La popular repentista cubana recibe un homenaje de público y poetas en el municipio habanero de Artemisa.

El Reparto Abraham Lincoln en Artemisa, provincia La Habana, acogió en su peña campesina Amigos de tierra adentro, bajo un techo de pencas y tejas, además de muchísimas personas (círculos de abuelos, campesinos, vecinos), la gestación de un homenaje a Tomasita Quiala. Tomasita, popular repentista cubana, conocida dentro y fuera del país, frecuente en Palmas y cañas y en cuanto programa televisivo o radial se le llame, destacada por su improvisación rauda, su carisma y su capacidad de improvisar cuatro pies forzados en una misma décima al derecho y al revés, no había hecho su entrada cuando Oralitura llegó. Mientras tanto, el pequeño espacio de la peña iba tragando personas y más personas hasta volver casi imposible moverse adentro. Pero el público esperó, algunos sentados, otros oyendo y bailando al compás de Polo Montañez. Poco después apareció Tomasita, con su típica flor en la oreja, ayudada por varias personas que le servían de lazarillos (Tomasita es ciega), abriéndose paso entre tantos admiradores que la cercaban en una ovación. Más personas se acercaron y debimos permanecer inmóviles. De inmediato el director de la peña, Ismael Polier, leyó el extenso currículo de Tomasita seguido de otro gran aplauso. Además de las cámaras de Oralitura, había otras grabando.
La primera ronda de décimas a la homenajeada transcurrió con algunos problemas en el audio, que se mantuvieron, esporádicos, hasta el final. A pesar de ello hubo una segunda y tercera ronda, protagonizada esencialmente por repentistas aficionados de la zona y otros lugares lejanos. Los aplausos estremecieron.

Entre botellas de ron y vasos de cerveza, pasados de mano en mano, por sobre las cabezas y los sombreros, el homenaje se extendió en regalos y palabras de Tomasita, desde su asiento, y en poemas recitados. Tomasita expresó, emocionada hasta las lágrimas, su sorpresa al ver que en Artemisa se le quería tanto. En el escenario homenajeó a su vez a una serie de personas sin las cuales no hubiera llegado a ser ella misma. Entonces le pusieron algunos pies forzados. Uno tras otro fueron respondidos a ritmo trepidante. «Después de esto no hay nada», comentó un señor. Tomasita se entusiasmó tanto que hasta se puso a bailar con un vaso de ron en la mano. Así mismo respondió otros pies forzados más. « ¡No las piensa!», exclamó una señora.
Después de un rato la primera pareja de poetas, integrada por Jesús Pupo y Ramón Rivero osciló en temas como el propio homenaje, las dotes de Tomasita como improvisadora, la concurrida peña y en otro plano, un canto a los héroes de Artemisa. No obstante, los jóvenes Néstor Gutiérrez, de Catalina de Güines y Enrique González (Kike), de Pinar del Río, fueron unos de los más ovacionados. Apoyados en la imagen de un papalote al viento compararon su vuelo con el de Tomasita. Ella escuchó toda la controversia de pie. Antes de que la balanza de los aplausos pesara más en Kike se concentraron en la hermandad. Éste último recordó que su hermana había nacido el mismo día que Néstor y eso los unió más y movió más las manos de los espectadores. Entre décimas desgarradoras y hábiles respuestas con giros en el lenguaje, fue esta la controversia más hermosa de la tarde.
El homenaje continuó con el también habanero Héctor Gutiérrez y el pinareño Miguel Herrera. Hubo una expectativa con razón desde el comienzo. Un niño subió al escenario y por la magia de lo repentino que tiene la poesía oral, se enfocaron en su infancia y aseguraron que el niño quería ser poeta. Miguel mencionó a sus sobrinos incluyendo a este niño blanco. Más tarde provocó a Héctor. Héctor se desvió para cantar a un bombillo que encima de sus cabezas se fundió. Y rogó porque no se fuera el niño que se querían llevar. El niño se quedó, el bombillo lo arreglaron. ¡Qué nivel de improvisación, de juego con la sintaxis, de sutiles encabalgamientos, donde la métrica jamás supuso límites! Iniciaron un tira-tira con la dualidad carbón-diamante, gigantes-enanos, no faltaron látigos con cascabeles. Héctor cambió la tonada para despedirse, con el riesgo de la improvisación a un nivel más elevado. Aplausos y más aplausos los siguieron.
Iban a dar las seis de la tarde en una peña que había comenzado a las dos y media, aproximadamente y la gente no mermaba un poco, al contrario. Quien estuvo dentro hacía rato se había acostumbrado a la aglomeración por escuchar repentismo. La fiesta sin fin que era estar presente parecía un verdadero delirio. Puedo asegurar sin equivocarme que en el Reparto Lincoln casi nadie estaba desprevenido del homenaje a Tomasita Quiala, quien por fin subió al escenario en compañía de Yosvani León, joven poeta. Esta controversia final versó sobre muchos temas, en un constante reto, junto a acalorados aplausos y desmesuras improvisadas. Ironía, picardía, profundidad, cierta psicología incluso, ingeniosas ripostas por ambos poetas. Todas las décimas de Tomasita contenían refranes, paráfrasis que mostraban su prudencia y la astucia de su humanidad. Su increíble percepción le permitía desplazarse con soltura por lo jocoso y por lo profundo. Yosvani León, ni corto ni perezoso supo defenderse bien. Fue un intenso tira-tira. Oscureció y seguíamos allí, admirando la maestría de los bardos por mantenerse a un ritmo que no disminuía. Incluso tocaron temas religiosos. No aparecía el final por ninguna parte, hasta que se despidieron de pronto, perdonándose mutuamente, halagando sus capacidades, recordando por qué estábamos allí, en un homenaje a esa grande del repentismo cubano, Tomasita Quiala.

Por Rolando Avalos Díaz
El Reparto Abraham Lincoln en Artemisa, provincia La Habana, acogió en su peña campesina Amigos de tierra adentro, bajo un techo de pencas y tejas, además de muchísimas personas (círculos de abuelos, campesinos, vecinos), la gestación de un homenaje a Tomasita Quiala. Tomasita, popular repentista cubana, conocida dentro y fuera del país, frecuente en Palmas y cañas y en cuanto programa televisivo o radial se le llame, destacada por su improvisación rauda, su carisma y su capacidad de improvisar cuatro pies forzados en una misma décima al derecho y al revés, no había hecho su entrada cuando Oralitura llegó. Mientras tanto, el pequeño espacio de la peña iba tragando personas y más personas hasta volver casi imposible moverse adentro. Pero el público esperó, algunos sentados, otros oyendo y bailando al compás de Polo Montañez. Poco después apareció Tomasita, con su típica flor en la oreja, ayudada por varias personas que le servían de lazarillos (Tomasita es ciega), abriéndose paso entre tantos admiradores que la cercaban en una ovación. Más personas se acercaron y debimos permanecer inmóviles. De inmediato el director de la peña, Ismael Polier, leyó el extenso currículo de Tomasita seguido de otro gran aplauso. Además de las cámaras de Oralitura, había otras grabando.
La primera ronda de décimas a la homenajeada transcurrió con algunos problemas en el audio, que se mantuvieron, esporádicos, hasta el final. A pesar de ello hubo una segunda y tercera ronda, protagonizada esencialmente por repentistas aficionados de la zona y otros lugares lejanos. Los aplausos estremecieron.

Entre botellas de ron y vasos de cerveza, pasados de mano en mano, por sobre las cabezas y los sombreros, el homenaje se extendió en regalos y palabras de Tomasita, desde su asiento, y en poemas recitados. Tomasita expresó, emocionada hasta las lágrimas, su sorpresa al ver que en Artemisa se le quería tanto. En el escenario homenajeó a su vez a una serie de personas sin las cuales no hubiera llegado a ser ella misma. Entonces le pusieron algunos pies forzados. Uno tras otro fueron respondidos a ritmo trepidante. «Después de esto no hay nada», comentó un señor. Tomasita se entusiasmó tanto que hasta se puso a bailar con un vaso de ron en la mano. Así mismo respondió otros pies forzados más. « ¡No las piensa!», exclamó una señora.
Después de un rato la primera pareja de poetas, integrada por Jesús Pupo y Ramón Rivero osciló en temas como el propio homenaje, las dotes de Tomasita como improvisadora, la concurrida peña y en otro plano, un canto a los héroes de Artemisa. No obstante, los jóvenes Néstor Gutiérrez, de Catalina de Güines y Enrique González (Kike), de Pinar del Río, fueron unos de los más ovacionados. Apoyados en la imagen de un papalote al viento compararon su vuelo con el de Tomasita. Ella escuchó toda la controversia de pie. Antes de que la balanza de los aplausos pesara más en Kike se concentraron en la hermandad. Éste último recordó que su hermana había nacido el mismo día que Néstor y eso los unió más y movió más las manos de los espectadores. Entre décimas desgarradoras y hábiles respuestas con giros en el lenguaje, fue esta la controversia más hermosa de la tarde.
El homenaje continuó con el también habanero Héctor Gutiérrez y el pinareño Miguel Herrera. Hubo una expectativa con razón desde el comienzo. Un niño subió al escenario y por la magia de lo repentino que tiene la poesía oral, se enfocaron en su infancia y aseguraron que el niño quería ser poeta. Miguel mencionó a sus sobrinos incluyendo a este niño blanco. Más tarde provocó a Héctor. Héctor se desvió para cantar a un bombillo que encima de sus cabezas se fundió. Y rogó porque no se fuera el niño que se querían llevar. El niño se quedó, el bombillo lo arreglaron. ¡Qué nivel de improvisación, de juego con la sintaxis, de sutiles encabalgamientos, donde la métrica jamás supuso límites! Iniciaron un tira-tira con la dualidad carbón-diamante, gigantes-enanos, no faltaron látigos con cascabeles. Héctor cambió la tonada para despedirse, con el riesgo de la improvisación a un nivel más elevado. Aplausos y más aplausos los siguieron.
Iban a dar las seis de la tarde en una peña que había comenzado a las dos y media, aproximadamente y la gente no mermaba un poco, al contrario. Quien estuvo dentro hacía rato se había acostumbrado a la aglomeración por escuchar repentismo. La fiesta sin fin que era estar presente parecía un verdadero delirio. Puedo asegurar sin equivocarme que en el Reparto Lincoln casi nadie estaba desprevenido del homenaje a Tomasita Quiala, quien por fin subió al escenario en compañía de Yosvani León, joven poeta. Esta controversia final versó sobre muchos temas, en un constante reto, junto a acalorados aplausos y desmesuras improvisadas. Ironía, picardía, profundidad, cierta psicología incluso, ingeniosas ripostas por ambos poetas. Todas las décimas de Tomasita contenían refranes, paráfrasis que mostraban su prudencia y la astucia de su humanidad. Su increíble percepción le permitía desplazarse con soltura por lo jocoso y por lo profundo. Yosvani León, ni corto ni perezoso supo defenderse bien. Fue un intenso tira-tira. Oscureció y seguíamos allí, admirando la maestría de los bardos por mantenerse a un ritmo que no disminuía. Incluso tocaron temas religiosos. No aparecía el final por ninguna parte, hasta que se despidieron de pronto, perdonándose mutuamente, halagando sus capacidades, recordando por qué estábamos allí, en un homenaje a esa grande del repentismo cubano, Tomasita Quiala.
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