El Blog de Oralitura
Acabo se encontrar, en mi disco duro, el texto de presentación que escribió y leyó el mexicano Frino (músico, poeta, profesor) en diciembre de 2014 para presentar mi libro Teoría de la improvisación poética en México. Y me ha emocionado volver a leerlo. Espero que ustedes también lo disfruten.
En el año 2006, cuando cumplí 40 años, escribí un poemario autobiográfico formado por décimas y sonetos, con el título La crisis de los 40. Han pasado casi 12 años y sigue inédito. Este es uno de los poemas que conforman el libro. Espero que lo disfruten.
Yo, improvisando con mi hijo Alex Díaz Hernández, en el Teatro del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana. |
Días de visita al médico
Hoy la firma invitada al Blog de Oralitura es la profesora e investigadora italo-mexicana Caterina Camastra, quien estuvo recientemente de visita en Cuba y no pudo sustraerse a escribir en décimas (incluyendo una “octava cimarrona”) este canto de amor a su capital, La Habana. Las décimas se explican solas. ¡Bienvenida, Caterina! (Como siempre esperamos comentarios.)
Cómo te explico, La Habana,
La Habana, cómo te cuento,
no me alcanza el pensamiento
ni la palabra, tirana,
puede abarcar la mañana
entre las calles y el mar.
La Habana, cómo explicar
lo que a mí me significa
la estrofa se me complica
para este inmenso lugar.
La Habana, poema urbano,
concierto de disonancias,
desaliñada elegancia,
pañuelo de encaje en mano,
porte altanero y ufano
de princesa tropical,
La Habana del vendaval
que barre el aire y las horas,
La Habana, antigua señora
que se mece en su portal.
La Habana calles adentro,
La Habana de fuga y centro
entre avenida y rincón,
La Habana en cada balcón
de aristocracia perdida
donde la ropa tendida
se inventa como pendón.
La Habana con tu escondida
magia, con tus dioses
La Habana, tú, cuando coses
hechizos, eres lucida.
Yemayá fue mi amiga
hice enojar a Shangó
por despreciar su aguacero,
entonces estalló un trueno
cercano, y me estremeció.
La Habana, con sus engaños,
a mis cuarenta y un años
qué risa me da la cosa.
La Habana, ciudad tramposa,
tú y yo sabemos por qué,
mas si “niña” escucharé
de cada guapo que veo,
miénteme, que yo te creo
y ya no me quejaré.
Mil y un kilómetro andados,
la mejor dieta: La Habana,
que si eres vegetariana
te lo pone complicado.
Aquí sí que he adelgazado
y ahora debo partir
justo cuando iba a lucir
delgada como un estambre,
aunque me muera de hambre
no me quiero despedir.
innumerables cafés,
un beso que no acepté,
libros (mis mudos testigos)
los versos de mis amigos,
la luna por la ventana,
el sol de cada mañana,
las caminatas costeras.
Yo no sé si tú me quieras,
mas yo te quiero, La Habana.
En la décima oral era imposible hacerlo (la mayoría eran aportaciones gráficas, tipográficas, visuales), pero en la décima escrita, en la que existe desde hace casi un siglo la tradición (poco estudiada, por cierto, a penas tomada en cuenta por la crítica) de la edición de “decimarios”, es decir, poemarios escritos íntegramente en décimas, tampoco era común este tipo de aventuras formales. Ni en la obra de los grandes maestros de la estrofa (el Cucalambé, Agustín Acosta, el Indio Naborí, Francisco Riverón), ni en la obra de los decimistas en activo en los años 80.
Las mayores aventuras formales que yo recuerde, como un acercamiento real al concepto de poesía visual (con referentes que van desde Baudelaire hasta Joan Brossa), fue un libro de décimas de Bernardo Cárdenas Ríos (un repentista) en el que el poeta dibujaba con las letras la figura a la que dedicaba cada poemas: una casa, un árbol, un perro, etc.
Ya en aquel primero libro publiqué poemas en décimas que, por primera vez, carecían de mayúsculas y signos de puntuación, por ejemplo. Décimas que jugaban con el intertexto, el hipertexto y hasta el paratexto. En fin, este libro fue el inicio de un camino experimental en el que no me detenido aún: la búsqueda de nuevas posibilidades expresivas para una estrofa que llevaba siglos encerrada en su perfecta cajita de 10 x 8. (De ahí que uno de mis decimarios se titule Galería 10 x 8).
Espero disfruten y comenten.
Ya no resisto el verano, estoy en la capital y me estoy sintiendo mal, hablo por cualquier cubano. Todos dicen, algo sano, cultura y divertimento. Para no hacer largo el cuento voy en crítica a expresar, lo alto que he de pagar el costo de estar contento en un país que el calor es realmente sofocante, no hay ventilador que aguante ni aire que seque el sudor, es asfixiante el vapor que hay en la calle, soy presa, y cuando la boca empieza a resecarse merezco tomarme un frío refresco, una malta, una cerveza.
Me voy a una TRD y pido un refresco frío, me dicen que no hay, me río y le pregunto ¿por qué? La respuesta ya la sé pero quiero preguntar, ya cuando va a contestar, negando con la cabeza, le digo: bueno… cerveza. “No, no la he puesto a enfriar”. Molesto salgo de ahí, busco un Centro Comercial, pues me sentía muy mal de tanto sudor y vi un oasis frente a mí, “Centro Comercial La Fuente”, vi Bavaria, Presidente, TuCola, incluso Tigón, todo en plena exhibición, pero claro, ¡está caliente!
Por otra parte viajar; quiero salir de La Habana a pasar una semana en otro cualquier lugar, ¿Granma, Camagüey, Pinar? Voy haciendo el equipaje. Tengo el dinero del viaje; ya me toca al mostrador y dice el trabajador: ya no queda más pasaje.
Bueno, me voy de paseo, quizás a La Habana Vieja o al Malecón que me deja siendo de sus olas reo, caminando tarareo boleros (aunque no ensaye). Observo cada detalle de las calles del Vedado o del Paseo del Prado, ¿pero qué encuentro en la calle? La gente con sus bocinas con un ruido que estremece y que a cualquiera ensordece en una guagua, una esquina. El que la lleva imagina que su música es muy sana; pero aunque el ruido me gana, yo seguiré con mi queja, hasta que una ley proteja la paz sonora cubana.
Voy camino hacia mi casa conmigo mismo enfadado, sediento, loco, sudado; me siento un hombre a la brasa. Cuando por mi mente pasa al fin una “solución,” después de tanta tensión, me siento a ver cuál cubano, los programas de verano que hay en mi televisión.