"Uno de los mejores narradores cubanos de la hora presente"
(Juan Bonilla)

Del Blog de Díaz-Pimienta

jun
20

VERSOS AL PADRE: Un doloroso poema

Publicado por Alexis Díaz Pimienta el 20 junio 2012 a las 12:48 pm
Este es, con seguridad, el peor poema que yo he escrito en mi vida. Pertenece a mi primer libro de poesía publicado y es, más allá de la homonimia de otro poema, el poema que realmente da título al libro y a este Blog: Cuarto de mala música. "Versos al padre" es un poema que comencé en diciembre de 1993, en los pasillos del habanero hospital Calixto García y terminé en mi desvencijado cuarto de Luyanó, en diciembre del 94, cuando se cumplió un año exacto de la muerte del viejo. Fue, creo, mi única manera de sobrevivir, de purgar el dolor, de exorcisarlo. Desde entonces (han pasado 18 años), nunca lo he podido leer en público, a penas lo he vuelto a leer en privado, y sólo he publicado algunos fragmentos en antologías y revistas, pero nunca lo había vuelto a entregar íntegro. El pasado domingo fue el día de los padres en Cuba, y yo, que acabo de llegar de allí, de mi Habana de siempre, me prometí que este poema sería mi primera entrada en el Blog en esta nueva etapa,  como un homenaje a todos los hijos que somos, que fuimos, que seremos siempre, y a todos los padres que fueron, son, serán, eternamente. Es un poema gris, como todo aquel libro, es una mala música que aún me sigue doliendo, pero poemas como este, a veces, me reconcilian con la poesía, me hacen notar su lado útil.









VERSOS AL PADRE


para mi madre y mis hermanos;
y a Aracelis Milián,
quien sufrió tanto como nosotros esta pérdida



I

Un padre se pone viejo
se pone padre se acaba.
El tiempo se vuelve lava
sobre la piel del espejo.
Un padre se vuelve hollejo,
amante de quita-y-pon,
tataramigo del ron,
inquilino de hospitales...
Y un residuo de pañales
al fondo del corazón.

II

Hoy he visto a mi padre llorar sobre sí mismo
doblado como una vieja página.
Pero la única potestad del doliente es callarse,
su única salvación.
Hoy le he visto infantil, frágil.
Y él no sabrá, su mano no sabrá,
sus años no sabrán devolverme el lugar que me usurparon.
He cuidado de él, y tiene el mismo olor,
la misma reciedumbre paternal,
el mismo amor por la mujer de enfrente.
Ha llorado, ha evocado difuntos que no alivian,
he envejecido sábanas y versos.
Pero se queda así, débilmente adorable,
por primera vez viejo, niño, torpe, débil, padre...

III

Para todos la madrugada sigue siendo igual
mientras yo corro al entierro de mi padre.
Las calles muertas, empantanadas de silencio,
no saben diferenciar noctámbulos y tristes,
borrachos y dolientes.
Voy dando tumbos, desconocido e irreconocible,
pensando que mi padre ya no tendrá madrugadas ni hijos.
Para nadie la madrugada tiene esta música de fondo,
estos oscuros corredores, este aire absurdo.
¿En qué esquina, padre, lloraré todo el ron que mereces?
Mi epitafio mayor es el silencio,
ir rumbo al funeral sin que lo sepan,
dejar que silben y se besen y canten.
Definitivamente, la madrugada ya no nos pertenece:
sólo este espacio gris, que ya no es ella.

IV

Yo sólo quise tomarle una mano y decir:
"Padre, te quiero tanto",
pero mis hermanos lo impidieron,
más racionales ante el dolor,
avisados de la importancia de que él no sospechara.
Sólo quise decirle: "Te estás muriendo, padre,
dinos algo"
y me quedé mirándole, callados los dos,
desconfiando cada uno del otro
y prometiendo decirnos la verdad algún día.
Temo que no perdonará tanto silencio,
el llanto esquivo, la falsedad de nuestros rostros.
Yo sólo quise decirle que llorara o riera
pensando en sus días de hombre.
Cómo me voy a perdonar la sorpresa evitable,
el beso que faltó,
las palabras que hoy seguro le sobran?
Aunque quizás lo supo.
Tal vez quiso decir: "Hijo, te quiero tanto"
y yo entendí que estaba haciendo planes.
"Hijo, me estoy muriendo"
y todo fue una triste confusión de lágrimas.

V

Soledad del poeta: trampa.
Las mujeres se van
y la lluvia es un truco mnemotécnico;
los padres se van y la memoria estorba.
Soledad del poeta: vientre y polvo.
Toquen la puerta
y quédense a esperar un verso.
Toquen la puerta y oren.

VI

Ahora esta foto se pondrá amarilla
y tendrá un vaso de agua y flores
como en las viejas casas.
Y me vigilarás. Y me sorprenderé algún día
temiéndote o hablándote.
Todos tienen sus muertos y sus flores
pero yo no sabía.
He sido indiferente a los plumeros
al agua fresca y a los pétalos.
¡Y ahora esta foto se pondrá amarilla!

VII

Ya éramos adultos
(padres de familia, amantes,
bebedores de ron, responsables y serios.)
Sólo nos faltaba un detalle
tal vez el principal–: la Muerte.
Todos nos sentíamos adultos
y ya ven, ante el féretro,
qué desamparo, qué indefensión, qué miedo.

VIII

¿Será posible, padre,
que no tengamos ni una foto juntos?
¿No hay en esta casa álbumes familiares,
pálidos cumpleaños donde se eternizaran
nuestros cuerpos?
He volcado gavetas, bolsillos, corazones;
he levantado lozas y movido muebles;
he preguntado a tíos, amigos, vecinos, mujeres,
transeúntes que alguna vez nos vieron
y que pudieron agacharse a recoger
la única foto donde estábamos.
¿Será posible, padre?
Qué solos nos quedamos al pie de la memoria.
Ni un simple abrazo, sonrientes e ingenuos,
ni alguna foto mía donde, accidentalmente,
estés al fondo.
He hallado brazos inconclusos,
manos que no previó el fotógrafo,
sombras que no deben estar.
Pero la evocación nunca será perfecta.
Es que uno necesita llorar de vez en cuando,
recordar un paisaje, una fecha,
una insignificancia de los dos.
Y poner esa foto donde todos la vean,
donde descubran cómo era el brazo
que me falta en el hombro.

IX

La tumba de mi padre no tiene epitafio,
ni siquiera una lápida que diga:
Jesús Díaz (l938 - l993).
Cualquiera puede ir con sus flores.
Ayer lloraba una desconocida al pie del mármol
y me miró extrañada, como si yo hubiera invadido
su dolor, ubicuo y único.
Así, la tumba de mi padre es la tumba
de todos los padres,
huérfanas caravanas trasponen el silencio
y se detienen entre dos fechas que no están
refundiendo a sus huesos rasgos que no le pertenecen.
Es terrible, aquí y ahora, ponerme a imaginar
cómo se deshace lo que fue su cuerpo.
Cerrar los ojos y me lleno de uñas que no cesan de crecer,
de pelos infinitos y huesos desnudándose.
(Debería evitar esta alucinación, lo sé, pero no puedo.)
"Que los muchachos no entren, que no me vean así",
fueron sus últimas palabras.
Pensé que lloraría: subestimé a mi padre.
Pensé que le daría mucho miedo
y resultó que le cobarde era yo.
Ni siquiera dijo una mala palabra.
"Que los muchachos no entren", dijo,
y heme ahora atravesando mármol, tierra, huesos;
heme viajando con él hacia la nada,
atestiguando la suprema aventura.
Todos llegan con su llanto y sus flores,
pero ellos sólo ven silencio y mármol,
mientras yo estoy mirándolo no-ser,
pudriéndome ahí delante.
Cada cual con su pucha y su mohín: su dolor egoísta.
(Como si estuviéramos unidos
por el pacto sanguíneo de las flores.)
Tampoco nosotros tenemos, aquí y ahora,
nombre ni rostro.
Tampoco nosotros estamos en el tiempo.
Sólo importa la tumba, la enorme tumba, la de todos.

X

Hace un mes exacto, un mes...
La madrugada dolía
de tanta cara vacía,
de tan pronta última vez,
de imaginar que después
pensar sería un problema,
de comprobar cuánto quema
la mano fría, su impacto.
De saber que al mes exacto
te escribiría un poema.

XI

Hay momentos del día, instantes,
en que toda la muerte de mi padre me cae encima
y no puedo más que bajar la cabeza
y empezar a morirme.
Momentos en que respirar parece una traición
y los pájaros arremeten a picotazos contra el aire.
Miro a mi madre, y la veo tan cerca del misterio.
Pregunto a mis hermanos
cuál de todos sobrevivirá a los otros,
quién cargará tantas fotos y cruces,
pero ellos callan, ellos no saben,
ni siquiera han pensado en la idea de sobrevivirnos
(como si todos fuéramos a morir de golpe.)
Madre se queja del corazón y el tiempo.
Madre sí, sólo pide no sobrevivirnos.
Todos somos el futuro de alguien y el pasado de otros.
Madre lo sabe bien, y nos lo dice.
Claro, hermanos, nos veremos morir,
como mismo hemos visto morir a los tíos,
esa lenta extinción de nuestra infancia.
Y seremos, nosotros también,
una lenta extinción de la infancia en nuestros hijos.

XII

Un día despiertas
y por fin aceptas que tu padre ha muerto,
que te pareces demasiado a tu hijo,
que en la ventana de tu cuarto
quedan hojas del próximo otoño.

Sólo tú te das cuenta
del crimen de los pájaros ahuecando el aire,
del misterioso paso de las horas y el agua;
sólo tú reconoces la melancolía.

Un día despiertas
y te quedas sentado al borde de tu cuerpo,
mirando a los demás,
con el fastidio de esos martes lluviosos
en que nadie te ama.

Monótona la música de las aldabas,
los timbres telefónicos,
los telegramas lanzados al cesto.

Quizá hayas despertado antes de tiempo,
en el lugar no idóneo,
con el cansancio de alguien que escogió
tu cuerpo para descansar.
Pero tu compromiso es con el rostro de otros
(el espejo, imparcial, no hará preguntas.)

La casa sigue siendo ingenua y triste,
demasiado mimosa para quien, como tú,
se despierta y descubre que su padre ha muerto,
que se parece a su hijo pero no lo conoce,
que de pronto es más débil que las hojas de otoño.

XIII

Hoy hace un año de tu muerte, padre,
y todo sigue igual, menos nosotros.
Ya yo no soy Alexis, en mi hay otros
que tú no conociste. Ayer mi madre
compró unas margaritas y las puso
junto a su pecho, bajo la ventana.
Olían a tristeza, a piel lejana,
olían a recuerdos en desuso.
Hoy hace un año y no te hice una misa
Y no lloré. Y no fui al cementerio.
Un vecino hizo un chiste y me dio risa.
Una hembra me tentó hacia el adulterio.
Canté y bebí.. Perdóname, ceniza:
que miedo a verme solo, triste y serio.

XIV

Nadie me llama huérfano. Es terrible.
Nadie pasa su mano por mi pelo.
Nadie inventa palabras de consuelo
para alguien de mi edad. Es imposible
que me dejen llorar sobre otro hombro,
que hablen de mi orfandad a espaldas mías.
Nadie me llama huérfano. Los días
pasan como si nada. Cuando nombro
a mi difunto padre nadie intenta
cambiar de tema, dicen: “Cierto, cierto”....
Y una lágrima torpe, gruesa, lenta
Rueda por mi memoria. ¿Será cierto
que hace un año morí sin darme cuenta,
que mi padre es el huérfano y yo el muerto?



Luyanó, La Habana, 1993-1994.





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(Tomado del libro Cuarto de mala música, Editorial Regional de Murcia, 1995, Premio Internacional de Poesía "Antonio Oliver Belmás", 1994.)
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