"Uno de los mejores narradores cubanos de la hora presente"
(Juan Bonilla)

Del Blog de Díaz-Pimienta

ene
12

Un poema para Raquel: "MALECÓN, 1905"

Publicado por Alexis Díaz Pimienta el 12 enero 2011 a las 9:02 pm
Ayer publiqué en el blog el poema que da título a uno de mis libros, Yo también pude ser Jacques Daguerre, y en enseguida una lectora que firmaba Raquel (aunque dejaba el comentario como "Anónimo"), cometó lo siguiente:

"¡Qué hermosa reflexión sobre las infinitas posibilidades! Yo también pude haber sido Jacques Daguerre, querido Alexis, de hecho al leer tu fantástico poema me daba la impresión de serlo, como también soy mi abuelo posando sonriente en el malecón de la Habana en 1920, con la mirada adolescente repleta de sueños... Un abrazo eterno sin tiempo ni espacio, compañero.
Raquel"
 
Inmediamente, le agradecí y prometí dedicarle en mi próximo post, éste, un poema sobre el malecón, dedicado a ella y a su abuelo (en 1920). El poema en cuestión pertenece a mi libro Habana, siglo pasado, cuya primera versión se editó en Granada hace unos años, como parte de la Colección Vitolas del Anaï, una magnífica obra editada y dirigida por Marta Badia y el Asociación del Diente de Oro, quienes durante varios años promovieron los Lunes del Anais, en Granada, una delicia de encuentro poético y bohemio. La Vitola número 65 fue la nuestra, y aunque en esa ocasión este poema no estaba, ya forma parte de mis homenajes a la Habana del siglo pasado.

Espero que te guste Raquel. Abrazos



Malecón, 1905



A lo largo de la Dársena Norte
un grupo de jóvenes coloca bloques de hormigón
sellados con sudor, arena y yodo.
Cientos de bloques para impedir
que el mar asalte la ciudad
y para que sus bisnietos,
vengamos los domingos a palparnos la piel
y a bebernos la tarde.
Nosotros, sus bisnietos, usamos el muro
como si siempre hubiera estado aquí,
bailamos sobre él, reímos, bebemos, besamos
sobre él. Y si de pronto cae un beso al suelo,
no pasa nada, lo soplamos y otra vez a la boca.
Sólo que entonces, nuestra pareja dice
que el beso sabe a sal,
y culpa al malecón, al mar, al yodo…
ignorando, la pobre,
que ha saboreado el sudor joven
de unos viejos magníficos.


  1.  

    |