POEMA SINCRÓNICO
para la joven Claudia, filósofa salmantina
que seguro sabe que nuestro viaje en autobús
(y nuestra charla) no fueron casuales
La casualidad no existe,
todo es sincronicidad.
Le llama casualidad
el no-sincrónico (triste).
Es como si fuera un chiste
de Dios, que todo lo ve.
Jung va a tomarse un café
con Marx y con Jesucristo
y el barman: “Yo los he visto
antes a los tres, ¿por qué?
Sincronicidad de Jung:
fantástica y epifánica.
Metáfora cuasi orgánica
para el humano común.
Suerte o desgracia (según
lo perciba el “enjungado”)
Hilo invisible trenzado
con otro hilo invisible
para que sea posible
lo imposible (sino y hado).
Seguro que alguna vez
en un libro o un eslogan
hallas respuestas que ahogan
preguntas de tu niñez,
avisos de tu vejez,
dudas de tu aquí y ahora.
¡Pero si hace media hora
miré y esto aquí no estaba!
¡Pero si es lo que buscaba!
¡Pero! Y Dios de risa llora.
Si ibas a telefonear
a Equis y Equis te llama;
o te encuentras con la dama
que soñabas encontrar.
si todo empieza a encajar
como en un puzzle demente,
sin buscarlo, de repente,
esto no es casualidad,
sino sincronicidad
misteriosa y sorprendente.
El psicólogo Carl Jung
y la simultaneidad
de hechos (sincronicidad,
poético bien común),
dan respuesta –sin ningún
temor o resentimiento–
al azar, un viejo cuento
repleto de frases hechas,
baile de sitios y fechas
en perpetuo movimiento.
Todo asusta y exacerba.
Todo cuanto ha sucedido
tan solo tiene sentido
en la persona que observa.
Todo preocupa y enerva.
Nada es un fortuito adorno.
Tras un eterno retorno
Jung llegó a la conclusión
de la íntima conexión
entre individuo y entorno.
Circunstancias coincidentes.
Significado simbólico.
Atractivo melancólico
entre presentes y ausentes.
Todos son ríos y puentes
hacia lo que se presagia.
¿Casualidad, suerte, magia?
Carl Jung sonríe a escondidas
y el crucigrama de vidas
se parodia, se autoplagia.
Las respuestas maquilladas
de sorpresa y coincidencia
son –han sido– en apariencia
perfectamente estudiadas,
tejidas, sincronizadas,
cuando no lo imaginamos.
Por eso siempre acertamos
y vivimos –burda crónica–
una experiencia sincrónica
cuando menos la esperamos.
Pero hay que estar receptivos,
alertas a nuestro entorno.
Hay que velar el contorno
y el núcleo de los motivos
por los que seguimos vivos
en esta rueda infinita.
Dios pide un café e invita.
Marx dice: “deja, yo pago2.
Y Jung: Por Dios, qué mal trago:
lo sincrónico me excita.
Y así todo. Hasta estos versos
ya estaban premeditados,
previstos, sincronizados,
remarxenjungando esfuerzos.
Paralelos Universos
que duran pocos instantes.
Entro a un bar. Rostros mutantes.
Me pido un café (infelice).
Y el barman solo me dice:
¿no nos hemos visto antes?
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