por Alexis Díaz-Pimienta
La experimentación formal con la estructura de la décima escrita, ha sido, a lo largo de mi vida literaria, una preocupación constante, a la vez un reto y un camino alternativo. Yo, procedente del repentismo tradicional, acostumbrado a ver la décima como esa "cajita" perfecta con medidas 10x8, tan redonda en su cuadratura textual y en la forma de su canto, cuando comencé mis andanzas como escritor, no como improvisador, supe desde el principio que tenía que soltar esas amarras.
Tenía entonces yo 16 o 17 años, y bebía tanto de la fuente de improvisación como de la lectura de poesía contemporánea (sobre todo, de los poetas que eran premiados en el concurso Casa de las Américas). Fue en estos libros (Toño Cisneros, Armando Tejada Gómez, Fernando Lamberg, Omar Lara, Jorge Bocannera, Wichy Nogueras o Reina María Rodríguez) en los que descubrí, y quedé deslumbrado, las aventuras tipográficas y formales de la poesía escrita contemponánea, vanguardista y post-vanguardista, actualísima entonces. En ellos describí nuevas posibilidades expresivas del poema en verso libre (prescindir de signos de puntuación, prescindir de mayúsculas, usar los espacios como signos de puntuación al igual de las cesuras versales, y de paso los rejuegos intertextuales y los registros polisémicos del verso: tan ajenos a la décima oral y su cuasi obligatoria decodificación inmediata). Todo esto, que estaba naturalizado y legitimado en la poesía contemporánea en español, no era, por supuesto, nada común en la décima escrita en Cuba, mucho menos en la oral.
En la décima oral era imposible hacerlo (la mayoría eran aportaciones gráficas, tipográficas, visuales), pero en la décima escrita, en la que existe desde hace casi un siglo la tradición (poco estudiada, por cierto, a penas tomada en cuenta por la crítica) de la edición de "decimarios", es decir, poemarios escritos íntegramente en décimas, tampoco era común este tipo de aventuras formales. Ni en la obra de los grandes maestros de la estrofa (el Cucalambé, Agustín Acosta, el Indio Naborí, Francisco Riverón), ni en la obra de los decimistas en activo en los años 80.
Las mayores aventuras formales que yo recuerde, como un acercamiento real al concepto de poesía visual (con referentes que van desde Baudelaire hasta Joan Brossa), fue un libro de décimas de Bernardo Cárdenas Ríos (un repentista) en el que el poeta dibujaba con las letras la figura a la que dedicaba cada poemas: una casa, un árbol, un perro, etc.
En la décima oral era imposible hacerlo (la mayoría eran aportaciones gráficas, tipográficas, visuales), pero en la décima escrita, en la que existe desde hace casi un siglo la tradición (poco estudiada, por cierto, a penas tomada en cuenta por la crítica) de la edición de "decimarios", es decir, poemarios escritos íntegramente en décimas, tampoco era común este tipo de aventuras formales. Ni en la obra de los grandes maestros de la estrofa (el Cucalambé, Agustín Acosta, el Indio Naborí, Francisco Riverón), ni en la obra de los decimistas en activo en los años 80.
Las mayores aventuras formales que yo recuerde, como un acercamiento real al concepto de poesía visual (con referentes que van desde Baudelaire hasta Joan Brossa), fue un libro de décimas de Bernardo Cárdenas Ríos (un repentista) en el que el poeta dibujaba con las letras la figura a la que dedicaba cada poemas: una casa, un árbol, un perro, etc.
Sin duda, el primer libro que se atrevió a romper el molde gráfico de la décima escrita, más allá de este ejercicio pictórico-mecanográfico, y que constituyó un auténtico parteaguas en el movimiento decimista insular (el escrito, no el oral-improvisado) fue Alrededor del punto, del poeta Adolfo Martí Fuentes. Para mí este fue el decimario más inteligente de su época y, sin miedo a decirlo, de la historia de la décima escrita en Cuba, el equivalente al Azul de Darío para la poesía española, o al Ulises de Joyce para la narrativa del siglo XX. Un libro que cambió definitiva y drásticamente la forma de acercarse a la décima escrita (o mejor, a la escritura de décimas).
Fue este libro, junto con las lecturas de aquellos poetas contemporáneos que llegaban a mis manos juveniles (manos que ya habían paseado por los libros de César Vallejo: la vanguardia mayor), los que espolearon mi curiosidad y pusieron en mis manos un abanico amplísimo de posibilidad formales para la estrofa que cultivaba desde niño. en ellos descubrí, deslumbrado, que la décima podía escapar de su "prisión estrecha" (Raúl Ferrer dixit). Y me puse manos a la obra, todo entusiasmo. Separé perfectamente la décima oral (cantada, improvisada, o escrita para ser cantada) de la décima escrita. Supe y acepté que eran, o más bien podían ser, estrofas de distintos registros, intereses y destinatarios.
Y desde entonces, no he dejado de experimentar. En mis decimarios (cuatro publicados, casi diez inéditos) encontrarán de todo: décimas bilingües, décimas con pie de página, décima con versos endecasílabos y alejandrinos, hexasílabos, tetrasílabos, etc; décimas sumamente encabalgadas, décimas en prosa, décimas encadenadas, décimas con estructura musical o teatral, décimas llenas de citas intertextuales, décimas de corte periodístico, leguleyo, dramático, y mucho más. Es decir, todo esto que ahora (2018) es tan normal en el decimismo escrito en Cuba, sobre todo en los poetas de mi generación (finales de los 90) y en los más jóvenes, yo comencé a incorporarlo a mis décimas escritas a mediados y finales de los años 80. Como resultado y prueba de ello, ahí está el tempranero decimario Robinson Crusoe vuelve a salvarse (Premio Cucalambé en 1993), co-escrito con David Mitrani y considerado por alguno críticos como el libro pionero en este movimiento de neo-decimismo.
Ya en aquel primero libro publiqué poemas en décimas que, por primera vez, carecían de mayúsculas y signos de puntuación, por ejemplo. Décimas que jugaban con el intertexto, el hipertexto y hasta el paratexto. En fin, este libro fue el inicio de un camino experimental en el que no me detenido aún: la búsqueda de nuevas posibilidades expresivas para una estrofa que llevaba siglos encerrada en su perfecta cajita de 10 x 8. (De ahí que uno de mis decimarios se titule Galería 10 x 8).
Ya en aquel primero libro publiqué poemas en décimas que, por primera vez, carecían de mayúsculas y signos de puntuación, por ejemplo. Décimas que jugaban con el intertexto, el hipertexto y hasta el paratexto. En fin, este libro fue el inicio de un camino experimental en el que no me detenido aún: la búsqueda de nuevas posibilidades expresivas para una estrofa que llevaba siglos encerrada en su perfecta cajita de 10 x 8. (De ahí que uno de mis decimarios se titule Galería 10 x 8).
Pues bien, este largo introito ha sido necesario, porque hoy quiero compartir con ustedes una de mis primeras aventuras formales con la décima, y quizá la más atrevida. La décima-hilo titulada Teseo, que se publicó primero en Robinson Crusoe vuelve a salvarse (Sanlope, Las Tunas, 1993) y luego en La sexta cara del dado (Colección San Borondón, Canarias, 1997). Es un experimento formal que se explica solo y que bebe de las fuentes primigenias de la poesía visual.
Espero disfruten y comenten.
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TESEO
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la trampa estaba mal hecha
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