"Uno de los mejores narradores cubanos de la hora presente"
(Juan Bonilla)

Del Blog de Díaz-Pimienta

por Luisma Pérez Martín


Desde mi punto de vista personal, el concepto “novedad literaria” ha hecho mucho daño en el mundo del libro, y no exagero si digo que se está cargando la literatura. La maquinaria industrial del libro (que va desde la imprenta hasta el lector, obviando casi siempre que el primer eslabón de la cadena es la mesa del autor de la obra) aboga cada semana, cada mes, por “nuevas novedades”. La industria pide “otra, otra, otra” como el público al final de los buenos conciertos. Solo que aquí lo que subyace es: ¡otro, otro, otro (libro)! Y así nos va. Cada semana llegan a los escaparates de las librerías nuevos títulos rodeados de aplausos y expectativas solo por ser nuevos, como si eso garantizara algo. ¿Y qué pasa? Que entonces libros que tienen dos años o tres, ya no interesan, ya no se ven, ya no se venden, y mucho menos se reseñan. La reseña literaria es un género que parece vinculado al concepto “novedad” como si fuera un simple apéndice. Por lo tanto, un libro que no acaba de salir al mercado, nadie lo reseña. O casi nadie. Dos años o tres parecen muchos. ¡Imagínense dieciséis años! ¿Qué periódico o revista literaria va a publicar una reseña sobre una novela publicada hace dieciséis años? Ninguna. No importa que la novela haya sido finalista del Premio Ateneo de Sevilla, o ganadora del internacional “Luis Berenguel”, o finalista del más internacional aún “Rómulo Gallegos” (cuando ganó Elena Poniatowska); no importa que sea una novela avalada por jurados como Luis Mateo Díez, Antonio Gómez Rufo, Soledad Puértolas, Sánchez Dragó, Isaac Rosa, Luis Brito García; nada importa. Ni que su autor haya publicado otras seis novelas, entre España, Cuba, México, Colombia e Italia. No importa, tiene dieciséis años, no es novedad, no se reseña, no interesa. Pero yo siempre voy contracorriente, eso me gusta. Así que vamos a tocarle un poco la carátula al sistema.

Salvador Golomón (Algaida Editores/2005), ganadora del XIV Premio Internacional de Novela “Luis Berenguer”, es una novela tan absolutamente poliédrica como lo es su autor, Alexis Díaz-Pimienta (La Habana, 1966), novelista, poeta, repentista, investigador, docente y genio a tiempo completo entre otras cosas.

En Salvador Golomón palpitan al mismo tiempo el retrato hiperrealista del panorama sociológico y cultural de La Habana de los años noventa, la “road movie” novelada cuyos protagonistas recorren Italia de punta a punta, “Vacaciones en Roma” con Simona Rossi y Romualdo Írsula en los papeles de Audrey Herburn y Gregory Peck y la inmersión en las profundidades de la creación literaria a través de los ojos del protagonista principal (o no) de esta apasionante (nunca mejor dicho) historia.

Romualdo Írsula, ocasional repartidor de pan y escritor de novelas policíacas, consigue un empleo de policía para poder tener acceso a nuevos argumentos para sus relatos. Esta sencilla premisa argumental dará paso a una obra inclasificable, en la que cohabitan la metaliteratura, la novela erótica y el más puro género negro en perfecta sincronía.

Una vez más, tal y como nos tiene acostumbrados, Díaz-Pimienta crea unos personajes que son como complicadas muñecas rusas, que esconden dentro de cada una de sus manifestaciones otra y otra y otra, dotándoles así de una vida propia que trasciende la mera literatura, haciéndolos tan reales como podamos ser los propios lectores.

Y si magistral es el tratamiento de los personajes, no menos magistrales son los pasajes eróticos de la novela, y lo son, además de por el hecho de haber provocado más de una erección genuina en un servidor (uno no es de piedra al fin y al cabo), porque cada uno de ellos está contado de una manera diferente, interactuando siempre con el entorno, o con el contexto, o con el momento en el que se desarrollan y con una riqueza literaria que hace que uno se avergüence de las sensaciones inguinales que está sintiendo al leer.

Toda la novela es un maravilloso origami repleto de pliegues, de interioridades, de caras ocultas que el lector irá descubriendo a medida que va avanzando en la lectura hasta el momento de la revelación final, del clímax apoteósico, del orgasmo (literario) absoluto.

En resumidas cuentas, si ustedes se han sentido atraídos alguna vez por Pepe Carvalho o Sam Spade, por Gilda o por Jessica Rabbit, por Laertes o por Ofelia, por lady Chatterley o por Catherine Millet, esta es su novela. Sería un crimen que se la perdieran. 

Y, por último, como quien no quiere las cosas: ojalá alguna editorial seria y responsable la reedite y distribuya bien, para que la descubran más lectores. 


Portugalete, 21 de octubre de 2021

Luisma Pérez Martín

por Luisma Pérez Martín


Desde mi punto de vista personal, el concepto “novedad literaria” ha hecho mucho daño en el mundo del libro, y no exagero si digo que se está cargando la literatura. La maquinaria industrial del libro (que va desde la imprenta hasta el lector, obviando casi siempre que el primer eslabón de la cadena es la mesa del autor de la obra) aboga cada semana, cada mes, por “nuevas novedades”. La industria pide “otra, otra, otra” como el público al final de los buenos conciertos. Solo que aquí lo que subyace es: ¡otro, otro, otro (libro)! Y así nos va. Cada semana llegan a los escaparates de las librerías nuevos títulos rodeados de aplausos y expectativas solo por ser nuevos, como si eso garantizara algo. ¿Y qué pasa? Que entonces libros que tienen dos años o tres, ya no interesan, ya no se ven, ya no se venden, y mucho menos se reseñan. La reseña literaria es un género que parece vinculado al concepto “novedad” como si fuera un simple apéndice. Por lo tanto, un libro que no acaba de salir al mercado, nadie lo reseña. O casi nadie. Dos años o tres parecen muchos. ¡Imagínense dieciséis años! ¿Qué periódico o revista literaria va a publicar una reseña sobre una novela publicada hace dieciséis años? Ninguna. No importa que la novela haya sido finalista del Premio Ateneo de Sevilla, o ganadora del internacional “Luis Berenguel”, o finalista del más internacional aún “Rómulo Gallegos” (cuando ganó Elena Poniatowska); no importa que sea una novela avalada por jurados como Luis Mateo Díez, Antonio Gómez Rufo, Soledad Puértolas, Sánchez Dragó, Isaac Rosa, Luis Brito García; nada importa. Ni que su autor haya publicado otras seis novelas, entre España, Cuba, México, Colombia e Italia. No importa, tiene dieciséis años, no es novedad, no se reseña, no interesa. Pero yo siempre voy contracorriente, eso me gusta. Así que vamos a tocarle un poco la carátula al sistema.

Salvador Golomón (Algaida Editores/2005), ganadora del XIV Premio Internacional de Novela “Luis Berenguer”, es una novela tan absolutamente poliédrica como lo es su autor, Alexis Díaz-Pimienta (La Habana, 1966), novelista, poeta, repentista, investigador, docente y genio a tiempo completo entre otras cosas.

En Salvador Golomón palpitan al mismo tiempo el retrato hiperrealista del panorama sociológico y cultural de La Habana de los años noventa, la “road movie” novelada cuyos protagonistas recorren Italia de punta a punta, “Vacaciones en Roma” con Simona Rossi y Romualdo Írsula en los papeles de Audrey Herburn y Gregory Peck y la inmersión en las profundidades de la creación literaria a través de los ojos del protagonista principal (o no) de esta apasionante (nunca mejor dicho) historia.

Romualdo Írsula, ocasional repartidor de pan y escritor de novelas policíacas, consigue un empleo de policía para poder tener acceso a nuevos argumentos para sus relatos. Esta sencilla premisa argumental dará paso a una obra inclasificable, en la que cohabitan la metaliteratura, la novela erótica y el más puro género negro en perfecta sincronía.

Una vez más, tal y como nos tiene acostumbrados, Díaz-Pimienta crea unos personajes que son como complicadas muñecas rusas, que esconden dentro de cada una de sus manifestaciones otra y otra y otra, dotándoles así de una vida propia que trasciende la mera literatura, haciéndolos tan reales como podamos ser los propios lectores.

Y si magistral es el tratamiento de los personajes, no menos magistrales son los pasajes eróticos de la novela, y lo son, además de por el hecho de haber provocado más de una erección genuina en un servidor (uno no es de piedra al fin y al cabo), porque cada uno de ellos está contado de una manera diferente, interactuando siempre con el entorno, o con el contexto, o con el momento en el que se desarrollan y con una riqueza literaria que hace que uno se avergüence de las sensaciones inguinales que está sintiendo al leer.

Toda la novela es un maravilloso origami repleto de pliegues, de interioridades, de caras ocultas que el lector irá descubriendo a medida que va avanzando en la lectura hasta el momento de la revelación final, del clímax apoteósico, del orgasmo (literario) absoluto.

En resumidas cuentas, si ustedes se han sentido atraídos alguna vez por Pepe Carvalho o Sam Spade, por Gilda o por Jessica Rabbit, por Laertes o por Ofelia, por lady Chatterley o por Catherine Millet, esta es su novela. Sería un crimen que se la perdieran. 

Y, por último, como quien no quiere las cosas: ojalá alguna editorial seria y responsable la reedite y distribuya bien, para que la descubran más lectores. 


Portugalete, 21 de octubre de 2021

Luisma Pérez Martín