"Uno de los mejores narradores cubanos de la hora presente"
(Juan Bonilla)

Del Blog de Díaz-Pimienta

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"Quiero vivir más de 45 años": Prólogo de Raquel Lanseros al libro Un día cualquiera del vendedor de gafas.

Publicado por Alexis Díaz Pimienta el 26 agosto 2011 a las 12:26 pm
Después de mucho meses de silencio en mi blog, vuelvo al ataque. Ayer, 25 de agosto del 2011, cumplí 45 años. Y estuve corrigiendo las últimas pruebas de uno de mis próximos libros, el poemario Un día cualquiera del vendedor de gafas (Accesit del Premio Internacional de Poesia "Tomás Morales" 2010, que ganó mi amigo, el poeta Manuel Moya), poemario que saldrá a la luz en los próximos meses en las Islas Canarias. Pues bien, he tenido, entonces, que releer el prólogo de Raquel Lanseros, gran poeta, un prólogo al que ella puso como título el título de uno de los poemas del libro. Su lectura me ha emocionado,  y por eso lo comparto (con el poema, incluso) a la espera de que salga el libro. Espero lo disfruten.


QUIERO VIVIR MÁS DE 45 AÑOS

Con esta contundente declaración real –raro verso de trece sílabas, como lo describe el poeta- de un adolescente recién rescatado del mar cuando se le pregunta por qué quiere ir a Europa, intitula Alexis Díaz-Pimienta uno de los poemas que conforman su espléndido libro Un día cualquiera del vendedor de gafas. Merecedor de un accésit del Premio de Poesía Tomás Morales, en cuya colección se integra, se trata de un libro único, personal, de una inusual fuerza expresiva, en el que con sugestiva maestría Alexis enfoca la mirada del lector hacia una realidad que a veces nos negamos a ver: la vida diaria de los inmigrantes en Europa, especialmente los inmigrantes africanos, seres “de ojos redondos y ahuecados”, cuyo valor sólo es parangonable al tamaño de su esperanza, que ni siquiera la cruda realidad logra derruir. La cuidadísima dicción poética de Díaz-Pimienta dibuja con certera riqueza de matices la sordidez e indiferencia a la que tiene que enfrentarse día a día el inmigrante negro que “salió de África un lunes de peces ciegos” y vende gafas de sol, cinturones y tallas, aunque muy pocos se dignen a comprar sus mercancías. Consigue Alexis a través de sus versos algo reservado tan sólo a la alta poesía: unir la contundencia del mensaje con una extraordinaria sensibilidad lírica y una precisión asombrosa a la hora de trazar imágenes que golpean con fuerza lo más profundo de nuestra conciencia. Con extrema valentía y lucidez, el poeta nos pasea en volandas por las polvorientas calles de Argel en agosto, por el Carrefour de cualquier ciudad del sur de España tomado por “un grupo de cadáveres” que “no tienen ojos, sino peces nerviosos en las cuencas vacías”, por el demasiadas veces doloroso amanecer de Lanzarote o por la última excursión que los pequeños Yusuf y Fátima hacen “a través de un largo túnel que los lleva hasta Ceuta”. En esta postrera ocasión, ellos son interceptados, mientras que las ratas marroquíes que comparten túnel con ellos “pasan sin problemas entre las piernas de los guardias y los periodistas”. Alexis sabe hablar de la vida como sólo lo hacen las personas que han vivido verdaderamente, sabe mirar desde los ojos ajenos como sólo lo logran aquellos cuya empatía y comprensión abarca todo el amplio espectro de la experiencia humana. Y es además capaz de compartir sus sensaciones con un lenguaje vívido, directo y a la vez empapado de la belleza formal más honda. Especialmente emocionante es el monólogo interior que le dirige a su hijo: “Hijo mío, nacido en Almería, con tíos almerienses y cubanos, ¿tendrás la misma piel que tus hermanos? ¿importará tu piel, llegado el día? No te voy a engañar, la vida es corta. Y más corto es el tiempo de la infancia (la parte que más fácil se soporta).” Con inteligentísima ironía, la diestra pluma de Díaz-Pimienta es capaz de sonsacarnos una agridulce sonrisa cuando enumera las “suculentas ventajas” de las que disfruta el vendedor de gafas. Al fin y al cabo, “en los años sesenta hubo andaluces cargados de cemento por las calles de Zürich”. “Las gafas no pesan, (…), no afectan a la higiene. (…) No, no puedo quejarme. No se puede ser negro, pobre, inmigrante y al mismo tiempo, malagradecido.” Vibrante, hermoso, auténtico, lleno de coraje este poemario, toda una lección de arte poético y dignidad humana. Gracias, Alexis, por compartir tu luminosa capacidad de observar y sentir. La del vendedor de gafas, como la nuestra en cualquier momento, no lo olvidemos, bien lo sabía Benedetti: “es una soledad tan desolada.”

RAQUEL LANSEROS

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Y este es el poema que da título al prólogo, uno de los duros poemas de Un día cualquiera del vendedor de gafas.


Quiero vivir más de 45 años”

Da Diallo acaba de ser rescatado del mar. Su lancha chocó contra el pesquero al que se había acercado para pedir agua y gasolina. No parece afectado por la muerte de su hermano mayor, cuyo cadáver se halla a solo unos metros. Cuando un voluntario de la Media Luna Roja le pregunta por qué quiere ir a Europa, responde: “Quiero vivir más de 45 años”.


Tomás Bártulo, El País Semanal, 16 de abril de 2006, p. 53

¿Y dónde está el poema?
¿En sus párpados mohosos como tablas náufragas?
¿En el vidrio molido de su orina reciente?
¿En las lejanas costas de Nuadibú,
en las chabolas letrinosas de Nuakshot?
¿Dónde está el poema?
Buscamos, como arqueólogos desesperados,
los restos del poema entre las rocas,
pero sólo encontramos los ojos de Da Diallo,
que sólo ve los restos del cayuco,
que sólo ve la furia de las olas,
que sólo ven el cadáver de un niño de 44 años.
¿Dónde está el poema, dónde se habrá metido?
Seguramente, el agua reblandeció sus partes,
oxidó sus signos más visibles,
y nos queda tan solo la escena del crimen,
el cadáver del poema, pero no su cuerpo.
De todos modos, convencidos de la importancia del poema,
continuamos buscando, buceamos con cámaras de vídeo,
cámaras fotográficas, bolígrafos, lápices,
SMS, emails, sonidos guturales, canciones de protesta,
con toda la parafernalia de la voz
buscamos el poema, sus huellas, sus restos,
pero sólo hallamos los ojos de Da Diallo, comidos por el frío,
salpicados de arena en una vanguardista instalación del miedo.
No está el poema, pero sí su imagen.
No está el poema, pero sí su hermenéutica salvaje.
Da Diallo estuvo meses entrenando para nadar bien.
Da Diallo nada de forma tan sublime que ahora es
la única parte del poema visible, su parte plástica.
Decepcionados, los convocados para el levantamiento del poema
nos conformamos con un único verso:
“Quiero vivir más de 45 años”,
un raro verso de trece sílabas
—nada frecuente en estas costas—
puesto en la boca de alguien
que no sabía, evidentemente, matemáticas.


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