En abril de 2021 saldrá a la luz en Italia mi novela Prisionero del agua, en la editorial Besa, de Milán, con excelente traducción de Barbara Bertoni y prólogo del escritor Carlos Pintado, poeta y narrador también cubano residente en Estados Unidos. Me alegra compartir con los lectores de mi blog su hermoso prólogo a esta edición.
Por Carlos Pintado
Había miedo, pero también
la sensación de haber leído una obra maestra… Y el miedo soplaba, rezumaba,
abrazaba como un amigo, hablaba como un personaje entrañable; el miedo en todas
las formas posibles: el miedo hecho tierra (¿isla?), agua, aire, el miedo hecho
memoria, el miedo hecho amor, el miedo hecho sexo, el miedo hecho miedo.
Si comienzo hablando de
miedo es porque, en esta novela -en la que flotan cuatro grandes (y
complejísimos) personajes protagónicos (Pepe Gibara, Gustavo Enríquez, Lorenzo
al Cubo y Enildo Niebla)-, el miedo se convierte en ese otro quinto personaje que
se escurre entre ellos, fantasmal y terrible, jugándoles el destino como si de
trágicos héroes modernos se tratase, moviendo borgeanamente al Dios (al autor
en este caso) que moverá al jugador (los personajes, claro) para que éstos
muevan las piezas (nosotros, los lectores) en un prodigio de narración y
velocidad alucinantes.
Porque, a no dudarlo,
podemos imaginar Prisionero del agua como una Odisea actual: cada
personaje -incluso los secundarios- huyen o persiguen algo, mitifican un lugar,
un país –Cuba, USA, para ser exactos– que deberán perder o ganar más tarde o
más temprano, o negar como esos paraísos imposibles que solo se consiguen en la
literatura, en la buena literatura, como lo es ésta. Cada barrio –El Diezmero, Luyanó,
etc.– es el sueño de la ciudad produciendo monstruos, sus monstruos, tocados
por la belleza y el sueño, imantados a la palabra, ese redil sagrado que tan
fácil se le da a Alexis Diaz Pimienta. Y entre todos ellos está ese prodigio de
personaje faro que es Enildo Niebla, asmático, descendiente de mártires, memorioso
como Funes, todo un Casanova cubano prisionero de nada y de todo, arrastrado y
arrastrándose por amor, ardiendo en esa llama humana e interminable que se
llama Yindra, especie de diosa tropical y femme
fatal, una suerte de Cecilia Valdés moderna, pero mucho más compleja y sensual,
mucho más despierta y viva, que la del buen Cirilo.
Leo página tras página de
esta pageturner caribeña aunque quizás leer no sea el verbo preciso; más que leer, braceo con felicidad
porque al igual que El Viejo y el Mar, La Vida de Pi o Mobydick,
ésta es, también, una gran novela de mar (no deja de parecerme raro que, en
una isla tan pródiga en historias y en mar como lo es Cuba, naturalmente, no
abunden las grandes novelas de éste tipo) e al igual que ellas, éste es un mar
que simboliza un fatum inextricable, epopéyico; el mar también como una
circunstancia por todas partes, bendición-maldición a ratos.
Pero Prisionero pronto
toma distancia de todo y agrega otra extraña delicia a la narración: si bien algunas
novelas donde el mar interviene, tienden a olvidar deliberadamente el pasado de
sus protagonistas en tierra firme, priorizando quizás las futuras aventuras, en
esta el escritor nos bifurca la historia (en flashbacks o diálogos y
narraciones telescópicas e inicia algo casi insólito: nos reconstruye no solo
el pasado de Enildo Niebla, su gran e indiscutible protagonista, sino también
la historia de su madre, padre, su abuela, sus abuelos, y de sus amigos y de
los padres de sus amigos, insertando en la ficción una casi novela histórica en
lo que nos maravilla la reconstrucción del detalle (el demiurgo Pimienta es un envidiable
constructor de detalles) erigiendo la historia como una catedral. O puede que tal
vez no sea una novela histórica pero sí de historia, o una novela de personajes
que protagonizan o ficcionan momentos
históricos. Pericia narrativa o
narración sinérgica, ficción que trasluce realidad, levísima y genial línea en
donde no sabremos -como esa línea en la que agua y cielo se confunden – dónde termina
la realidad, dónde comienza la ficción.
II
Novela felizmente
inclasificable como son las buenas novelas que se resisten a toda etiqueta, no
dejo de cuestionarme si es una novela sobre la amistad o la construcción de la
amistad, o sobre la nostalgia o el amor o sobre esos irrepetibles momentos en
los que tenemos que decidir en qué cuerpo o ciudad o barrio vamos a salvarnos.
O
es acaso una novela sobre la memoria, la real o inventada, o la salvación de
una memoria.
“La
memoria es un don”. Dice el narrador en una de sus páginas como si estuviera
escuchando mi cuestionamiento. Y se me ocurre que algo en la novela, en su
técnica, en su desplazamiento temático-temporal tiene esos ensalzados recovecos
narrativos que engendra la Memoria y que, de un centelleo, pudieran aniquilar
esa otra ficción creada por lo humanos llamada tiempo. Cuándo el autor nos
lanza a ese regreso al pasado que fueron los duros años 80, con la crisis del
Mariel, o la infancia de ese niño-personaje que pasó seis meses sin nombre o
nos vuelve al futuro (acaso presente) en donde otro personaje más, igual de memorable,
envidiablemente construido, intenta nadar (aunque más que nadar, traga agua;
más que nadar, agoniza; más que hundirse, nos hunde a nosotros con él).
¿No es esto la
confirmación de un autor que sabe contar su historia de la mejor manera
posible? Pienso que sí.
III
“El agua es una cosa
viva, que se asusta si los demás se asustan”. También esta novela es una cosa
viva; también se asusta si quienes la leemos nos asustamos. Y el autor lo sabe.
Novela de grandes tragedias personales, elucubrados conflictos, novela
realista, hiperreal, novela de pérdidas y encuentros, de geniales pasajes
poéticos con bellísimos homenajes a otros autores y obras, novela redonda y
luminosa, musical, una novela orfeón, escrita con pulso de oro. Y también una
novela humanísima en la que cada acción o decisión de un personaje va a
cambiarle el mundo o la vida a otro. ¿Hasta qué punto está uno dispuesto a
arriesgarlo todo por amor? ¿Hasta dónde una fiesta de santos –con un banquete
que quizás supere al festín de Babette de Isak Dinesen– pueda revelarnos, por
un instante, el pasado, el presente y el futuro de algún personaje?
IV
Había mucho amor también,
y la sensación de leer esta gran novela como si acercásemos nuestro rostro al
pecho de alguien que queremos y, en ese latir rumoroso, soplo de algo que
llamamos vida, descubriéramos a un novelista que sabe rasgar como pocos esa
niebla que flota sobre las aguas hasta mostrarnos el cuerpo del ahogado más
hermoso del mundo, casi una islita de carne magra vagando sin destino.