protagonizada por Naborí y Valiente, en el estadio de fútbol Campo Armada, en 1955); recuerdo que fue la controversia más aplaudida de la tarde, o una de las más aplaudidas. Luego, tuvimos incontables controversias: en La Habana muchas, durante mi adolescencia y primera juventud, pero sobre todo en Matanzas (en San Luis, en el Parnaso, en Limonar, en Ibarra, en Colón, en Parico).

Su muerte deja un gran vacío. Basta revisar las redes sociales y ver los comentarios que llegan desde Cuba o desde Miami, las condolencias solidarias de improvisadores de Panamá, Argentina, México, España, Colombia, Perú y otros países. Cómo siempre sucede, él no lo hubiera imaginado. Ninguno de los que cantábamos punto guajiro en la Casa de la Cultura del Cotorro, o en Guamacaro, o en la Peña de Cuatro Caminas y la Sala White de los años 80, hubiera imaginado que su muerte provocaría una ola de pésames entre los improvisadores de casi todos los países de la lengua. Son otros tiempos. Ya todos sabemos que existen los otros. Ya los guajiros repentistas cubanos son conocidos y escuchados por los payadores del cono sur americano, los troveros españoles, los cantadores de mejorana panameños, los galeronistas venezolanos y un largo etcétera. Por eso es perentorio darles la importancia que merecen dentro de Cuba. No basta con el aplauso oficial, tan sobreactuado a veces, tan caritativo pese a todo. No basta con que la UNESCO nos condecore con un título oficial. Es necesario y urgente que en Cuba, el Olimpo del repentismo para algunos, la Meca de la improvisación para otros, se considere a cada repentista como lo que es: un patrimonio real, un artista del que enorgullecerse, y se haga en vida, no cuando no se entere.

¿Unas décimas de muestra? Tomemos estas tres que improvisó con Omar Mirabal en uno de sus regresos a Lote Seco, la barriada de Pipián donde nació. Fue un día de su cumpleaños, y dijo el poeta:


Nací en esta tierra un día
un 27 de mayo
pero me fui en un caballo
de dolor y lejanía.
Hoy vuelvo a esta vaquería
porque el hijo del deber
si quiere buen hombre ser
o quiere ser infinito
nunca olvida el pedacito
que un día lo vio nacer.

Hoy me perfuman las flores
de Madruga y Nueva paz
aquí donde tengo más
amigos que admiradores.
Hoy he vuelto entre cantores
a saborear mi altruismo.
Y a golpe de repentismo
vuelvo a mi pueblo adorado
más viejo y más arrugado
pero sigo siendo el mismo.

La décima está conmigo
como una fruta pintona
desde que la comadrona
vino a cortarme el ombligo.
Por ella soy pan y trigo
de mi monte y de mi llano
y las palmeras temprano
me han mimado sin alarde
desde que empecé una tarde
a cantar punto cubano.

Descansa en paz, poeta. Saluda a los colegas que se han mudado al mundo del silencio y cuéntales los cambios. Diles que pronto, muy pronto, sus nombres serán recuperados, sus obras estudiadas, sus rostros conocidos. Ahora, al menos, tendrán un buen maestro de ceremonias para los guateques post morten.

jul
24
Añadido por Alexis Díaz Pimienta el 24 julio 2018 a las 4:40 pm

En el año 2006, cuando cumplí 40 años, escribí un poemario autobiográfico formado por décimas y sonetos, con el título La crisis de los 40. Han pasado casi 12 años y sigue inédito. Este es uno de los poemas que conforman el libro. Espero que lo disfruten. 


Yo, improvisando con mi hijo Alex Díaz Hernández,
en el Teatro del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana.


 

Días de visita al médico

…y, lo que sería peor, hacerse poeta,

que, según dicen, es enfermedad

incurable y pegadiza…

Cervantes

¿Recuerdas, madre, los días

que íbamos al hospital

porque me sentaban mal

ciertas palabras? Decías

que era extraño, no entendías

cómo una palabra llana

sólo por llana era insana

causando un dolor agudo

o esdrújulo. Y nadie pudo

aclararlo. Una mañana

me atoré con un prefijo

y cuando me socorriste

solamente repetiste:

¡pero hijo!… ¡pero hijo!

Fuiste al médico y te dijo

que desde entonces me dieras

sólo palabras enteras,

de dos sílabas lo menos.

Consultaste a otros galenos

y de distintas maneras

todos dijeron lo mismo:

-Escoja cada palabra,

si tiene dudas no abra

la boca; mejor mutismo,

que el virus del silabismo

y la atrofia lexical.

Todos en el hospital

me llamaban El poeta.

El repentista-probeta.

Niño-lecto-escrito-oral.

Y tú, nerviosa, ¿recuerdas?

Escogías el arroz

primero y luego la voz

y los silencios, ¿te acuerdas?

Separabas como cuerdas

de un violín los adjetivos

neutros de los sustantivos

y estos de las conjunciones

y éstas de preposiciones

y éstas de demostrativos.

¿Recuerdas que los demás

niños temían quedarse

a mi lado y contagiarse

y no ser niños jamás?

No lo recuerdas, quizás,

pero yo sí lo recuerdo.

Y todavía me pierdo

algunas veces, me escondo

de los demás en el fondo

de mí mismo, o me hago el cuerdo

para que nadie se asuste

de esta enfermedad tan rara.

Tengo marcas en la cara

que dudo que a otros les guste:

marcas de mi desajuste

entre mudez y elocuencia.

Marcas de mi pertenencia

al club de la oralitura.

Marcas de sana locura,

de diabólica inocencia.

Y el último especialista

en dolencias infantiles

te habló de voces hostiles,

de llevarme a un exorcista.

Perdona, madre, que insista,

¿pero recuerdas el día

en que nadie te creía

que la fiebre que me daba

tan solo se me quitaba

leyéndome poesía?

Bueno, pues, sobreviví.

Ya voy a cumplir cuarenta

y aún la voz experimenta

grandes trastornos en mí.

Enfermo crónico, sí.

Crisis de sana locura.

Crisis de literatura.

Crisis de locuacidad.

Sí, madre, esta enfermedad

creo que no tiene cura.

____________________________________________-
Alexis Díaz-Pimienta (La Habana, Cuba, 1996). Escritor y repentista. Ha publicado hasta 2018 un total de 39 libros en diferentes géneros: novela, relatos, poesía, ensayo, literatura infantil y juvenil. Su obra ha sido traducida a varios idiomas (inglés, francés, alemán, italiano, árabe, búlgaro, finés, portugués, japonés y farsi), en antologías y revistas. Ha obtenido prestigiosos premios nacionales internacionales en Cuba, México y España (7 de poesía, 3 de novela, 4 de relatos y 4 de literatura infantil y juvenil). Su último libro publicado en España es El deseo sexual de las estatuas” (poesía, Huerga y Fierro, Madrid, 2018).

jul
20
Añadido por Alexis Díaz Pimienta el 20 julio 2018 a las 4:41 pm
Hoy la firma invitada al Blog de Oralitura es la profesora e investigadora italo-mexicana Caterina Camastra, quien estuvo recientemente de visita en Cuba y no pudo sustraerse a escribir en décimas (incluyendo una “octava cimarrona”) este canto de amor a su capital, La Habana. Las décimas se explican solas. ¡Bienvenida, Caterina! (Como siempre esperamos comentarios.)



Te quiero, La Habana (seis espinelas y una octava cimarrona)




Caterina Camastra en La Habana (selfie, cortesía de la autora)



Cómo te explico, La Habana,
La Habana, cómo te cuento,
no me alcanza el pensamiento
ni la palabra, tirana,
puede abarcar la mañana
entre las calles y el mar.
La Habana, cómo explicar
lo que a mí me significa
la estrofa se me complica
para este inmenso lugar. 


La Habana, poema urbano,
concierto de disonancias,
desaliñada elegancia,
pañuelo de encaje en mano,
porte altanero y ufano
de princesa tropical,
La Habana del vendaval
que barre el aire y las horas,
La Habana, antigua señora
que se mece en su portal.

La Habana del malecón,
La Habana calles adentro,
La Habana de fuga y centro
entre avenida y rincón,
La Habana en cada balcón
de aristocracia perdida
donde la ropa tendida
se inventa como pendón. 

La Habana con tu escondida
magia, con tus dioses
La Habana, tú, cuando coses
hechizos, eres lucida.

Yemayá fue mi amiga 
hubo algún otro que no,
hice enojar a Shangó
por despreciar su aguacero,
entonces estalló un trueno
cercano, y me estremeció.

Me dice “niña preciosa”
La Habana, con sus engaños,
a mis cuarenta y un años
qué risa me da la cosa.
La Habana, ciudad tramposa,
tú y yo sabemos por qué,
mas si “niña” escucharé
de cada guapo que veo,
miénteme, que yo te creo
y ya no me quejaré. 

Mil y un kilómetro andados,
la mejor dieta: La Habana,
que si eres vegetariana
te lo pone complicado.
Aquí sí que he adelgazado
y ahora debo partir
justo cuando iba a lucir
delgada como un estambre,
aunque me muera de hambre
no me quiero despedir.

La Habana, llevo conmigo
innumerables cafés,
un beso que no acepté,
libros (mis mudos testigos)
los versos de mis amigos,
la luna por la ventana,
el sol de cada mañana,
las caminatas costeras.
Yo no sé si tú me quieras,
mas yo te quiero, La Habana.

jul
20
Añadido por Alexis Díaz Pimienta el 20 julio 2018 a las 9:18 am
por Alexis Díaz-Pimienta



La experimentación formal con la estructura de la décima escrita, ha sido, a lo largo de mi vida literaria, una preocupación constante, a la vez un reto y un camino alternativo. Yo, procedente del repentismo tradicional, acostumbrado a ver la décima como esa “cajita” perfecta con medidas 10×8, tan redonda en su cuadratura textual y en la forma de su canto, cuando comencé mis andanzas como escritor, no como improvisador, supe desde el principio que tenía que soltar esas amarras.

Tenía entonces yo 16 o 17 años, y bebía tanto de la fuente de improvisación como de la lectura de poesía contemporánea (sobre todo, de los poetas que eran premiados en el concurso Casa de las Américas). Fue en estos libros (Toño Cisneros, Armando Tejada Gómez, Fernando Lamberg, Omar Lara, Jorge Bocannera, Wichy Nogueras o Reina María Rodríguez) en los que descubrí, y quedé deslumbrado, las aventuras tipográficas y formales de la poesía escrita contemponánea, vanguardista y post-vanguardista, actualísima entonces. En ellos describí nuevas posibilidades expresivas del poema en verso libre (prescindir de signos de puntuación, prescindir de mayúsculas, usar los espacios como signos de puntuación al igual de las cesuras versales, y de paso los rejuegos intertextuales y los registros polisémicos del verso: tan ajenos a la décima oral y su cuasi obligatoria decodificación inmediata). Todo esto, que estaba naturalizado y legitimado en la poesía contemporánea en español, no era, por supuesto, nada común en la décima escrita en Cuba, mucho menos en la oral.

En la décima oral era imposible hacerlo (la mayoría eran aportaciones gráficas, tipográficas, visuales), pero en la décima escrita, en la que existe desde hace casi un siglo la tradición (poco estudiada, por cierto, a penas tomada en cuenta por la crítica) de la edición de “decimarios”, es decir, poemarios escritos íntegramente en décimas,  tampoco era común este tipo de aventuras formales. Ni en la obra de los grandes maestros de la estrofa (el Cucalambé, Agustín Acosta, el Indio Naborí, Francisco Riverón), ni en la obra de los decimistas en activo en los años 80.

Las mayores aventuras formales que yo recuerde, como un acercamiento real al concepto de poesía visual (con referentes que van desde Baudelaire hasta Joan Brossa), fue un libro de décimas de Bernardo Cárdenas Ríos (un repentista) en el que el poeta dibujaba con las letras la figura a la que dedicaba cada poemas: una casa, un árbol, un perro, etc. 

Sin duda, el primer libro que se atrevió a romper el molde gráfico de la décima escrita, más allá de este ejercicio pictórico-mecanográfico, y que constituyó un auténtico parteaguas en el movimiento decimista insular (el escrito, no el oral-improvisado) fue Alrededor del punto, del poeta Adolfo Martí Fuentes. Para mí este fue el decimario más inteligente de su época y, sin miedo a decirlo, de la historia de la décima escrita en Cuba, el equivalente al Azul de Darío para la poesía española, o al Ulises de Joyce para la narrativa del siglo XX. Un libro que cambió definitiva y drásticamente la forma de acercarse a la décima escrita (o mejor, a la escritura de décimas).

Fue este libro, junto con las lecturas de aquellos poetas contemporáneos que llegaban a mis manos juveniles (manos que ya habían paseado por los libros de César Vallejo: la vanguardia mayor), los que espolearon mi curiosidad y pusieron en mis manos un abanico amplísimo de posibilidad formales para la estrofa que cultivaba desde niño. en ellos descubrí, deslumbrado, que la décima podía escapar de su “prisión estrecha” (Raúl Ferrer dixit). Y me puse manos a la obra, todo entusiasmo. Separé perfectamente la décima oral (cantada, improvisada, o escrita para ser cantada) de la décima escrita. Supe y acepté que eran, o más bien podían ser, estrofas de distintos registros, intereses y destinatarios.
Y desde entonces, no he dejado de experimentar. En mis decimarios (cuatro publicados, casi diez inéditos) encontrarán de todo: décimas bilingües, décimas con pie de página, décima con versos endecasílabos y alejandrinos, hexasílabos, tetrasílabos, etc; décimas sumamente encabalgadas, décimas en prosa, décimas encadenadas, décimas con estructura musical o teatral, décimas llenas de citas intertextuales, décimas de corte periodístico, leguleyo, dramático, y mucho más. Es decir, todo esto que ahora (2018) es tan normal en el decimismo escrito en Cuba, sobre todo en los poetas de mi generación (finales de los 90) y en los más jóvenes, yo comencé a incorporarlo a mis décimas escritas a mediados y finales de los años 80. Como resultado y prueba de ello, ahí está el tempranero decimario Robinson Crusoe vuelve a salvarse (Premio Cucalambé en 1993), co-escrito con David Mitrani y considerado por alguno críticos como el libro pionero en este movimiento de neo-decimismo.

Ya en aquel primero libro publiqué poemas en décimas que, por primera vez, carecían de mayúsculas y signos de puntuación, por ejemplo. Décimas que jugaban con el intertexto, el hipertexto y hasta el paratexto. En fin, este libro fue el inicio de un camino experimental en el que no me detenido aún: la búsqueda de nuevas posibilidades expresivas para una estrofa que llevaba siglos encerrada en su perfecta cajita de 10 x 8. (De ahí que uno de mis decimarios se titule Galería 10 x 8).

Pues bien, este largo introito ha sido necesario, porque hoy quiero compartir con ustedes una de mis primeras aventuras formales con la décima, y quizá la más atrevida. La décima-hilo titulada Teseo, que se publicó primero en Robinson Crusoe vuelve a salvarse (Sanlope, Las Tunas, 1993) y luego en La sexta cara del dado (Colección San Borondón, Canarias, 1997). Es un experimento formal que se explica solo y que bebe de las fuentes primigenias de la poesía visual.

Espero disfruten y comenten.


TESEO



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                          la trampa estaba mal hecha