por Asel María
Para mí el mar no tenía nada de erótico y eso que nací en una ciudad con puerto. Desde mi casa podía ver el mar y si el aire estaba limpio, los cayos a lo lejos. El mar me sabía a café y a comida de la abuela; lo miraba mientras esperaba el arroz con pollo del domingo.
Mar de religiones y rituales, de ofrendas de flores para héroes. Un Malecón que acoge a los deportistas, los carnavales y los amantes. El trozo de galeón que la bahía de Manzanillo, a pesar de los años, no acaba de engullir.
Para mí la playa era retozo; recuerdo que en el verano íbamos a playa Las Coloradas bien temprano, todos los muchachos cargados de mangos y de risas. Me di cuenta de que estaba creciendo cuando puse una sombrilla en mi bolso y pude salir de la playa a la hora del almuerzo, sin el remordimiento de que estaba perdiéndome el mar. Cervezas, bikinis, música y el agua al alcance de la mano.
Con el mar tropezaron mis curiosidades y los tantos paisajes por vivir. Visto desde los aviones, el mar custodiaba la isla y mis afectos, se volvió medida de distancia y de añoranzas. Dejó de ser el punto de referencia en mi paisaje cotidiano para serlo de cada una de mis nostalgias. Pero un día no pude componer en mi memoria el aroma del marisma, del diente de perro y los cangrejos.
El Diario erótico de Crusoe me devuelve a una edad feliz donde soñaba una isla solamente para mí y para escapar de las tareas escolares. Me regresa a la época donde viernes dejó de ser un día previo al fin de semana, que presagiaba juegos de barrio. Viernes fue amistad, esperanza y conjuro para las soledades.
El Diario me acerca a la sorpresa salada del mar: derroche de humedades, profundo como una mujer, cambiante como el viento y el amor. Te hundes o lo dejas que se hunda en ti. Mar bravo como el tridente de Neptuno pero que sabe, dócil, lamer las orillas. Un mar al que Alexis pide que se vista de barcas y se eche encima un montón de espumas para que no lo vuelva loco. Que se cubra la desnudez salada y extendida que da hambre y siempre deja con sed.
Gracias por trocar el mar de mis despedidas en otro, hecho de olas y deseos, vaivén de anémonas y leche marina. Dureza de corales, viagra líquida que revive al más náufrago y al más solo.
Se dice que la vida surgió del océano, así que nos podemos permitir en el mar, una orgía de cristales disueltos y una mancha de pequeñas muertes.
Como, Italia, 13 de abril de 2019
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