Retomamos hoy la sección Pluma Invitada con cuatro poemas del poeta y traductor griego Stelios Karayanis, esperando que los visitantes de mi Cuarto disfruten su lectura y la comenten. Cada mes tendremos un nuevo invitado.
El hispanista, traductor y poeta Stelios Karayanis (derecha) junto al poeta granadino Juan de Loxa en Granada. |
Stelios Karayanis (Samos, 1956), es un poeta y ensayista representativo de la generación
del 80, hispanista y traductor. Obtuvo el premio de poesía Nikiforos Vrettakos del Ayuntamiento
de Atenas el año 1993. Es Doctor de Filosofía Moderna por la Universidad de Ioanina de Grecia
y Doctor de Teoría de Literatura y de Literatura Comparada por la Universidad de Granada.Es
miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada, uno de los fundadores de la Asociación
de los Hispanistas Griegos, miembro de la Asociación Nacional de los Escritores Griegos y
miembro de Pen Club. Imparte clases de Literatura Española en la Universidad Abierta de
Grecia desde el año 2005. Fue director de la Revista Internacional de Poesía Erato Ars Poetica
y ahora es director de Hécate poesía, Ars Poetica, Revista Internacional de Poesía, Cuento y
Teoría Poética. Dirige la serie de libros de Poesía y Ensayo Hécate Ars Poetica. Actualmente
vive en Atenas.
Los mitógrafos
Sólo el alma escapando a manera
de sueño revuela por doquier.
Mas vuelve a la luz sin demora…
Odisea, XI, 222-3
Me quedaba entonces en el apartamento más oscuro
del poema – y para que no se me interprete mal –
me refiero al extraño poema
que nunca escribí;
por las noches venían inesperadamente
mis amigos viajeros,
entre ellos
también Ulises.
Vestía siempre
un ropaje deshilachado – jamás pensé
en el porqué – se echaba, además,
desencantado
en un sillón y comenzaba a fumar
su cigarrillo con locura.
Para que me atormentes
por las noches – me decía – con esas fantásticas
historias tuyas,
déjame por fin que yo viva también
mi propia vida verdadera.
Sobre mí, con seguridad, nada le
escuché en absoluto; como hechizado le hablaba
sobre Tennyson, Joyce, Kavafis.
No me líes más con los novelistas – me decía –
Ellos me arruinaron la vida.
El otro Ulises
Me encontré con Ulises una noche. Estaba débil y pálido. Su cuerpo no se parecía al de cuando salimos, no tenía algo de su artística armadura. Una vieja plancha de asar, llena de incisiones y porrazos, te recordaba los tormentos y los dolores de los marineros. Ya no había en su rostro coraje y convencimiento y, cuando en sus ojos se reflejaba el olvido, yo distinguí la nostalgia. Su piel, aunque se había llenado de las arrugas del tiempo, exhalaba un aroma de salitre marino.
Nos sentamos a fumar en silencio,
como se hacía usualmente por la noche.
- En verdad, fue un hermoso viaje, murmuró.
Y cuando al poco
fue a marcharse, no se sabe a qué paraje solitario, me di cuenta, sin quererlo, de que la vieja herida por encima de su rodilla goteaba sangre. Me resultaba inexplicable.
Los límites del mito
Regresar a la misma y pobre Ítaca, tras tantos viajes, afortunado y cansado, habiendo entrado la primavera en los jardines, escuchándose risas, floreciendo al mismo tiempo las muchachas y las flores. Pensando, mientras subes, y convocando en el recuerdo y en la fantasía el rostro entristecido de Penélope y, después, verla delante de la puerta, queriendo hablarle y darle un beso en los labios. Planear, a continuación, la muerte y la desgracia de tus enemigos, viendo qué injustamente esparcieron tu vida y que la ira te inundaba como un río.
“No, no debes apresurarte a traicionar el mito; no debes romper el círculo y cambiar “el destino” que te fijaron Homero y los demás dioses.
La historia de un pobre aedo
Cada vez que comienza por la palabra “Ítaca”, intentando imaginar o escribir algo hermoso sobre la vida, comprende inmediatamente que no dirá nada, nada más interesante que lo que hasta ahora se ha dicho. Sabe qué fácil es que lo traicionen las palabras, y de pronto percibe pensativo y ve después, profundamente apenado, que se le descubren, sin esencia ni interés, las más conocidas imágenes con novias que hacen festejos e insultan en el patio. Hasta que, al final, cuando la historia ya ha terminado, no hay nada más – y lo sabe – que un pobre y extraño aedo que, sosteniendo una lira rota, va de drama en drama, de comedia en comedia, de fiesta en fiesta, buscando, intentando quizás encontrar su propia Ítaca en la vida.