"Uno de los mejores narradores cubanos de la hora presente"
(Juan Bonilla)

Del Blog de Díaz-Pimienta

Hoy he tenido una mañana muy especial. Nada más abrir los ojos recibí dos reseñas de dos lectores distintos (a ninguno conozco personalmente) sobre dos novelas distintas y muy diferentes. Ambas encajan dentro de la categoría de “novela negra”, aunque “El huracán Anónimo” es de mayor perfil policíaco y “Sangre” es más negra-negra. Y que les voy a decir, me han alegrado la mañana. La reseña sobre El huracán Anónimo es de Ovidio Moré, cubano que vive en Barcelona, y ya la he compartido en este blog, y la reseña sobre “Sangre” (a modo de “chat-comentarios de lectora”) es de Mireia Sánchez Hernández, española que vive en Salamanca, y la voy a compartir íntegra (con su autorización), porque me ha emocionado muchísimo, dado lo delicado del tema de esta novela tan difícil y lo importante de su testimonio en tanto mujer y lectora.



Dice Mireia Sánchez Hernández:

El libro me lo ha regalado un amigo, no sé donde lo ha comprado, pero me lo he leído en dos días y me ha encantado. Tenía el de Jano ya y en cuanto terminé Sangre quería más. Me ha encantado el libro, repito. Me parece muy original en su planteamiento, directo, ágil, duro y sensible. Tratando un tema tan delicado como la violencia de género creo que lo haces con absoluto respeto, sensibilidad y con la dureza que conlleva. Hay frases que directamente me han dejado sin aliento, en el clavo… De verdad que me sorprendía y maravillada a cada página.

Soy superviviente de abuso sexual infantil y violencia de género, además, trabajo dando talleres sobre prevención de distintas violencias. Y de verdad que SANGRE lo refleja muy bien, con verdad y cuidado. Fui alumna tuya en la décima y la canción (plena pandemia) y aluciné… pero en prosa tampoco te quedas atrás. Agradezco mucho que hayas cuidado tanto el tema, se nota. No hay amarillismo, no hay clichés típicos, no has caído en el tópico fácil. Has hablado de la realidad, muy muy bien. 

Ojalá puedan leerla muchas mujeres. Yo la recomendaré a mis alumnos y alumnas. Hay muchas Marías, y también hay muchas mini Marías y Pepitos que podrían hablar sobre abusos sexuales… te lanzo la idea… por si te atreves a tocar un tema aún más delicado.

Hoy he tenido una mañana muy especial. Nada más abrir los ojos recibí dos reseñas de dos lectores distintos (a ninguno conozco personalmente) sobre dos novelas distintas y muy diferentes. Ambas encajan dentro de la categoría de “novela negra”, aunque “El huracán Anónimo” es de mayor perfil policíaco y “Sangre” es más negra-negra. Y que les voy a decir, me han alegrado la mañana. La reseña sobre El huracán Anónimo es de Ovidio Moré, cubano que vive en Barcelona, y ya la he compartido en este blog, y la reseña sobre “Sangre” (a modo de “chat-comentarios de lectora”) es de Mireia Sánchez Hernández, española que vive en Salamanca, y la voy a compartir íntegra (con su autorización), porque me ha emocionado muchísimo, dado lo delicado del tema de esta novela tan difícil y lo importante de su testimonio en tanto mujer y lectora.



Dice Mireia Sánchez Hernández:

El libro me lo ha regalado un amigo, no sé donde lo ha comprado, pero me lo he leído en dos días y me ha encantado. Tenía el de Jano ya y en cuanto terminé Sangre quería más. Me ha encantado el libro, repito. Me parece muy original en su planteamiento, directo, ágil, duro y sensible. Tratando un tema tan delicado como la violencia de género creo que lo haces con absoluto respeto, sensibilidad y con la dureza que conlleva. Hay frases que directamente me han dejado sin aliento, en el clavo… De verdad que me sorprendía y maravillada a cada página.

Soy superviviente de abuso sexual infantil y violencia de género, además, trabajo dando talleres sobre prevención de distintas violencias. Y de verdad que SANGRE lo refleja muy bien, con verdad y cuidado. Fui alumna tuya en la décima y la canción (plena pandemia) y aluciné… pero en prosa tampoco te quedas atrás. Agradezco mucho que hayas cuidado tanto el tema, se nota. No hay amarillismo, no hay clichés típicos, no has caído en el tópico fácil. Has hablado de la realidad, muy muy bien. 

Ojalá puedan leerla muchas mujeres. Yo la recomendaré a mis alumnos y alumnas. Hay muchas Marías, y también hay muchas mini Marías y Pepitos que podrían hablar sobre abusos sexuales… te lanzo la idea… por si te atreves a tocar un tema aún más delicado.

 por Caterina Camastra


El periódico en la mano
y en la otra, tu destino,
caminabas codo a codo
con tu asesino.

Fabrizio de André



Umberto Eco, entre las muchas metáforas sugerentes de esa obrita magistral que es Lector in fabula, nos habla de los paseos inferenciales. Damos un paseo inferencial cuando, al leer una obra de ficción, “salimos” de la obra misma y damos una vuelta por nuestro mundo interior, nuestra enciclopedia de saberes y sentires y experiencias, para hacernos de un marco interpretativo que nos permita proyectar una hipótesis de sentido. Don Umberto nos dice que, en el caso de las narraciones consoladoras, como por ejemplo suelen serlo los best-sellers de moda, regresamos de los paseos inferenciales justo con lo que el texto nos prometió y dará: encontramos en él la confirmación de nuestras hipótesis y, con ella, cierto efímero sosiego del alma.

Ahora bien, lo que pasa en las novelas de mi genio neobarroco caribeño favorito, Alexis Díaz-Pimienta, suele ser exactamente lo contrario (fenómeno que, dicho sea de paso, don Umberto se inclina a identificar con la verdadera grandeza literaria). Nos enfrentamos a novelas que nos retan, desasosiegan, descolocan, confunden, que se escabullen de las soluciones consoladoras, que antes optan por la irrupción de la fantasmagoría y, cuando juegan con los mecanismos tradicionales de la novela policiaca, se niegan a la solución que anhelamos, a que el rompecabezas encaje perfectamente a través de elementos que un lector suficientemente suspicaz hubiera podido antes ordenar por su propia cuenta. No dejan, por decirlo con un refrán italiano, que los nudos lleguen al peine. Sucede con El huracán anónimo (Scripta Manent, 2019) y sucede, acaso con más fuerza, con Sangre (Scripta Manent, 2021).

Mi relación con las novelas de Díaz-Pimienta siempre, tiro por viaje, deviene en cuestión personal. No puedo (ni quiero, la verdad) evitar que me despierten fuertes pasiones. Se me borra la frontera mental entre sus personajes y la vida real. Alguna vez eso es alegre, como en el caso de Maldita danza (Alba, 2003) cuya protagonista quiero abrazar y caminar tomadas de la cintura, contándonos chismes y riéndonos a carcajadas por Lavapiés y El Vedado. Otras veces se trata de un irrefrenable fastidio, como en el caso del batido de tuerca que es Rolo Contreras del Huracán. Hasta celos he tenido, yo que estoy beligerantemente en contra de los celos, porque cierto amigo común mío y del autor tiene su alter ego novelesco pimenteril y yo no lo tengo (bueno, como veremos, no lo tenía). Hasta aquí, sin embargo, gana el encabronamiento feroz, como en el caso de Salvador Golomón (Algaida, 2005), a quien, ¡já!, cómo me gustaría meterle un par de cachetadas, y en otro caso, justamente, el de Sangre. Esta es, de hecho, la reseña más enojada que haya yo escrito nunca.

Y es que Sangre habla nada menos que de los feminicidios en España, y yo soy mujer, y soy feminista. Y voy leyendo esta novela magistral, tremenda, sobria, descarnada, sin una palabra que sobre, sin complacencia hacia el amarillismo aun en los detalles más escatológicos, que sucede en un Estepueblo que es Sevilla y es Comala y es Ciudad Juárez y es Roma y es cualquier pueblo de España y del mundo, con esta lacra social de estos asesinos que no son monstruos, quienes hasta el día anterior, hasta cinco minutos antes, eran el muchacho tan bueno, el padre tan bueno, el abuelo tan bueno. Hijos sanos del patriarcado, como decimos las feministas. Y se desangran en Sangre las niñas de veinte años, y las tembas cuarentonas como yo, y las abuelas entrañables como a las abuelas corresponde, y se llaman todas María porque nadie está a salvo de ser arquetipo de dolor. Víctima. Víctimas todas, hasta la madre de uno de los asesinos, que en la novela le ayuda a limpiar la escena del crimen. Quién más María que una madre. Y me encabrono porque es cierto, y me dan ganas de espetarle al autor implícito (quien, me enseña don Umberto, no es mi amigo Díaz-Pimienta, el de carne y hueso) algo que en una ocasión me dijeron a mí: “Tu eres un malvado porque tienes razón”.

Además, una de las Marías de la novela es detective malgré elle (pienso en el Monsieur Poirot de Agatha Christie y se me sale el francés). Nunca había ella pensado en ser detective, ella es profesora de piano. Menos había pensado en ser víctima, ella es independiente, dueña de su rumbo, tiene vida propia, tiene intereses y pasiones, tiene parejas y amantes, y se mueve en su ciudad, en Estepueblo, como pez en el agua – o como pez sin bicicleta, por usar otra metáfora feminista clásica. Es arrojada al papel de detective, ella, a quien los policías y cualquier autoridad uniformada le dan, literalmente, diarrea (detalle de exquisito anarquismo que me la hace muy entrañable), por circunstancias ajenas a su voluntad: por los mensajes, o más bien el mensaje, que se encuentra reiteradas veces en el más escatológico de los lugares, un baño público, los baños de tantos de esos bares en los que nada a sus anchas la mujer-pez andaluza, muy independiente, muy suya. Mensaje escrito con pintura roja de labios, mas no en el glamour hollywoodense del espejo, sino en lo más escatológico, lo escatológico fugaz: el papel de baño. “AYÚDAME”.

Ahí el sacudón más profundo y la interpelación más radical, y si ya María la detective a su pesar me caía bien, ahí me volví ella y estuve toda la novela al borde del espasmo, deseando con la más férrea voluntad lectora que ella cumpliera su misión. Porque ese AYÚDAME yo lo conozco. Lo conozco y en su momento lo respondí. Por suerte no se trataba de asesinato, pero no le hace, porque el asesinato es la punta del iceberg de un fenómeno mucho más profundo, más complejo, más insidioso, en los Estepueblo de todo el mundo. Esos asesinos tan buenos muchachos, hombres, hijos, padres, abuelos, tan divertidos, tan inteligentes, con tan buena ortografía, que viven entre nosotr@s, en nuestras familias, casas, camas. El machismo es un cáncer muy profundo y de muchos tentáculos. En mi caso responder ese AYÚDAME fue exhibir, ridiculizar y avergonzar a uno de esos seductores de pacotilla que se crecen su ego mediocrucho coleccionando mujeres como objetos y a todas mintiendo como quien oye llover. El AYÚDAME que interpela a María es más radical, también porque, dijera don Umberto, los mundos posibles de la ficción son más extremos y discretos (en el sentido de la precisión aislada de sus elementos) que el abigarrado, denso, caótico mundo real. Ante tal interpelación, no hace sino retumbarme en la cabeza, aun ahora que ya terminé de leer, con la urgencia que me trae de madrugada a estas líneas, una de las consignas feministas más radicales que conozco, ya no el tierno “Amiga ¡date cuenta!”, sino más bien el amenazador “Ante la duda ¡tú la viuda!”. ¡Já! dijera una de las amigas de María la detective malgré elle, la amiga poliamorosa feminazi (que sospeché ser yo, y lo confirmé con Díaz-Pimienta de carne y hueso, para alivio de mis celos literarios). Simbólicamente, agrego, antes de que me caiga la Seguridad del Estado Mayor Machista Internacional a lloriquear que #NotAllMen. Respondamos siempre esos AYÚDAME, que si María no le teme a quedar como la loca del cuento, nosotras tampoco. A los abusadores, lista negra, tierra quemada y muerte sexual. De ser posible, antes de que nos maten.


__________________________
Caterina Camastra es escritora, traductora y profesora, Doctora en Letras por la UNAM (México).

 por Caterina Camastra


El periódico en la mano
y en la otra, tu destino,
caminabas codo a codo
con tu asesino.

Fabrizio de André



Umberto Eco, entre las muchas metáforas sugerentes de esa obrita magistral que es Lector in fabula, nos habla de los paseos inferenciales. Damos un paseo inferencial cuando, al leer una obra de ficción, “salimos” de la obra misma y damos una vuelta por nuestro mundo interior, nuestra enciclopedia de saberes y sentires y experiencias, para hacernos de un marco interpretativo que nos permita proyectar una hipótesis de sentido. Don Umberto nos dice que, en el caso de las narraciones consoladoras, como por ejemplo suelen serlo los best-sellers de moda, regresamos de los paseos inferenciales justo con lo que el texto nos prometió y dará: encontramos en él la confirmación de nuestras hipótesis y, con ella, cierto efímero sosiego del alma.

Ahora bien, lo que pasa en las novelas de mi genio neobarroco caribeño favorito, Alexis Díaz-Pimienta, suele ser exactamente lo contrario (fenómeno que, dicho sea de paso, don Umberto se inclina a identificar con la verdadera grandeza literaria). Nos enfrentamos a novelas que nos retan, desasosiegan, descolocan, confunden, que se escabullen de las soluciones consoladoras, que antes optan por la irrupción de la fantasmagoría y, cuando juegan con los mecanismos tradicionales de la novela policiaca, se niegan a la solución que anhelamos, a que el rompecabezas encaje perfectamente a través de elementos que un lector suficientemente suspicaz hubiera podido antes ordenar por su propia cuenta. No dejan, por decirlo con un refrán italiano, que los nudos lleguen al peine. Sucede con El huracán anónimo (Scripta Manent, 2019) y sucede, acaso con más fuerza, con Sangre (Scripta Manent, 2021).

Mi relación con las novelas de Díaz-Pimienta siempre, tiro por viaje, deviene en cuestión personal. No puedo (ni quiero, la verdad) evitar que me despierten fuertes pasiones. Se me borra la frontera mental entre sus personajes y la vida real. Alguna vez eso es alegre, como en el caso de Maldita danza (Alba, 2003) cuya protagonista quiero abrazar y caminar tomadas de la cintura, contándonos chismes y riéndonos a carcajadas por Lavapiés y El Vedado. Otras veces se trata de un irrefrenable fastidio, como en el caso del batido de tuerca que es Rolo Contreras del Huracán. Hasta celos he tenido, yo que estoy beligerantemente en contra de los celos, porque cierto amigo común mío y del autor tiene su alter ego novelesco pimenteril y yo no lo tengo (bueno, como veremos, no lo tenía). Hasta aquí, sin embargo, gana el encabronamiento feroz, como en el caso de Salvador Golomón (Algaida, 2005), a quien, ¡já!, cómo me gustaría meterle un par de cachetadas, y en otro caso, justamente, el de Sangre. Esta es, de hecho, la reseña más enojada que haya yo escrito nunca.

Y es que Sangre habla nada menos que de los feminicidios en España, y yo soy mujer, y soy feminista. Y voy leyendo esta novela magistral, tremenda, sobria, descarnada, sin una palabra que sobre, sin complacencia hacia el amarillismo aun en los detalles más escatológicos, que sucede en un Estepueblo que es Sevilla y es Comala y es Ciudad Juárez y es Roma y es cualquier pueblo de España y del mundo, con esta lacra social de estos asesinos que no son monstruos, quienes hasta el día anterior, hasta cinco minutos antes, eran el muchacho tan bueno, el padre tan bueno, el abuelo tan bueno. Hijos sanos del patriarcado, como decimos las feministas. Y se desangran en Sangre las niñas de veinte años, y las tembas cuarentonas como yo, y las abuelas entrañables como a las abuelas corresponde, y se llaman todas María porque nadie está a salvo de ser arquetipo de dolor. Víctima. Víctimas todas, hasta la madre de uno de los asesinos, que en la novela le ayuda a limpiar la escena del crimen. Quién más María que una madre. Y me encabrono porque es cierto, y me dan ganas de espetarle al autor implícito (quien, me enseña don Umberto, no es mi amigo Díaz-Pimienta, el de carne y hueso) algo que en una ocasión me dijeron a mí: “Tu eres un malvado porque tienes razón”.

Además, una de las Marías de la novela es detective malgré elle (pienso en el Monsieur Poirot de Agatha Christie y se me sale el francés). Nunca había ella pensado en ser detective, ella es profesora de piano. Menos había pensado en ser víctima, ella es independiente, dueña de su rumbo, tiene vida propia, tiene intereses y pasiones, tiene parejas y amantes, y se mueve en su ciudad, en Estepueblo, como pez en el agua – o como pez sin bicicleta, por usar otra metáfora feminista clásica. Es arrojada al papel de detective, ella, a quien los policías y cualquier autoridad uniformada le dan, literalmente, diarrea (detalle de exquisito anarquismo que me la hace muy entrañable), por circunstancias ajenas a su voluntad: por los mensajes, o más bien el mensaje, que se encuentra reiteradas veces en el más escatológico de los lugares, un baño público, los baños de tantos de esos bares en los que nada a sus anchas la mujer-pez andaluza, muy independiente, muy suya. Mensaje escrito con pintura roja de labios, mas no en el glamour hollywoodense del espejo, sino en lo más escatológico, lo escatológico fugaz: el papel de baño. “AYÚDAME”.

Ahí el sacudón más profundo y la interpelación más radical, y si ya María la detective a su pesar me caía bien, ahí me volví ella y estuve toda la novela al borde del espasmo, deseando con la más férrea voluntad lectora que ella cumpliera su misión. Porque ese AYÚDAME yo lo conozco. Lo conozco y en su momento lo respondí. Por suerte no se trataba de asesinato, pero no le hace, porque el asesinato es la punta del iceberg de un fenómeno mucho más profundo, más complejo, más insidioso, en los Estepueblo de todo el mundo. Esos asesinos tan buenos muchachos, hombres, hijos, padres, abuelos, tan divertidos, tan inteligentes, con tan buena ortografía, que viven entre nosotr@s, en nuestras familias, casas, camas. El machismo es un cáncer muy profundo y de muchos tentáculos. En mi caso responder ese AYÚDAME fue exhibir, ridiculizar y avergonzar a uno de esos seductores de pacotilla que se crecen su ego mediocrucho coleccionando mujeres como objetos y a todas mintiendo como quien oye llover. El AYÚDAME que interpela a María es más radical, también porque, dijera don Umberto, los mundos posibles de la ficción son más extremos y discretos (en el sentido de la precisión aislada de sus elementos) que el abigarrado, denso, caótico mundo real. Ante tal interpelación, no hace sino retumbarme en la cabeza, aun ahora que ya terminé de leer, con la urgencia que me trae de madrugada a estas líneas, una de las consignas feministas más radicales que conozco, ya no el tierno “Amiga ¡date cuenta!”, sino más bien el amenazador “Ante la duda ¡tú la viuda!”. ¡Já! dijera una de las amigas de María la detective malgré elle, la amiga poliamorosa feminazi (que sospeché ser yo, y lo confirmé con Díaz-Pimienta de carne y hueso, para alivio de mis celos literarios). Simbólicamente, agrego, antes de que me caiga la Seguridad del Estado Mayor Machista Internacional a lloriquear que #NotAllMen. Respondamos siempre esos AYÚDAME, que si María no le teme a quedar como la loca del cuento, nosotras tampoco. A los abusadores, lista negra, tierra quemada y muerte sexual. De ser posible, antes de que nos maten.


__________________________
Caterina Camastra es escritora, traductora y profesora, Doctora en Letras por la UNAM (México).


Compréndanme. Acabo de bautizarme hace pocos días como lector de novelas de Alexis Díaz Pimienta (La Habana, 1966) con la maravillosa “Jano” (Scripta Manent 2021), así que no podía dejar de devorar la otra obra maestra que tenía en mis manos; la escalofriante y actualísima “Sangre” (también Scripta Manent, también de 2021).
Antes de decir nada sobre “Sangre” he de mencionar que, por mi trabajo, el tema de la violencia de género me es muy cercano, tan cercano que me temo que no soy capaz de enfocarlo con nitidez; también les diré que casi todos los abogados que conozco y por supuesto, yo mismo, sufrimos una triple frustración en relación a los asuntos de maltrato contra las mujeres.


En primer lugar, la frustración de comprobar a diario la ineficacia absoluta de esta ley (y me temo que de cualquier ley que pudiera promulgarse) en los casos más sangrantes; los medios que deberían destinarse a proteger realmente a las víctimas se pierden en una selva funcionarial de comités, estudios estadísticos, protocolos absurdos, oficinas varias (Díaz-Pimienta lo refleja muy bien en la novela) y estómagos agradecidos que en nada contribuyen a cambiar la situación. A eso hay que sumar la saturación de los Juzgados de Violencia de Género y el hecho de que, por supuesto, la maldad, la locura y la brutalidad son, a menudo, imprevisibles y, casi siempre, absurdas. En segundo lugar, está la frustración de no poder conseguir, la mayoría de las veces, ayudar a las víctimas por su propia reticencia a denunciar o ratificar la denuncia ya presentada. En mi experiencia personal les diré que cuanto más grave es el maltrato, más difícil es convencer a la mujer maltratada de que siga adelante con el procedimiento judicial y en esos casos es determinante el miedo, sí, pero también otras cosas que jamás en la vida podré acertar a comprender. Y hay un tercer motivo de frustración: la instrumentalización de la ley para obtener ventajas económicas y judiciales en particular en los procedimientos de divorcio en relación a los hijos comunes. En resumidas cuentas, demasiada mierda, demasiadas miserias, demasiados hijos de puta, demasiados (y demasiadas) caraduras.

Dicho esto (gracias por el desahogo) y partiendo de que entré “manchado” a leer la novela, les puedo decir que sin embargo he salido transfigurado de su lectura. Quizá necesitaba (y en esto no entra lo literario) un enfoque ajeno a la pura objetividad de los datos y la experiencia, un soplo de aire fresco, una visión no desenfocada como la mía. Y en esa visión, la de Alexis, he recorrido con María todos los váteres de Sevilla (Estepueblo) buscando nuevos mensajes (“AYÚDAME”), he visto el Guadalquivir correr rojo de sangre (me viene a la cabeza el mejor Saramago de “La balsa de piedra” o “Ensayo sobre la lucidez”) y he sentido la impotencia de la protagonista ante la locura hecha cotidianeidad.
Ahora, una vez acabada la lectura, creo que Alexis Díaz-Pimienta, con su lucidez, con su talento narrativo, me ha ayudado más a comprender lo terrible de la lacra que relata que veintidós años de ejercicio del derecho (llámenme frívolo, llámenme exagerado) y pienso que, seguramente, la novela debería de ser lectura obligada en las escuelas, porque ahí, en la educación, y sólo ahí, es donde se puede conseguir algún cambio real en lo que se refiere a la violencia contra las mujeres.
Y, en cuanto al placer que ha supuesto la lectura, he de decirles que “Sangre” no es “Jano” ni “Jano” es “Sangre”, pero ay, el lenguaje del novelista, el idioma que uno (este lector) ya reconoce como suyo con tan sólo dos novelas leídas, el gusto de sentirse en casa con nada más abrir el libro y empezar a leer,… eso, les digo, no tiene precio para mí.
En resumidas cuentas, que ahora tengo mono de novela de Alexis Díaz-Pimienta, que en apenas 600 páginas de “Jano” y “Sangre” me he convertido en un yonqui de su prosa, que quiero más y más y más.
Recomendarles, por tanto, a estas alturas, que lean la novela me parece una redundancia, pero me apetece ser redundante: Lean “Sangre”, disfruten y sufran con ella, ahóguense en un río rojo como la sangre de todas las Marías de Estepueblo asesinadas. Me lo agradecerán.
Luisma Pérez Martín
10 de julio de 2021


Compréndanme. Acabo de bautizarme hace pocos días como lector de novelas de Alexis Díaz Pimienta (La Habana, 1966) con la maravillosa “Jano” (Scripta Manent 2021), así que no podía dejar de devorar la otra obra maestra que tenía en mis manos; la escalofriante y actualísima “Sangre” (también Scripta Manent, también de 2021).
Antes de decir nada sobre “Sangre” he de mencionar que, por mi trabajo, el tema de la violencia de género me es muy cercano, tan cercano que me temo que no soy capaz de enfocarlo con nitidez; también les diré que casi todos los abogados que conozco y por supuesto, yo mismo, sufrimos una triple frustración en relación a los asuntos de maltrato contra las mujeres.


En primer lugar, la frustración de comprobar a diario la ineficacia absoluta de esta ley (y me temo que de cualquier ley que pudiera promulgarse) en los casos más sangrantes; los medios que deberían destinarse a proteger realmente a las víctimas se pierden en una selva funcionarial de comités, estudios estadísticos, protocolos absurdos, oficinas varias (Díaz-Pimienta lo refleja muy bien en la novela) y estómagos agradecidos que en nada contribuyen a cambiar la situación. A eso hay que sumar la saturación de los Juzgados de Violencia de Género y el hecho de que, por supuesto, la maldad, la locura y la brutalidad son, a menudo, imprevisibles y, casi siempre, absurdas. En segundo lugar, está la frustración de no poder conseguir, la mayoría de las veces, ayudar a las víctimas por su propia reticencia a denunciar o ratificar la denuncia ya presentada. En mi experiencia personal les diré que cuanto más grave es el maltrato, más difícil es convencer a la mujer maltratada de que siga adelante con el procedimiento judicial y en esos casos es determinante el miedo, sí, pero también otras cosas que jamás en la vida podré acertar a comprender. Y hay un tercer motivo de frustración: la instrumentalización de la ley para obtener ventajas económicas y judiciales en particular en los procedimientos de divorcio en relación a los hijos comunes. En resumidas cuentas, demasiada mierda, demasiadas miserias, demasiados hijos de puta, demasiados (y demasiadas) caraduras.

Dicho esto (gracias por el desahogo) y partiendo de que entré “manchado” a leer la novela, les puedo decir que sin embargo he salido transfigurado de su lectura. Quizá necesitaba (y en esto no entra lo literario) un enfoque ajeno a la pura objetividad de los datos y la experiencia, un soplo de aire fresco, una visión no desenfocada como la mía. Y en esa visión, la de Alexis, he recorrido con María todos los váteres de Sevilla (Estepueblo) buscando nuevos mensajes (“AYÚDAME”), he visto el Guadalquivir correr rojo de sangre (me viene a la cabeza el mejor Saramago de “La balsa de piedra” o “Ensayo sobre la lucidez”) y he sentido la impotencia de la protagonista ante la locura hecha cotidianeidad.
Ahora, una vez acabada la lectura, creo que Alexis Díaz-Pimienta, con su lucidez, con su talento narrativo, me ha ayudado más a comprender lo terrible de la lacra que relata que veintidós años de ejercicio del derecho (llámenme frívolo, llámenme exagerado) y pienso que, seguramente, la novela debería de ser lectura obligada en las escuelas, porque ahí, en la educación, y sólo ahí, es donde se puede conseguir algún cambio real en lo que se refiere a la violencia contra las mujeres.
Y, en cuanto al placer que ha supuesto la lectura, he de decirles que “Sangre” no es “Jano” ni “Jano” es “Sangre”, pero ay, el lenguaje del novelista, el idioma que uno (este lector) ya reconoce como suyo con tan sólo dos novelas leídas, el gusto de sentirse en casa con nada más abrir el libro y empezar a leer,… eso, les digo, no tiene precio para mí.
En resumidas cuentas, que ahora tengo mono de novela de Alexis Díaz-Pimienta, que en apenas 600 páginas de “Jano” y “Sangre” me he convertido en un yonqui de su prosa, que quiero más y más y más.
Recomendarles, por tanto, a estas alturas, que lean la novela me parece una redundancia, pero me apetece ser redundante: Lean “Sangre”, disfruten y sufran con ella, ahóguense en un río rojo como la sangre de todas las Marías de Estepueblo asesinadas. Me lo agradecerán.
Luisma Pérez Martín
10 de julio de 2021


Compréndanme. Acabo de bautizarme hace pocos días como lector de novelas de Alexis Díaz Pimienta (La Habana, 1966) con la maravillosa “Jano” (Scripta Manent 2021), así que no podía dejar de devorar la otra obra maestra que tenía en mis manos; la escalofriante y actualísima “Sangre” (también Scripta Manent, también de 2021).
Antes de decir nada sobre “Sangre” he de mencionar que, por mi trabajo, el tema de la violencia de género me es muy cercano, tan cercano que me temo que no soy capaz de enfocarlo con nitidez; también les diré que casi todos los abogados que conozco y por supuesto, yo mismo, sufrimos una triple frustración en relación a los asuntos de maltrato contra las mujeres.


En primer lugar, la frustración de comprobar a diario la ineficacia absoluta de esta ley (y me temo que de cualquier ley que pudiera promulgarse) en los casos más sangrantes; los medios que deberían destinarse a proteger realmente a las víctimas se pierden en una selva funcionarial de comités, estudios estadísticos, protocolos absurdos, oficinas varias (Díaz-Pimienta lo refleja muy bien en la novela) y estómagos agradecidos que en nada contribuyen a cambiar la situación. A eso hay que sumar la saturación de los Juzgados de Violencia de Género y el hecho de que, por supuesto, la maldad, la locura y la brutalidad son, a menudo, imprevisibles y, casi siempre, absurdas. En segundo lugar, está la frustración de no poder conseguir, la mayoría de las veces, ayudar a las víctimas por su propia reticencia a denunciar o ratificar la denuncia ya presentada. En mi experiencia personal les diré que cuanto más grave es el maltrato, más difícil es convencer a la mujer maltratada de que siga adelante con el procedimiento judicial y en esos casos es determinante el miedo, sí, pero también otras cosas que jamás en la vida podré acertar a comprender. Y hay un tercer motivo de frustración: la instrumentalización de la ley para obtener ventajas económicas y judiciales en particular en los procedimientos de divorcio en relación a los hijos comunes. En resumidas cuentas, demasiada mierda, demasiadas miserias, demasiados hijos de puta, demasiados (y demasiadas) caraduras.

Dicho esto (gracias por el desahogo) y partiendo de que entré “manchado” a leer la novela, les puedo decir que sin embargo he salido transfigurado de su lectura. Quizá necesitaba (y en esto no entra lo literario) un enfoque ajeno a la pura objetividad de los datos y la experiencia, un soplo de aire fresco, una visión no desenfocada como la mía. Y en esa visión, la de Alexis, he recorrido con María todos los váteres de Sevilla (Estepueblo) buscando nuevos mensajes (“AYÚDAME”), he visto el Guadalquivir correr rojo de sangre (me viene a la cabeza el mejor Saramago de “La balsa de piedra” o “Ensayo sobre la lucidez”) y he sentido la impotencia de la protagonista ante la locura hecha cotidianeidad.
Ahora, una vez acabada la lectura, creo que Alexis Díaz-Pimienta, con su lucidez, con su talento narrativo, me ha ayudado más a comprender lo terrible de la lacra que relata que veintidós años de ejercicio del derecho (llámenme frívolo, llámenme exagerado) y pienso que, seguramente, la novela debería de ser lectura obligada en las escuelas, porque ahí, en la educación, y sólo ahí, es donde se puede conseguir algún cambio real en lo que se refiere a la violencia contra las mujeres.
Y, en cuanto al placer que ha supuesto la lectura, he de decirles que “Sangre” no es “Jano” ni “Jano” es “Sangre”, pero ay, el lenguaje del novelista, el idioma que uno (este lector) ya reconoce como suyo con tan sólo dos novelas leídas, el gusto de sentirse en casa con nada más abrir el libro y empezar a leer,… eso, les digo, no tiene precio para mí.
En resumidas cuentas, que ahora tengo mono de novela de Alexis Díaz-Pimienta, que en apenas 600 páginas de “Jano” y “Sangre” me he convertido en un yonqui de su prosa, que quiero más y más y más.
Recomendarles, por tanto, a estas alturas, que lean la novela me parece una redundancia, pero me apetece ser redundante: Lean “Sangre”, disfruten y sufran con ella, ahóguense en un río rojo como la sangre de todas las Marías de Estepueblo asesinadas. Me lo agradecerán.
Luisma Pérez Martín
10 de julio de 2021