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HAIKÚS DEL TRÓPICO

Publicado por Alexis Díaz Pimienta el 23 enero 2011 a las 7:50 pm
No recuerdo exactamente a qué edad, pero era yo muy joven cuando descubrí la poesía japonesa, y, como casi todos los escritores de mi generación, quedé tempranamente fascinado por ella. Era la época del descubrimiento del teatro del No, de la obra de Mishima –incluido su último poema vital: el harakiri– y, sobre todo, de los poemas de Bashò (o de la infinitas imitaciones de poemas de Basho que intentaban los poetas japoneses, europeos y latinoamericanos). Por supuesto, en esa época también yo escribí mis primeros haikús (o haikus o haikays, como queramos llamarlos), y también los míos eran haikús (o haikus o haikays) “libres”, adoptados y adaptados a nuestra lengua desde una relectura contemporánea de la poeticidad oriental.
Seguíamos entonces una “novedad” impuesta por los ismos, o por los ismos de los ismos, esta vez desde Cuba, es decir, desde un lugar tan lejano y a la vez tan próximo a la poética embrionaria del haikú como puede serlo la capital de la equívoca Cipango.
Pues bien, de esa “mi época primaria” en la aventura haikuista, sobrevivieron un puñado de poemas escritos en una libreta escolar (no más de ocho), y fue este el germen, la semilla de Haikús del trópico, pero no porque los años me hayan dado la oportunidad de continuar aquel juego de la adolescencia, sino, como casi siempre ocurre, por una mezcla explosiva de azar y curiosidad.
Quiso el azar que en el año 2002 coincidiéramos como jurados del Premio Literario Casa de las Américas –yo en el género novela, ella en ensayo–, la hispanista japonesa Satoko Tamura (traductora y estudiosa, entre otras cosas, de la obra de Gabriela Mistral) y yo. Quiso la curiosidad que habláramos Satoko y yo durante largo rato de poesía improvisada en nuestros respectivos países y que así, de forma coloquial y distendida, ella supiera sobre la existencia del repentismo cubano y yo descubriera la tradición viva de las renga haikús, unas rondas de improvisación escrita que siguen haciéndose de forma tradicional en algunas regiones de la tierra nipona. Atando cabos y equilibrando coincidencias, nos entusiasmó la idea, que todavía hoy suena algo descabellada, de organizar un primer encuentro bilateral de poesía improvisada Cuba-Japón. Y así se hizo. Para este encuentro (posible gracias a la gestión y el empeño de Jorge Timothy a través de la Agencia Literaria Latinoamericana que entonces dirigía, y con el apoyo de la Embajada de Japón en Cuba) viajaron a La Habana la mismísima Satoko Tamura, además de Toriko Takarabe y Rioko Shindo, otras dos afamadas poetas y haikuistas japonesas.
Entonces, durante dos o tres intensísimas jornadas, encerrados en una pequeña –y vacía– habitación del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, las tres poetisas japonesas midieron fraternal y lúdicamente su capacidad de improvisar haikús con mis colegas David Mitrani e Idel Valázquez, y conmigo, por supuesto. Fue todo muy curioso, la verdad, porque a la hora de escoger quiénes me acompañarían en aquella aventura literario-repentística me decanté por dos escritores-poetas (conocedores de la improvisación), y no por dos improvisadores, quienes, pensé, acostumbrados a la poesía cantada, rimada e isométrica –la décima– hubieran sufrido muchísimo aquel ejercicio de creación sintética, polimétrica y sin rimas. Otro “gravamen” para todos era la barrera lingüística, la necesidad de traducción simultánea. Y un último escollo: la creación por escrito de los textos ante la costumbre “oralizadora” de nuestros repentistas.
En fin, David Mitrani, Idel Velázquez y yo, junto a Satoko, Toriko y Rioko, protagonizamos aquel primer y único encuentro bilateral de poesía improvisada entre Cuba y Japón, aquella primera (y única) renga haikú cubano-nipona, en el suave invierno habanero del año 2002. Y de aquel encuentro nos quedó a cada uno un manojo de estrofillas orientales, caribeñizadas, que luego fueron traducidas y publicadas en Japón y que, lamentablemente, por nuestra ineficacia como gestor editorial léase, intermediario con revistas literarias cubanas– nunca se publicaron en Cuba.
No obstante, mi entusiasmo de aquel año 2002 por el haikú fue tanto, y mi reencuentro con la estrofa fue tan placentero, que una vez acabado el evento, y ya por puro placer, continué escribiendo haikús hasta juntar más de cien y conformar este pequeño libro, Haikús del trópico, en el que, a diferencia de aquellos ejercicios de la adolescencia, he huido de la heterodoxia estructural para acercarme, en lo formal, cada vez más a la tradición clásica japonesa. De este modo, lo “tropical” de estos haikús está en los temas y en el aire bucólico-filosófico de los poemas, no en la forma, que ha intentado respetar la ortodoxia métrica, e incluso, el “hálito sintáctico” de esta forma poética. Si algo de pretensión se puede ver en ello –y puede haberlo, claro–, sépase que ha sido por el mero gusto de jugar, una vez más, con nuestro idioma, y de probar, una vez más, un viejo vino en odres nuevos. Quede aquí, entonces, como un divertimento y un humilde homenaje a tanta “poesía otra”, este manojo de tréboles poéticos, estos haikús tropicales que intentan a la vez recoger el colorido de una parte y el misterio de la otra, para disfrutar y dar a degustar nuevos poemas.
Espero que los visitantes de este cuarto también los disfruten. He aquí una muestra:


Definición de haikú


Tres surcos cortos.
Diecisiete semillas.
Un jardín nuevo.


En el parque Almendares


Dos mariposas
tras los grandes cristales.
Nubes de polen.


Centro de mesa


Hablan los búcaros
la lengua de las flores.
Traduce el agua.


Esquela cósmica

a mis hijos, Axel, Alex, Alejandro


Murió la luna.
Orfandad de los magos.
Llanto de pétalos.



Sobre el peligro de leer
una carta de amor delante de otros


Cartas de amor
leídas en voz alta.
Pasión difunta.



Los poetas románticos
no estaban tan errados


Dos viejos cisnes
en las manos del tiempo
pican nostalgia.



Por las mañanas


Entra la luz
por debajo de la puerta.
Un solegrama.


El artista peor remunerado de la historia



El ruiseñor
sobre el tendido eléctrico
no espera aplausos.


Un hombre se parece demasiado a otro

Roto el reloj.
Quebrado el almanaque.
Ríete, espejo.



En los bares de la Habana Vieja


Vieja victrola.
Mantel sucio de café
y de música.



Casado con la música


Lluvia de arroz.
Soliloquio del sordo
bajo el arco iris.


Me quiere, no me quiere, me quiere…


Párpados sordos.
Corazón que aletea.
Manos que dudan.


La edad del agua


Bajo la lluvia,
lleno de acné de gotas
el joven charco.


(HAIKÚS DEL TRÓPICO, de Alexis Díaz-Pimienta)


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