"Uno de los mejores narradores cubanos de la hora presente"
(Juan Bonilla)

Del Blog de Díaz-Pimienta

CRÓNICAS DEL DESAYUNO. CÓRDOBA Y CORONAVIRUS
Jueves. Diez y veintidós
del 22 de febrero.
Estoy en Córdoba, pero
sigo dividido en dos.
Un Alexis vive en pos
del Carpe Diem natural
y otro  Alexis está mal,
con resaca matutina.
La noche fue libertina,
etílica y musical.
Hubo flamenco. Audición
de jóvenes cantaores.
Y después hubo licores,
debate, celebración.
Carcajadas “por Chacón”.
Reflexiones “por Marchena”.
Y esta soleá qué buena.
Y qué talentoso elenco.
La resaca del flamenco
pone el tiempo en cuarentena.
¿Cuarentena? Se me llena
de mascarillas la voz.
¿Cuarentena? ¡Qué veloz
el coronavirus! Pena
de palabra “cuarentena”
Titulares en los diarios.
Sobresaltos sanitarios.
Epidemia. Protocolo.
El miedo está hablando solo
en todos los telediarios.
El conoranvirus sigue
preocupando a medio mundo.
Un alarmismo fecundo
(no hay droga que lo mitigue).
La televisión consigue
alarmar más que informar.
Destinos que hay que evitar:
China, Milán, Singapur,
Japón, Corea del Sur…
Ufffff… Voy a desayunar.
El cuerpo me está pidiendo
zumo de naranja . Bien.
Y una tostada también
(ese jamón, qué estupendo).
Y un café bombón. Comprendo
que mezclaré cafeína
y azúcar y vitamina
y carbohidrato… No importa.
La naranja me transporta
de nuevo otra vez a China.
Cuando era niño en La Habana
en mi infancia citadina,
las “naranjas de la China”
eran la fruta más sana.
¿Naranja china? ¿Es cubana
esta forma de llamar
a este cítrico manjar
que yo en jugos multiplico?
No. También en Puerto Rico
(lo acabo de recordar).
Desayuno con fruición.
Mastico. Bebo. Mastico.
En Cuba y en Puerto Rico
las naranjas “chinas” son.
Miro la televisión.
No se entiende bien qué pasa.
Gente confinada en casa.
 Mil turistas recluidos.
Paramédicos vestidos
como agentes de la NASA.
Ya no es Wuhan ni Milán.
Ya la epidemia nos daña.
Siete casos en España.
Y al parecer, seguirán.
Tertulia en la tele. Están
los periodistas hablando
informando, especulando,
preguntando al reportero
que está allí, en la “zona cero”,
¿La apago? No tengo el mando.
Mil personas confinadas
en un hotel tinerfeño.
Ahora el territorio isleño
es centro de las miradas.
Dos personas infectadas
(un matrimonio italiano).
Y dos más. El ser humano
con guantes y mascarillas
blancas, verdes, amarillas.
Y el miedo, tan campechano.
Comienzan a comparar.
Unos hablan de epidemia
y otros hablan de pandemia.
¿Recuerdan la gripe aviar?
Pretenden tranquilizar.
“Peor es la gripe diaria”.
¿Tanta alarma es necesaria?
Pero sigue el aislamiento.
Fumigación. Saneamiento.
Reclusión domiciliaria.
Medidas de precaución:
Hay que lavarse las manos
tanto enfermos como sanos
(gel de mano, agua y jabón.)
Y otro caso en Castellón.
Y otro caso en Barcelona.
Este virus no perdona.
Cuánto miedo. Qué locura.
¿Pero es letal o se cura?
¿Hay que acordonar la zona?
Si tienes fiebre, si hay tos,
si respiras mal… ¡a Urgencia!
El número de emergencia
es el 122.
El contagio, qué veloz,
dice un joven reportero.
Zona roja. Zona cero.
Rueda de prensa. Soldados.
¡Hay ya más “enmascarados”
que en Star War, caballero!
Todo el mundo está allá afuera
con un miedo absurdo y franco
Mientras… atracan un banco
en Jerez de la Frontera.
Mientras… Sanders abandera
el motín anti-trumpista.
Mientras… cantora y bromista
Cádiz sigue en Carnaval.
¿El Coronaqué…? ¿Mortal?
¡Virus mortal el machista!
Yo sigo con los oídos
llenos de versos cantados.
Melismáticos recados
de flamencos abducidos
por la música. Sonidos
 profundamente andaluces.
Seguirillas. Tangos. Cruces
poético-musicales,
cantes que se hacen “virales”
(buen virus, a todas luces).
Reflexión del desayuno:
¿Les parece natural
esta acepción de “viral”
en el siglo XXI?
“Viral”, ¿vocablo oportuno?
“Viralidad”, ¿voz ajena?
¿Y por qué en esta cadena
de alarmas tan enfermiza
cuando un twit se “viraliza”
Twitter no  entra en cuarentena?
Vuelvo a la televisión
con inusual indulgencia,
como quien ve una secuencia
en una obra de ficción.
Detecto sobreactuación.
Detecto cierto alarmismo.
Detecto parasitismo
mediático y cierto dosis
hollywoodense. ¿Psicosis?
Si hay buen ratingda lo mismo.
Periodista: ¡Cuánto miedo!
Tertuliano: ¡Cuánta alarma!
Periodista: ¿Será el karma?
Tertuliano: ¡Vaya enredo!
Periodista: Yo no puedo
dejar de informar, lo sabes
Tertuliano: Son más graves
La gripe y el tabaquismo
Periodista: ¿Y el machismo?
Tertuliano: ¡No la grabes!
La joven dueña del bar
se enfrenta con Ana Rosa:
“¿No sabe hablar de otra cosa?”
grita, y se pone a limpiar.
Acabo de comprobar
que todos estamos viendo
a la Ana Rosa. Tremendo.
Cuántos desayunadores
Entremezclando rumores
y noticias. ¡Yo me enciendo!
Me niego. Vuelvo a pensar
en el flamenco nocturno.
De recuerdos me embadurno.
¡Ole! ¡Arza! ¡Vamo’ a escuchar!
¡Y qué monada de bar!
Tan chico. Tan escondido.
Calle del Niño Perdido
(o Calleja o Callejón).
Qué más da. ¿El niño en cuestión
a oír flamenco habrá ido?
Jueves. Once y treintaidós
del 22 de febrero.
Estoy en Córdoba, pero
sigo dividido en dos.
Un Yo le teme a la tos.
Otro Yo no teme a nada.
Un Yo acaba su tostada.
Otro Yo ve tertulianos.
¡Qué raros son los humanos!
¡Cuánta farsa acumulada!
Periodista: Estamos mal.
Tertuliano: Por si acaso.
Periodista: ¿Un nuevo caso?
Tertuliano: ¡Estás fatal!
Periodista: Es de manual.
Tertuliano: Vaya horror.
Y yo pienso en mi interior:
“El COSID es epidemia
pero el miedo ya es pandemia
gracias al televisor”.
¡Es todo tan telegénico!
Y tan cinematográfico.
Es todo tan fotográfico
Y tan fototelegénico,
Es todo tan suprahigiénico
que si un Día la Academia
que entrega los Óscar premia
virus… dirán con apremio:
“¡COSID-19! ¡Premio
a la mejor Epidemia!”
Córdoba,

26 de febrero de 2020

abr
14
POEMA SINCRÓNICO

para la joven Claudia, filósofa salmantina
que seguro sabe que nuestro viaje en autobús
(y nuestra charla) no fueron casuales
La casualidad no existe,

todo es sincronicidad.

Le llama casualidad

el no-sincrónico (triste).

Es como si fuera un chiste

de Dios, que todo lo ve.

Jung va a tomarse un café

con Marx y con Jesucristo

y el barman: “Yo los he visto

antes a los tres, ¿por qué?

Sincronicidad de Jung:

fantástica y epifánica.

Metáfora cuasi orgánica

para el humano común.

Suerte o desgracia (según

lo perciba el “enjungado”)

Hilo invisible trenzado

con otro hilo invisible

para que sea posible

lo imposible (sino y hado).

Seguro que alguna vez

en un libro o un eslogan

hallas respuestas que ahogan

preguntas de tu niñez,

avisos de tu vejez,

dudas de tu aquí y ahora.

¡Pero si hace media hora

miré y esto aquí no estaba!

¡Pero si es lo que buscaba!

¡Pero! Y Dios de risa llora.

Si ibas a telefonear

a Equis y Equis te llama;

o te encuentras con la dama

que soñabas encontrar.

si todo empieza a encajar

como en un puzzle demente,

sin buscarlo, de repente,

esto no es casualidad,

sino sincronicidad

misteriosa y sorprendente.

El psicólogo Carl Jung

y la simultaneidad

de hechos (sincronicidad,

poético bien común),

dan respuesta –sin ningún

temor o resentimiento–

al azar, un viejo cuento

repleto de frases hechas,

baile de sitios y fechas

en perpetuo movimiento.

Todo asusta y exacerba.

Todo cuanto ha sucedido

tan solo tiene sentido

en la persona que observa.

Todo preocupa y enerva.

Nada es un fortuito adorno.

Tras un eterno retorno

Jung llegó a la conclusión

de la íntima conexión

entre individuo y entorno.

Circunstancias coincidentes.

Significado simbólico.

Atractivo melancólico

entre presentes y ausentes.

Todos son ríos y puentes

hacia lo que se presagia.

¿Casualidad, suerte, magia?

Carl Jung sonríe a escondidas

y el crucigrama de vidas

se parodia, se autoplagia.

Las respuestas maquilladas

de sorpresa y coincidencia

son –han sido– en apariencia

perfectamente estudiadas,

tejidas, sincronizadas,

cuando no lo imaginamos.

Por eso siempre acertamos

y vivimos –burda crónica–

una experiencia sincrónica

cuando menos la esperamos.

Pero hay que estar receptivos,

alertas a nuestro entorno.

Hay que velar el contorno

y el núcleo de los motivos

por los que seguimos vivos

en esta rueda infinita.

Dios pide un café e invita.

Marx dice: “deja, yo pago”.

Y Jung: Por Dios, qué mal trago:

lo sincrónico me excita.

Y así todo. Hasta estos versos

ya estaban premeditados,

previstos, sincronizados,

remarxenjungando esfuerzos.

Paralelos Universos

que duran pocos instantes.

Entro a un bar. Rostros mutantes.

Me pido un café (infelice).

Y el barman solo me dice:

¿no nos hemos visto antes?