por Orismay Hernández
Héctor Luís Alonso Carreño, es hoy uno de los jóvenes valores del repentismo en Matanzas. De su imaginación nacen versos poblados de metáforas sorprendentes y salpica un estilo cautivador que remonta la imaginación a la décima de los grandes poetas improvisadores del siglo pasado. Profesor de talleres de repentismo infantil, incansable defensor y promotor de la décima (a pesar de su carácter noble y en ocasiones tímido), estudiante universitario y miembro activo de la Cátedra de Estudios sobre la Décima “Jesús Orta Ruiz”; me sorprende esta mañana de finales de octubre, ya cuando comienza a sentirse el combate entre los rayos del verano herido y la mansa brisa que anticipa el invierno: signos todos de la melancolía poética, tiempo de desarmar la memoria a recuerdos y escribir los poemas más nostálgicos del alma, con unas décimas inspiradas en su infancia campesina, de niño de batey, sorprendido por la ciudad, e imitador de los sueños del abuelo campesino:
Cuando niño me gustaba
abrir temprano en el trillo
el redondo y amarillo
estuche de una guayaba.
Con huesos de cañabrava
fabricar mi embarcación
y llegar con la ilusión
a la ciudad definida
sin más río que la vida
ni remos que el corazón.
Cuando niño con las olas
de la playa discutía
y el bolsillo me surtía
un aguacero de bolas.
La canción de mis carriolas
armonizaba la acera
y mi trompo viejo era
un bailarín especial
con un tacón de metal
y la ropa de madera.
Cuando niño mi corcel,
que era más frágil que un globo,
tenía la crin de algarrobo,
de guásima o de laurel.
Cabalgaba un rato en él
y yo era quien se sudaba,
si yo cojeaba él cojeaba,
y para ganar más bríos
eran los zapatos míos
las herraduras que usaba.
Héctor Luís Alonso Carreño, es hoy uno de los jóvenes valores del repentismo en Matanzas. De su imaginación nacen versos poblados de metáforas sorprendentes y salpica un estilo cautivador que remonta la imaginación a la décima de los grandes poetas improvisadores del siglo pasado. Profesor de talleres de repentismo infantil, incansable defensor y promotor de la décima (a pesar de su carácter noble y en ocasiones tímido), estudiante universitario y miembro activo de la Cátedra de Estudios sobre la Décima “Jesús Orta Ruiz”; me sorprende esta mañana de finales de octubre, ya cuando comienza a sentirse el combate entre los rayos del verano herido y la mansa brisa que anticipa el invierno: signos todos de la melancolía poética, tiempo de desarmar la memoria a recuerdos y escribir los poemas más nostálgicos del alma, con unas décimas inspiradas en su infancia campesina, de niño de batey, sorprendido por la ciudad, e imitador de los sueños del abuelo campesino:
Cuando niño me gustaba
abrir temprano en el trillo
el redondo y amarillo
estuche de una guayaba.
Con huesos de cañabrava
fabricar mi embarcación
y llegar con la ilusión
a la ciudad definida
sin más río que la vida
ni remos que el corazón.
Cuando niño con las olas
de la playa discutía
y el bolsillo me surtía
un aguacero de bolas.
La canción de mis carriolas
armonizaba la acera
y mi trompo viejo era
un bailarín especial
con un tacón de metal
y la ropa de madera.
Cuando niño mi corcel,
que era más frágil que un globo,
tenía la crin de algarrobo,
de guásima o de laurel.
Cabalgaba un rato en él
y yo era quien se sudaba,
si yo cojeaba él cojeaba,
y para ganar más bríos
eran los zapatos míos
las herraduras que usaba.
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